Albert Camus, de la felicidad a la moral. Susana Cordero

Albert Camus, de la felicidad a la moral - Susana Cordero


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indiferencia.39

      Frases dichas al azar por gente sencilla, cuya sabiduría radica en el trabajo diario semi–inutilizado por la realidad cotidiana. Camus aprende en ellas lo que será el principio de su quehacer: respetar a los otros, confiar en el hombre, evitar por todos los medios su sufrimiento y paliar la injusticia de su muerte.

      El trabajo es principio del que obtendrá sus más constantes alegrías porque tempranamente le compromete con los otros; de la pobreza vivida en su infancia aprende la desposesión. Sabe que el pan diario, cierta comodidad y disponibilidad son necesarios para permitir fluir los mejores dones de la existencia, pero sus valores estarán siempre del lado del espíritu y a dilucidarlos prodigará su mayor afán.

      Ninguna promesa de inmortalidad es necesaria para llenar la exaltada esperanza camusiana, tan ligada a los dones de la tierra. Entre el despojamiento impuesto por la miseria y el incomparable lujo de la luz, aprendió, junto al afán de justicia, el consuelo de la pródiga naturaleza, más allá de la cual todo esperar es irrisorio.

      La percepción temprana de la nada en el fondo de su ser de hombre se llena con la presencia del mar, con la belleza e ‘indiferencia’ de este mundo repleto en su presente. A la noche sucederá el día y esta es la única forma de esperanza fundada. Lo demás, la ilusión que lo proyecta fuera de esta fecunda realidad, medida del posible desacuerdo entre el yo y las cosas, apenas distrae momentáneamente la maravillada atención que hacia el mundo dirige el joven ensayista.

      Por el momento, felicidad es el acuerdo entre el poeta y el mundo, pues ¿qué desacuerdo existiría que no fuese capaz de coronarse con la gracia de lo bello y la certidumbre de un perfume? Así, toda pregunta pierde su sentido, ante un mundo cuyas respuestas están del lado de los sentidos, prestas a entregarse, a dejarse acariciar, oler tocar, en fin.

      Ser capaz de gozar de los bienes del mundo, olvidando la pobreza y la injusticia, es una primera llamada que pesa en el hombre Camus. Por hoy, el mundo se reduce al paisaje: mucho tiempo ha de pasar aún para que en su ‘paisaje’ tomen parte los hombres. Pero la disponibilidad inocente del joven autor, sus experiencias infantiles, su vocación misma de escritor, le llevarán lenta y seguramente al dolor, el sufrimiento y la alegría de los demás.

      Mientras tanto, se hallan el mundo, la felicidad que produce su contacto, y la inocencia. El egoísmo es llamada necesaria: su envés son los otros, sus limitaciones y carencias, así como el envés del mundo amado es el exilio.

      Alcanzarse a sí mismo en el fondo de la luz, y buscar el secreto del mundo para encontrarse en él; fundirse con la indiferencia de la realidad sensible que llena con su voz y su esperanza de artista, saber que “lo que cuenta es ser verdadero” es hoy su forma de sabiduría.

      Lo eterno es el presente; cada instante está la duración en nuestras manos y con ella, los dones de la verdad y de la lucidez. Ser lúcido es, por ahora, saber que todo está en este lado del mundo, que las promesas con que tienta el paisaje son mentira y que lo que realmente cuenta es la exaltación emocionada con que logre captar los únicos dones hechos a la medida del hombre.

      En la ciudad de Praga, viaje que Camus narra en el ensayo “La muerte en el alma”, experimenta por primera vez de manera vívida el desacuerdo entre el hombre y el mundo. Toda plenitud está hecha para la fisura; el paisaje amado será reemplazado por el del exilio, y el otro exilio, la muerte, se integrará pronto a la maravillada exaltación del presente.

      Más tarde, evocará este paisaje gris y sin apertura, en El malentendido y La caída. A dicho grisáceo ámbito, aúna sentimientos como el aburrimiento, envés de la esperanza, la incomunicación, la extrañeza; la experiencia de una muerte ocurrida en el hotel en que se hospedaba, en cuarto contiguo al suyo y mientras leía el réclame de una pasta de afeitar, viene a henchir de desolación su aprendizaje de ciudades extrañas. Ya se delinea en el universo camusiano la dialéctica del exilio y el reino que definirá en buena medida su reacción frente a la existencia; en la infancia sintió la distancia entre él y su madre, a la que, sin embargo, tanto amaba: la imposible comunicación. Nada se puede hacer por los otros, cada uno es una isla difícilmente abordable.

      Las antiguas costumbres, el trabajo de todos los días aparecen en el exilio como máscaras en las que nos protegimos para no percibir nuestra desolación; este exilio físico se integrará a la visión camusiana del mundo: la vida misma será exilio sin remedio, puesto que ningún reino existe capaz de colmar la aspiración humana hacia la felicidad. Herida la esperanza, renacerá todavía en la exaltada creación juvenil, frente a otro paisaje amado, bajo una luz distinta. Luego de la experiencia de la soledad vivida en Praga, Camus viaja hacia Italia, donde constatará que está listo para la dicha:


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