Una mirada al futuro demográfico de México. Manuel Ordorica Mellado
defunciones por lugar de ocurrencia ayudaban a las personas a tomar decisiones sobre su movilidad para evitar las epidemias. Se le atribuye a Graunt la creación de la primera tabla de vida que expresaba las probabilidades de supervivencia para cada edad, aunque Edmund Halley, el astrónomo que dio nombre al famoso cometa, también realizó tablas que sirvieron para calcular rentas de por vida. Pero se dice que la primera tabla de mortalidad publicada se debe a Aemilius Macer, la cual se elaboró en el año 225 a.D. (anno Domini).[8] Se considera a Graunt el padre de la demografía y el fundador de la bioestadística. Los métodos que utilizó sirvieron más tarde de marco para la demografía moderna. En su libro de 1662 utiliza los datos de las tasas de mortalidad de Londres y otros datos a fin de intentar crear un sistema para llamar la atención de la aparición y propagación de la peste bubónica en la ciudad.[9] Graunt fue uno de los primeros en utilizar los datos para reducir los niveles de la mortalidad, podemos considerarlo como el pionero de la aritmética política. El nacimiento de la demografía ya tiene más de tres siglos y medio, por lo que resulta ser una joven ciencia comparada con otras que tienen varios siglos.
Nuestra vida está llena de números que son fundamentales para conocer nuestro cuerpo, nuestro país y nuestro mundo, orientados a lograr el mejoramiento de nuestras condiciones de vida. Como decía Comte: “no hay investigación que no sea finalmente reductible a un problema de números”. Describimos nuestra salud con números; la cantidad de glucosa, de triglicéridos, de colesterol, etc. Medimos la temperatura de nuestro cuerpo para saber si tenemos fiebre y en consecuencia, alguna infección. Nos levantamos y nos dormimos viendo la hora en el reloj. Cuando hacemos ejercicio corriendo, calculamos el número de kilómetros recorridos, el tiempo que tardamos, el número de pulsaciones por minuto y el número de calorías gastadas. Contamos a nuestros muertos, nuestros nacimientos, los casamientos, los divorcios, los mexicanos que viven en Estados Unidos, los que migran desde el sur. Contamos el tiempo de vida, el tiempo de vida con salud y el tiempo que pasamos en un auto viajando de la casa al trabajo y viceversa. Contamos a los habitantes a partir del censo, a los ciudadanos que tienen credencial para votar. Construimos distritos electorales con el mismo número de habitantes a partir del último censo, utilizando técnicas heurísticas de optimización combinatoria, como es el caso del recocido simulado, la técnica tabú o la de enjambre de abejas.[10] Todo esto con el fin de alcanzar nuestra democracia.
Las operaciones de contar son procesos tan complejos conceptualmente que sólo los seres humanos pueden realizarlas. La demografía nació de la aritmética de la vida y la muerte, así como de las tablas de mortalidad en tiempos de la peste. Las listas de mortalidad analizadas por Graunt se iniciaron durante una de las peores pestes, la de 1603. Es posible considerar a Graunt como el Cristóbal Colón de los trabajos en materia de población, ya que fue más lejos en el estudio de los registros de defunciones. Por eso, para muchos, Graunt fue el pionero del análisis demográfico y precursor de la aritmética política, junto con W. Petty, quien desarrollara esta dimensión al analizar otros aspectos de la sociedad. Curiosamente no era un estudioso de la población sino un gran observador de la naturaleza. Los grandes inventos se dan muchas veces cuando ocurren catástrofes que mueven a los seres humanos y también muchas veces sucede que quienes hacen innovaciones relevantes no son necesariamente los expertos, sino simples, pero excelentes observadores.
En Roma la organización de la vida se perfecciona con la estadística, cuya base queda determinada en el census, información que se obtenía sobre los ciudadanos y sus bienes. Además contaban con información sobre la natalidad y la mortalidad. Hay que reconocer que una institución que no ha descuidado la estadística es la Iglesia: cuenta con registros continuos sobre los matrimonios, bautizos, nacimientos y defunciones. Considero que poco se ha analizado esta información.
Otro personaje importante en la demografía estadística es Florence Nightingale, nacida en 1820 y fallecida en 1910. Fue la primera mujer admitida en la Royal Statistical Society. Fue conocida como la dama de la lámpara, por su costumbre de hacer rondines nocturnos con una lámpara para atender a los enfermos. Nightingale demostró aptitudes para las matemáticas desde la infancia. Fue reconocida como una pionera en la representación gráfica. Se le atribuye el desarrollo de una gráfica circular conocida como el diagrama de área polar o diagrama de la rosa de Nightingale.[11]
Si regresáramos el tiempo cincuenta años, hubiera sido difícil imaginarse en ese momento las cosas que se han inventado: el correo electrónico, el internet, los celulares, las iPad, equipo para videoconferencias, entre otras. Importantes personajes de la ciencia y la tecnología hicieron en el pasado predicciones que resultaron totalmente erradas. Lord Kelvin, presidente de la Royal Society, en 1895 señaló: “Es imposible que vuelen máquinas más pesadas que el aire”; H.M. Warner, de la Warner Brothers en 1927 dijo: “¿Quién diablos quiere escuchar a los actores hablar?” y Bill Gates, fundador de Microsoft, señaló que: “640 K debe ser suficiente para todo el mundo”.[12]
En ese sentido otros personajes importantes de la historia, como Ken Olsen, fundador de Digital Equipment, dijo en 1977: “No hay necesidad de tener un ordenador en cada casa”. Darryl Zanuck, productor de la 20th Century Fox, en 1946 señaló: “la TV no durará porque la gente se cansará rápido de pasar todas la noches mirando una caja de madera”. El director de la oficina de correos sir William Preece señaló en 1878: “Los americanos no necesitan el teléfono. Nosotros tenemos mensajeros de sobra”. Estas profecías tecnológicas jamás cumplidas permiten observar cómo grandes genios o profesionistas emprendedores, han tenido serias fallas respecto al futuro.[13] No nos imaginábamos que los seres humanos llegarían a la Luna o que estaríamos observando el suelo marciano o descubriendo los hoyos negros en el Universo o calculando el momento en que Andrómeda y la Vía Láctea compartirán el mismo espacio. ¿Quién hace medio siglo hubiera imaginado que nos estaríamos comunicando con un teléfono celular? Es muy probable que dentro de un siglo o antes estaremos conquistando el espacio y otros planetas. Tendremos viviendas en el espacio cósmico y, antes quizás, en las profundidades del mar.
Las proyecciones de población nos ayudan a comprender la evolución futura de los hechos demográficos, pero también la dinámica pasada. Se realizan a partir del último censo de población, el cual se evalúa y corrige por errores de omisión y declaración de la edad. Asimismo se lleva a cabo una conciliación de las cifras censales con las estimaciones derivadas de las encuestas y de las estadísticas vitales. Este trabajo es fundamental para afinar los cálculos de la dinámica demográfica y establecer el punto de arranque de la proyección.
Los seres humanos siempre estamos interesados en establecer una predicción certera que nos ayude a entender el presente y a enfrentar de mejor forma el futuro. En la realización de pronósticos demográficos se plantean hipótesis con el menor número de postulados. Predecir un eclipse o construir un nuevo teléfono celular son pruebas de éxito de los científicos que trabajan en el mundo de la física, la astronomía o la electrónica. Sin embargo, los que nos dedicamos a la demografía, elaboramos pronósticos que no tienen la misma exactitud ya que los fenómenos investigados son más volátiles. Sin embargo, en la demografía mucho nos ayuda la inercia demográfica para aproximarnos al porvenir.
NOTAS AL PIE
[1] Robert P. Kirshner, El universo extravagante, Madrid, Ediciones Siruela, Biblioteca de Ensayo 49 (Serie mayor), 2006, p. 28.
[2] Carl Sagan, Miles de millones, Barcelona Ediciones, Grupo Zeta, 1998, p. 14.
[3] Ibidem.
[4] Carl Sagan, Los dragones del Edén, Barcelona, Grijalbo, 1979, p. 26.
[5] Ibid., pp. 29-30.