Amado Señor. Pablo Katchadjian
estás escuchando– es único, y es mi deseo y es lo que yo quería hacer, porque es lo que hice y lo que es. No quiero otra cosa que hablarte a vos. Quiero crearte mientras te hablo, verte aparecer, aunque es cierto que no terminás de aparecer y que el que más aparece soy yo. ¿Debería darte más lugar? De alguna manera sé que no querrías; lo sé porque te creé, pero también porque cuando yo te hablo vos me hablás desde el fondo más profundo de mi cerebro o de mi corazón y creás mis deseos y ambiciones.
Amado Señor:
Es muy fácil hablarte cuando ya empecé a hablarte. De alguna manera saber que me estás escuchando hace que pueda decir cosas sin pensarlas, que es siempre mi fantasía: pensar todo después de hacerlo. Y sólo cuando te hablo logro esto. O, más bien: sólo cuando encuentro de qué forma debo hablarte. Que es lo mismo que decir “sólo cuando te hablo”, porque sólo se te puede hablar de una única forma, de la forma que es cuando es, y todas las otras formas no son más que fantasmas de lo que no existió. Cuando yo tenía tres años un hombre me secuestró y me retuvo con él durante algunas horas hasta que me encontró un tío y llamó a la policía. El hombre no me había hecho nada, yo apenas había llorado y no mostré ningún tipo de trauma. Pero siempre me pregunto qué pasó durante esas horas. ¿El hombre me habló? ¿Me dio de comer? Es un misterio que está guardado en el fondo de mi corazón o de mi cerebro. Me doy cuenta de que a veces hago cosas para imaginar ese momento. El hombre te buscaría a vos, me digo. Los humanos hasta los tres años son lo más parecido a vos que existe. ¿Me habrá hablado el hombre como yo te hablo a vos de todas estas cosas? ¿Mi deseo de hablarte vendrá de haber visto a ese hombre hablarme sin entender lo que me decía? ¿O lo entendí y lo olvidé y trato de recordarlo de esta manera? Cuando, varios años después, quise buscarlo para preguntarle, supe que el hombre había muerto en prisión, pero no por lo que me había hecho a mí sino por otra cosa distinta que había hecho después.
Amado Señor:
Otra vez, a la misma edad, fui con mis padres al teatro y, a la salida, en medio de la muchedumbre, sin que nadie me viera subí por unas escalinatas detrás de una nena de mi edad o un poco más grande que tenía un vestido blanco muy vistoso de gasas superpuestas. La seguí hipnotizado y mis padres llorosos me buscaron varios minutos hasta que me encontraron admirando a la nena o el vestido. Pienso que vos sos ese vestido blanco de gasas superpuestas y que yo te sigo hipnotizado. Como cuando, ya adolescente, en casa de un amigo me quedé hipnotizado ante la puerta entreabierta del cuarto donde su hermana mayor se secaba con una toalla; salí de mi estado cuando la puerta se cerró con un golpe; “¡me vio!”, pensé, y volví muy perturbado junto a mi amigo; cuando, unos minutos después, ella me saludó con un beso y una sonrisa, no supe si era complicidad o si en verdad no me había visto mirarla y la puerta se había cerrado sola. Esta situación se repite a menudo: no saber si un gesto es un reconocimiento o no es nada. Y así me pasa con vos, también: no sé si tus gestos son casuales o cómplices, si me están dirigidos o no. Hace poco me encontré en una fiesta con la hermana mayor de mi amigo y decidí sacarme la duda y preguntarle; me dijo que sí me había visto y le había parecido tierna mi cara hipnotizada pero que la puerta se había cerrado con el viento. A vos no te puedo preguntar qué fue lo que pasó. ¿O sí? Siempre sería tarde, en todo caso, como en las novelas del siglo diecinueve en donde dos jóvenes enamorados dudan del amor del otro y se convencen de que el amor del otro no existe y deciden que, sin ese amor, la vida no tiene sentido: viajan lejos, se internan en conventos, se casan con otros a los que no quieren y se reencuentran cuando ya la vida en común no es más que una fantasía imposible o ridícula. Parece que se tratara del temor a no ser correspondido, pero quizá sea más bien el temor a ser correspondido, que produce mucho más vértigo porque se proyecta en el futuro; en todo caso, es ese temor el que produce toda una serie de aventuras. Lo mismo me pasa con vos. Y al pensar todo esto pienso que quizá también podría o debería decirte Amada Señora, y si bien me confunde pensarte así, a la vez entiendo ahora que me confunde pensarte de cualquier manera y que hasta este momento no te había pensado; quiero decir, no sos un señor cuando sos Señor, ni tampoco serías una señora si fueras Señora, porque hay una única manera sin diferencias: no sos él ni ella, sos otra cosa sin sexo o con todos los sexos. Amada Bola, Amado Origen, Amada Nube: todo da lo mismo. Amada Secuencia, Amada Forma, Amada Tensión, Amado Ardor, Amado Centro, Amado Borde: todo da lo mismo porque es lo mismo. Amado Mismo. Amada Misma.
Amada Misma:
No es esto ni lo otro sino otra cosa. No es otra cosa sino otra cosa. No es lo que es ni tampoco lo que no es sino otra cosa. Siempre otra cosa. Esto es lo que me genera confusión. Siempre otra cosa. Siempre deslizándose. La única posibilidad es deslizarse con lo que se desliza. La víbora se desliza y sin embargo la víbora es una víbora. La tierra bajo la víbora es algo más cercano a esto que digo. La víbora se tensa y se destensa, aunque en realidad no es eso lo que hace. O sí, porque todo lo que está vivo se tensa y se destensa. El perro, por ejemplo, se tensa y se destensa. La rana se tensa y se destensa. La astucia se tensa y se destensa. Pero no todo llega a otro lugar al hacerlo. El perro, la víbora, la astucia: siempre son lo que son, no otra cosa. En cambio este tipo de tensión y distensión que me proponés lleva a otro lado, que es el lado de la otra cosa. No es un equilibrio. Creo que algo que me gustó mucho en cierto momento también me confundió bastante: me gustó porque me confundió. Un autor alemán de principios del siglo diecinueve dice que la vida es un combate contra el destino, y que uno debe tener abrazada a la vida como un luchador a su contrincante y experimentar y sentir en esa situación qué es la vida. La confusión viene de que yo entendí que este abrazo con la vida era una tensión que se sostenía. Porque no se puede vencer a la vida. ¿O sí? Este autor del que te hablo terminó suicidándose. De alguna manera la venció. Pero fue vencido por su destino. Y por la vida misma, al final. Porque destino y vida en este caso son lo mismo. Pero ahora entiendo que la idea es que uno debe estar abrazado en una lucha con la vida y el destino, sin posibilidades de vencer pero sí de ir empujando a la vida de un lugar al otro. Como dos luchadores de lucha grecorromana. La vida es invencible. Quizá lo que uno tiene que hacer en esa lucha es romper la identidad vida/destino para que el destino sea algo que se puede poner en duda. Ahí habría movimiento. Ayer veía unas fotos de la mano izquierda de uno de los guitarristas más importantes del siglo veinte. Un gitano, de hecho. Este gitano, que ya desde chico era buen músico, se casó a los dieciocho años y poco después, cuando estaba en el vagón de la caravana con su esposa, creyó oír un ratón y se puso a buscarlo con una vela; su esposa había estado armando flores de acetato, el acetato ardió en contacto con la vela y se produjo un incendio. Los dos escaparon con vida. No sé si la mujer sufrió quemaduras o no, pero sí sé que él quedó bien salvo por el detalle de su mano izquierda más o menos arruinada: los dedos menor y anular le quedaron tensados y no los podía estirar. Entonces inventó una nueva forma de tocar y se convirtió en el guitarrista que fue. La vida y el destino. El destino se presenta ante la vida como un fantasma nuevo cada vez, y la vida debe agarrarlo y tensarse en una lucha contra él. Ahí la vida sería equivalente a uno, y el destino es el oponente. Cuando vida y destino luchan juntos contra uno, ¡ay! ¿Qué hacer? Hay que reconquistar la vida para que se superponga a nosotros. Porque ¿qué somos si no? Un cuerpo duro, seco, luchando contra la vida y el destino superpuestos. Yo te hablo a vos y así traigo a la vida sobre mí. Y pongo al destino en duda y lucho contra él. ¿O no es eso lo que hago? Y si no es eso, ¿qué es? Creo que sí es eso.
Amada Misma:
A veces pienso que también podrías ser múltiple: Amados Globos, Amados Haces, Amadas Bolsas, Amadas Estrellas, Amados Obstáculos, Amadas Fauces. Pero sos muchos que, por fuerza centrípeta, se superponen en uno: Amada Misma. Y es tu fuerza centrípeta la que hace que uno se sienta atraído hacia vos. Pero para que eso ocurra hay que estar liviano. Idealmente, en estado de gracia. Tengo que decirte que los bebés me generan fascinación. Y también los insectos, especialmente los escarabajos. A un sabio le preguntaron qué se podía inferir de la mente del creador viendo lo que había creado, y el sabio respondió: un cariño desmesurado por los escarabajos. Dijo esto porque, en términos de cantidad de especies, los escarabajos representan el cuarenta por ciento de todos los insectos y el treinta por ciento de todos los animales: su variedad de formas y colores es única. Esto lo aprendí en un museo de ciencias naturales leyendo el cartel que estaba junto a una plancha