Noteshine artists y la guardiana de la puerta 16. Nadia Vera Puig
papa me ha dado este libro para ti… —Mientras Juliana lo miraba con detenimiento.
—¿Este libro? ¿Estás segura?
—Sí —dijo extrañada—, dice que te ayudará, que tiene una filosofía de la vida muy curiosa y posiblemente entiendas un poco más esa frase que te ha puesto tan nerviosa.
—A mí no me ha puesto nerviosa la frase… —Mientras se quitaba la chaqueta—Me ha puesto nerviosa la situación, que me recuerda a una que viví hace dos años, ya está.
—Vale, está bien, buenas noches, que descanses.
—Buenas noches —dijo Maison, el marido de su hermana.
—Buenas noches, que descanséis.
Con el libro entre sus manos, subió escaleras arriba, se sentía bastante cansada pero se dio cuenta de que no podía dormir, quería saber qué decía el libro, quería resolver esa frase. Encendió la luz de la mesita de noche y abrió la primera página donde había una foto de él y una pequeña biografía. Pasó a la primera hoja y ponía: «Lo que de verdad escondes», y leía:
«Cuántas veces creemos que conocemos al cien por cien lo que nos rodea, si ni siquiera nos conocemos el cien por cien de nosotros mismos, antes conocemos de otras personas más cómo son. ¿Sabrías describirte en una sola palabra? ¿Cómo te describirías? ¿A que no? Podemos llegar a ser tantas cosas que la mente no es capaz de decirnos una palabra en concreto. ¿Qué es lo que verdaderamente nos define? ¿Por qué tenemos esa vieja costumbre de concretar o cualificarnos quiénes somos, como si fuéramos un producto en el que ponemos una etiqueta? ¿Por qué etiquetarnos a nosotros mismos? ¿Qué necesidad hay? Entonces aquí viene mi acertijo para desvelar todas esas dudas. Dudas: primero conocernos nosotros más a fondo, entender lo que nos rodea, e imaginaremos que todas esas dudas que nos pasan por la cabeza son puertas, y tú tienes la llave de todas esas respuestas, ¡eh, aquí llega!, tú eres la propia guardiana de tus puertas, tú decides cuál abrir y cuál no para saber la respuesta».
Continuó leyendo y ponía la frase que tenía escrita en la carta:
«Tú no eres quien crees que eres, solo aparentas saber que conoces lo que realmente no conoces».
Cerró el libro y lo dejó en el cajón de la mesita, se levanto y cogió la llave de su chaqueta, empezó a saber que la llave, la frase, todo desde un principio se trataba de una metáfora, nada que se tratase de algo físico real.
Juliana era una chica común, fuerte, segura de sí misma, se crio en el núcleo de una familia bastante buena. Ella, la hermana pequeña de sus dos hermanas mayores Susan y Megan, mantenía con ambas una relación bastante fuerte, solo que, sobre Susan, no sabía nada de ella desde hace cinco años. Posteriormente al accidente, ella cree que sigue enfadada después de lo sucedido, pero ella no recuerda cuál ha podido ser la real razón, aun así la echaba de menos, porque fue como una segunda madre.
Juliana se pasó la mañana en la cama sin moverse, sentía que en cualquier momento podía recordar algo que en verdad no quería acordarse, decidió quedarse quieta. Megan empezó a picar a su puerta.
—¡Juliana! ¿Tienes pensado hacer algo hoy? Hace un día bastante bonito, estaría bien que te diera el sol.
Al ver que no recibía respuesta, entró en la habitación.
—¡Arriba!, que son las tres de la tarde. ¿No tienes nada de hambre? —Mientras retiraba las cortinas del cuarto.
—Déjame, que tengo un dolor de cabeza... —Volviéndose a tapar la cabeza con la manta.
—Recuerdas que a las 18 h tienes que ir a recoger a Mathew.
—Sí, lo sé… —Se incorporó—. Megan…
—¿Qué?
—¿Puedes ir a recogerlo tú?
—¡No, Julie! Eso es cosa tuya, así sales un rato. —Salió Juliana de la cama y empezó a seguir a su hermana.
—Por favor, que tengo que ir a hacer un recado y de paso Mathew pasa la tarde con su tía Megan, que hace tiempo que no pasáis haciendo cosas juntos.
Mientras, Juliana empezó a prepararse un bol de cereales.
—Estás de broma, ¿no?
—No. —Cuando acababa de ponerse la leche.
—Me pasé ayer con él, cuando tú te quedaste dormida, pero ¡eh, no me importa! quedarme esta tarde… Si es urgente lo que tienes que hacer, está bien.
—Gracias, gracias, hermana. —Le dio un abrazo fuerte y se fue a cambiar.
—¿Y los cereales? ¡Se te van a desintegrar! —Mientras Juliana subía con prisas los escalones.
Juliana cogió el coche y se dirigió hacia el centro, aparcó al lado de la casa de Viviana, un barrio bastante tranquilo. Llamó al timbre, y Viviana le abrió la puerta.
—Hola, Juliana, ¿qué haces por aquí?
—Quería pasar a saludarte, ya que estaba dando una vuelta por el centro.
—Ya, pasa, tú quieres decirme algo, ¿cierto?
—Sí. —La casa de Viviana mostraba un aspecto antiguo, de cortinas largas con un estampado de flores.
—Por favor, toma asiento. ¿Te apetece algo?
—Mmm… No, gracias.
—Insisto.
—Vale, un vaso de agua.
Viviana trajo una jarra de agua y dos vasos, se quedó fijamente mirando a Juliana, a ella le temblaban las manos.
—Te noto rara, Juliana. ¿Estás bien? ¿Conseguiste solucionar el tema de la carta?
—Sí, claro. —Sacó el sobre de su bolsillo izquierdo toda eufórica—. Parece ser que se trata de una mera coincidencia, un truco de magia de niños, ya está.
—¡¿Un truco de magia?!
Juliana le contó todo lo sucedido ayer tarde.
—Bueno, tiene su lógica… ¿Qué quieres hacer con la llave?
—Prefiero quedármela.
—Entiendo, tú ten cuidado que las coincidencias de este estilo… No sé, hay algo que no me da cierta seguridad. —Intentando entender la situación, sospechando qué tramó su hijo Kallen.
—Lo curioso es que escribió un libro Kallen. —Lo sacó de su pequeña mochila.
Viviana lo cogió con las manos y lo miró con detenimiento: Lo que de verdad escondes.
—Y, bueno, más o menos entendí lo de la llave… Pero la frase, estoy en ello...
Mientras Viviana continuaba mirando el libro, se quedó sin decir palabra.
—Viviana, ¿lo has leído?
—Sí, una vez hace mucho tiempo… No sé si te conviene leer este libro, Juliana, te puede atrapar bastante, en tantos sentidos... Kallen era un chico muy enigmático y, no sé, te vas a volver loca porque el libro está lleno de enigmas y la mayoría sin resolver.
—Sí, es lo que me gusta. Mi padre me dijo que era uno de estos libros que te hacían pensar.
—Ya, pero lo de la llave y la carta y ahora el libro, ¿no te da que meditar?, ¿no son extraños todos estos elementos, que ahora tengas curiosidad de leer un libro que ni conocías?
—Viviana, no le temo a la vida. —Le arrebató el libro de sus manos—. La vida ya es bastante enigmática, con un montón de preguntas que se te pasan por la mente y ni siquiera la mayoría de ellas están al cien por cien resueltas… —Intentó respirar hondo—. ¡Y qué más da lo extraño que sea todo esto!, y que me llegue este libro a mis manos en estas extrañas circunstancias, yo a veces