Albert Camus, de la felicidad a la moral. Susana Cordero
indiferencia.39
La realidad inmediata le provee de certezas que no precisan, por el momento, ser probadas. “Él es su hijo, ella es su madre. Ella puede decirle, ‘sabes’”40. Esta simplicidad de las dos presencias más determinantes en la vida del niño Camus influirá, sin duda, en su concepción total de la existencia, teñida de la nostalgia de lo simple, de lo indiferente, de aquello que no precisa indagación sino adhesión apasionada. El mundo y sus verdades, la presencia del otro en la que irá ahondando a lo largo de su quehacer responden, en último término, a estas premisas: la verdad se agota del lado de la tierra, ¿para qué buscar trascendencia si todo está ya aquí?... Sin que jamás se expresen manifiestamente la interioridad de su madre ni los sentimientos que experimentan el niño y el adolescente ante el humilde existir de aquella, hay un saber intuitivo, radicado en las vivencias infantiles, que fundamenta tanto el camino futuro del arte, como las preocupaciones del moralista.
Me dijeron un día: “es tan difícil vivir”. Recuerdo aún el tono. Otra vez, alguien murmuró: “El peor error es hacer sufrir”.41
Frases dichas al azar por gente sencilla, cuya sabiduría radica en el trabajo diario semi–inutilizado por la realidad cotidiana. Camus aprende en ellas lo que será el principio de su quehacer: respetar a los otros, confiar en el hombre, evitar por todos los medios su sufrimiento y paliar la injusticia de su muerte.
El trabajo es principio del que obtendrá sus más constantes alegrías porque tempranamente le compromete con los otros; de la pobreza vivida en su infancia aprende la desposesión. Sabe que el pan diario, cierta comodidad y disponibilidad son necesarios para permitir fluir los mejores dones de la existencia, pero sus valores estarán siempre del lado del espíritu y a dilucidarlos prodigará su mayor afán.
SI TRATO DE ALCANZARME ES EN EL FONDO DE ESTA LUZ
En este primer enfrentamiento consigo mismo, que son en esencia los ensayos de El revés y el derecho, Camus logra precisar lo que será constancia en el transcurso de sus preocupaciones artísticas e intelectuales: todo su reino se agota en este mundo.42
Ninguna promesa de inmortalidad es necesaria para llenar la exaltada esperanza camusiana, tan ligada a los dones de la tierra. Entre el despojamiento impuesto por la miseria y el incomparable lujo de la luz, aprendió, junto al afán de justicia, el consuelo de la pródiga naturaleza, más allá de la cual todo esperar es irrisorio.
El mundo suspira hacia mí con prolongado ritmo y me trae la indiferencia y la tranquilidad de aquello que no muere.43
La ‘eternidad’ del mundo, de cuya duración el poeta tiene la ilusión de participar, inutiliza cualquier aspiración que le lance fuera de sus muros. Y si en algún momento el desacuerdo se instala entre él y las cosas, en este corazón menos sólido penetra más fácilmente la música del mundo”.44
La percepción temprana de la nada en el fondo de su ser de hombre se llena con la presencia del mar, con la belleza e ‘indiferencia’ de este mundo repleto en su presente. A la noche sucederá el día y esta es la única forma de esperanza fundada. Lo demás, la ilusión que lo proyecta fuera de esta fecunda realidad, medida del posible desacuerdo entre el yo y las cosas, apenas distrae momentáneamente la maravillada atención que hacia el mundo dirige el joven ensayista.
LA FELICIDAD
Camus no se pregunta, ni se inquieta aún por los otros: toda su aspiración se llena en la experiencia de sí mismo; dentro del mundo alcanza a su yo, y en la poética exaltación con que lo enfrenta, se reconoce “listo para la felicidad”.45
Por el momento, felicidad es el acuerdo entre el poeta y el mundo, pues ¿qué desacuerdo existiría que no fuese capaz de coronarse con la gracia de lo bello y la certidumbre de un perfume? Así, toda pregunta pierde su sentido, ante un mundo cuyas respuestas están del lado de los sentidos, prestas a entregarse, a dejarse acariciar, oler tocar, en fin.
No hay promesa alguna de inmortalidad en este país. Qué me importa revivir en mi alma, pero sin ojos para ver Vicenza, sin manos para tocar las uvas de Vicenza, sin piel para sentir la caricia de la noche en el camino de Monte Berico a Villa Valmarana.46
El hombre necesita de promesas, pero el mundo las vuelve infecundas. El temprano sensismo camusiano, su sensualidad cargada por momentos de inocente patetismo se acallan con la caricia del agua, el reflejo de la luz o la tibieza de la noche. Todo su cuerpo está listo para el goce y a tal punto el corazón ha sido absorbido por la totalidad de lo sensible, que Camus no duda al exclamar que “la vocación del hombre es ser egoísta”.47
Ser capaz de gozar de los bienes del mundo, olvidando la pobreza y la injusticia, es una primera llamada que pesa en el hombre Camus. Por hoy, el mundo se reduce al paisaje: mucho tiempo ha de pasar aún para que en su ‘paisaje’ tomen parte los hombres. Pero la disponibilidad inocente del joven autor, sus experiencias infantiles, su vocación misma de escritor, le llevarán lenta y seguramente al dolor, el sufrimiento y la alegría de los demás.
Mientras tanto, se hallan el mundo, la felicidad que produce su contacto, y la inocencia. El egoísmo es llamada necesaria: su envés son los otros, sus limitaciones y carencias, así como el envés del mundo amado es el exilio.
Alcanzarse a sí mismo en el fondo de la luz, y buscar el secreto del mundo para encontrarse en él; fundirse con la indiferencia de la realidad sensible que llena con su voz y su esperanza de artista, saber que “lo que cuenta es ser verdadero” es hoy su forma de sabiduría.
…y ¿cuándo soy más verdadero que cuando soy el mundo? Estoy repleto antes de haber deseado. Esperaba la eternidad y está aquí.48
Lo eterno es el presente; cada instante está la duración en nuestras manos y con ella, los dones de la verdad y de la lucidez. Ser lúcido es, por ahora, saber que todo está en este lado del mundo, que las promesas con que tienta el paisaje son mentira y que lo que realmente cuenta es la exaltación emocionada con que logre captar los únicos dones hechos a la medida del hombre.
PRIMERA SOMBRA: EL EXILIO
En la ciudad de Praga, viaje que Camus narra en el ensayo “La muerte en el alma”, experimenta por primera vez de manera vívida el desacuerdo entre el hombre y el mundo. Toda plenitud está hecha para la fisura; el paisaje amado será reemplazado por el del exilio, y el otro exilio, la muerte, se integrará pronto a la maravillada exaltación del presente.
Más tarde, evocará este paisaje gris y sin apertura, en El malentendido y La caída. A dicho grisáceo ámbito, aúna sentimientos como el aburrimiento, envés de la esperanza, la incomunicación, la extrañeza; la experiencia de una muerte ocurrida en el hotel en que se hospedaba, en cuarto contiguo al suyo y mientras leía el réclame de una pasta de afeitar, viene a henchir de desolación su aprendizaje de ciudades extrañas. Ya se delinea en el universo camusiano la dialéctica del exilio y el reino que definirá en buena medida su reacción frente a la existencia; en la infancia sintió la distancia entre él y su madre, a la que, sin embargo, tanto amaba: la imposible comunicación. Nada se puede hacer por los otros, cada uno es una isla difícilmente abordable.
Heme aquí sin adornos. Ciudad cuyas enseñas no sé leer, caracteres extraños en los que nada familiar se encuentra, sin amigos a quienes hablar, sin distracción, en suma. De esta habitación a la que llegan los ruidos de una ciudad extraña, nada puede atraerme para llevarme hacia la luz más delicada de un hogar o un lugar amado, lo sé bien. ¿Voy a llamar, a gritar? Rostros extraños aparecerán.49
Las antiguas costumbres, el trabajo de todos los días aparecen en el exilio como máscaras en las que nos protegimos para no percibir nuestra desolación; este exilio físico se integrará a la visión camusiana del mundo: la vida misma será exilio sin remedio, puesto que ningún reino existe capaz de colmar la aspiración humana hacia la felicidad. Herida la esperanza, renacerá todavía en la exaltada creación juvenil, frente a otro paisaje amado, bajo una luz distinta. Luego de la experiencia de la soledad vivida en Praga, Camus viaja hacia Italia, donde constatará que está listo para la dicha:
Una