Albert Camus, de la felicidad a la moral. Susana Cordero

Albert Camus, de la felicidad a la moral - Susana Cordero


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felicidad… Por otra parte, los valores que constituían la tradición moral se han ido hundiendo: el europeo del siglo XX recibe un mundo sacudido por experiencias científicas revolucionarias, por el descubrimiento de civilizaciones insospechadas, cuyo mundo moral desmorona la más o menos consciente aceptación de un universal ético absoluto; el universo de fuera y el de dentro están en crisis; la sicología descubre determinaciones inconscientes más ricas y poderosas que las gazmoñas aspiraciones de la conciencia, y revela al hombre el mundo de disposiciones impulsivas y, en cierto sentido fatales, que dan al traste con la pretensión de cada uno de dirigir intencionalmente el hacer de su vida.

      El marxismo, por su parte, con las contribuciones de la ciencia, denuncia los valores tradicionales como mixtificaciones interesadas: según él, bajo el rostro de la individualidad, de la aspiración a la libertad y a la justicia, se camuflan intereses ‘capitalistas’.

      A fines del siglo pasado y como resultado del derrumbe de las antiguas reglas, la exaltación y el goce caracterizan la conquista de una libertad sin trabas.

      Nietzsche, en su afán de transmutar los valores, es precursor genial del pensamiento del siglo XX; con André Gide, cuyos Alimentos terrestres son expresión de la exaltada libertad de los sentidos y del nuevo goce que devuelve al hombre el dominio de la vida, son dos maestros del pensamiento y la actitud vital de Camus.

      La civilización actual está amenazada por la guerra; todo es perecedero; el hombre tecnificado es más que nunca una amenaza para el hombre. La guerra viene a precipitar el gozo recién conquistado; el hombre del siglo XX que había creído recuperarse en el reino definitivo de una historia en avance hacia la culminación feliz, ve también derrumbarse la historia… La nueva sociedad ‘justa’ agoniza, pataleando aún, sin haber llegado jamás a ser, como en su tiempo los antiguos mitos. El hombre constata con más dolor que antes, que no tiene de qué agarrarse: la historia ni siquiera le ofrece escollos en los que sostenerse sobre el vacío del abismo individual. Voluntaria, conscientemente, mas a pesar suyo, el hombre está solo.

      La máquina esclaviza, amenaza, reemplaza al hombre y le anonada: tampoco salvará a la humanidad la fe en la técnica.

      Existe, sin embargo, un humanismo que puede llamarse poético, que presenta más de una analogía con la ética de André Gide y la literatura feliz de los años veinte.

      Quedan para el hombre, el sueño, el deseo, la imaginación; el arte es un camino que se ha enriquecido con el derrumbe de valores tradicionales limitativos, frente a los que el hombre se sentía culpable de quererse libre, de aspirar hacia sí mismo y para sí, de gozar, de soñar… Sin las antiguas trabas, a pesar de la experiencia de la Primera Guerra y la contemplación del precipitarse de la historia, el ser humano descubre que puede sobrevivir en el reducto del arte; en él apertrechado, encontrará una nueva forma de libertad y remisión. La exaltación del Surrealismo marca esta actitud, paradójicamente, privilegio de tan pocos. El artista no solamente es ‘creador de formas’, sino creador de vidas. El Surrealismo artístico aspira a convertirse en una manera de entender la vida y de vivirla; la inocencia y la libertad se le devuelven al hombre: el dios antiguo, muerto con la muerte de las creencias religiosas, revive en la sacralización del arte y de la poesía.

      Estos escarceos hacia el encuentro de valores nuevos han procurado la recuperación de ámbitos que marcarán de manera definitiva el estar–en–el–mundo; la lucidez, la revalorización de la acción, el riesgo, el arrojo, el combate, la rebelión son actitudes de la nueva moral que va definiendo la vida humana vaciada axiológicamente. La agonía es la condición de la vida en la tierra: todo valor es una conquista y toda conquista, provisional. Si puede hablarse de un nuevo humanismo, solo podremos entenderlo como un humanismo que está haciéndose y que va creando, en esa acción, su propio y mutable ser.

      Se abren las puertas al humanismo existencialista: Heidegger, Jaspers, Sartre, anhelan la ‘edificación’ del hombre y la encontrarán en la apertura humana incondicionada, que se origina en una naturaleza carente de esencia preexistente, acuciada por la soledad y la angustia, pero supremamente libre.

      El hombre es lo que va siendo. La libertad y la responsabilidad lo son hacia la muerte… Mientras el ser cotidiano, inauténtico, disimula la muerte, el hombre que aspira a la autenticidad ha de asumirla. Origen de todo valor es la libertad humana y el existencialismo es un humanismo, porque es una filosofía que busca fundar al hombre.

      En este contexto, la fundamentación de la moralidad surge como de modo natural de cada subjetividad humana; el hombre se elige a sí mismo, pero esta suprema libertad es suprema responsabilidad, pues

      La


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