Paisaje con tumbas pintadas en rosa. José Ricardo Chaves
sentimiento? Porque sé que pasión sí, y montones. Además, estaba el otro tipo, su pareja según averiguaste después. ¿Ves?, estas son las cosas que me gustaría conversarlas, quitarme esa sensación de insatisfacción, de que algo me falta, de duda.
—¿Y vas a conversar?
—Todavía no sé. Tal vez aún no sea tiempo.
—Ay, Óscar, ¿quién te entiende? Ya vas para atrás, como el cangrejo. Si serás Cáncer.
Suena el teléfono. Miguel contesta y, tras unos segundos, dice, con una sonrisa maliciosa: –Óscar, es para vos. Te habla Mario Rosales.
Óscar y Mario Rosales hicieron una cita. Se verían ese mismo sábado a las cuatro de la tarde. Mario pasaría por él al apartamento. Después, ahí verían qué hacer, adónde ir.
—¿Vamos a La Sabana? ¿Qué te parece? Quiero caminar –propuso Mario.
—Me parece bien.
Hacia allá se dirigieron. Después, Mario estacionó el carro cerca del Estadio. Había muy poca gente en los alrededores.
La lluvia, aunque ya casi acababa, todavía no cesaba. El aguacero había espantado a deportistas y paseantes. Óscar sintió frío. Se subió el cuello de la chaqueta.
Pasearon por el campo verde sin conversar, sin decir nada, solo acompañándose, haciéndose compañía, sintiendo la llovizna en sus rostros, atentos al paisaje que los rodeaba, a los árboles, a las montañas nubladas por el lado de Escazú, al lago, al césped disparejamente crecido, disparejamente cortado, atentos al otro, sobre todo al otro.
—Es rico sentirte sin hablar, sin tocarte –dijo Óscar.
—También a mí me gusta.
—¿No querés hablar de nosotros, de lo que pasó?
—Con esfuerzos puedo hablar de mí. A veces ni esto. Me es muy difícil hablar de mis propios sentimientos. Las palabras se me enredan, se me quedan pegadas en la garganta.
—Tal vez porque querés echarlas todas juntas. Si fuera poco a poco, unas tras otras… ¿Sabés? Sufrí después de que desapareciste por segunda ocasión.
—El desaparecido fuiste vos, que ni siquiera terminaste el curso. Lástima, porque ibas muy bien.
—No podía verte así, como a un extraño, de manera impersonal. Por eso decidí abandonar el curso. Te llamé no sé cuántas veces, te dejé recados, igual que la otra ocasión en agosto antepasado. ¿Por qué no quisiste verme más? ¿Por qué un acostón y ya? Yo estaba dispuesto a tantas cosas…
—Lo sé. Y eso era justamente lo que me preocupaba. Te vi tan entusiasmado conmigo que me dio miedo, me asusté. Yo quería una buena amistad con vos, pasarla rico, coger, por qué no, conversar, pero nada más, sin compromisos sentimentales.
—Ya veo. Sí, quizás me vi muy desesperado pero, ni modo, así lo sentí y así me dejé ir. Nunca me había pegado tan fuerte un enamoramiento. Feroz como una gripe asiática. Con vos fue, es, tan distinto. Me gustabas en todos los aspectos: físicamente, tu manera de hablar, de pensar…
—¿Y ya no te gusto?
—Supongo que sí, si no, no estaría aquí, pero ahora las cosas son diferentes. Y estoy prevenido.
—Bueno algo es algo.
El viento frío había despeinado la cabellera de Mario. Óscar se acercó y la acarició con ternura.
—Supe que desde hace años vivís con un amigo –dijo Óscar.
—Así es.
—¿Son pareja, verdad?
—Supongo…
—¿Cómo que suponés? ¿No estás seguro?
—Quisiera estarlo, pero la actitud de David no me ayuda.
—¿Cuál es su actitud?
—Siento que no se compromete a fondo, no lo siento hombro a hombro, ¡hombre a hombre!, como cuando vivíamos en París.
—¿Ah sí?
—Allá nos conocimos, en la casa de un amigo en común, un tico que desde hace más de veinte años vive en París. ¡Lo que son las cosas! De veras que no sabe uno lo que va a pasar. Ahora sí que el hombre propone y el azar dispone. Yo fui allá a hacer mi doctorado, sin la menor idea de lo que iba a ocurrir: ¡enamorarme!
—Y él, David ¿qué hacía?
—Lo mismo, estudiar, hacia un posgrado. Todo fue muy bonito. Yo me sentía libre, al tiempo que nunca me había sentido tan compenetrado con alguien en tantos niveles.
—¿Y qué pasó?
—Que regresamos y todo cambió. Se entibió la pasión, la influencia de la familia de David, no sé bien, el caso es que las cosas ya no son como antes. Digamos que vivimos en una crisis perpetua.
—¿No has pensado en separarte de David?
—Sí, lo he intentado, pero al final, de nuevo, termino llamándolo. A pesar de todo lo quiero, lo necesito.
Ante estas palabras, Óscar se sintió rebajado. Ocultó su resentimiento y, tras una pausa, dijo: –Y en este panorama, ¿en dónde calzo yo?
—Pues… como un amigo, como alguien que me parece valioso, que me gusta, como un amigo íntimo…
—¿Y nada más?
—¿Te parece poco? No quiero enredarme sentimentalmente con nadie más hasta que aclare lo mío con David. ¿Me entendés ahora?
—Creo que sí… ¡Qué lástima! En los años que tengo nunca había encontrado a alguien que me gustara tanto como vos.
—Ni que tuvieras tantos años. A ver, ¿cuántos?
—Veintidós, ¿y vos?
—Treinta y uno
—Aparentás menos.
—Es eso, apariencia. Pero, decime, ¿no has tenido otros amores?
—Nunca como vos. Sí amigos con los que salís a bailar, a tomar tragos, con los que me acuesto a veces, pero esta alegría, no sé bien, esto que con vos sí siento…
Mario se acercó y besó suavemente a Óscar en la boca. Sus labios estaban fríos y húmedos por la llovizna.
—No, mejor no –dijo Óscar al tiempo que se separaba de Mario–. ¿No te gustaría conocer a David? Es muy agradable, cuando quiere.
—Debe serlo para tenerte como te tiene.
—En serio, Óscar, me gustaría que lo conocieras. Te caerá bien y creo que también vos a él.
—¿Y cómo lo sabés?
—Intuición. Corazonada. Ya le he hablado de vos.
—¿De veras?
—Sí.
Tras una pausa: –Y… ¿por qué no? Sí, quiero conocerlo personalmente. Quién quita y nos hacemos amigos.
—Le voy a hablar del asunto y después te llamo.
—¿Ahora sí me vas a llamar? ¿No me vas a dejar esperando?
—No, por supuesto te llamaré. Aclarada la situación…
—Pues yo no la veo tan clara para serte sincero.
—No, ¿ verdad? Bueno, de todos modos yo te llamo.
—Si David no quisiera conocerme, igual podemos vernos nosotros, ¿no te parece? Para ir al cine, al teatro…
—A la cama.
—Tal vez…
—Tengo frío. Volvamos al auto.
—Vamos.