Amado Señor. Pablo Katchadjian

Amado Señor - Pablo Katchadjian


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creado –este texto–? ¿Qué se puede inferir de la mente del creador viendo lo creado –yo–? Se puede inferir más de una cosa. Y por lo general cosas contrapuestas. Muchos autores que me gustan, por ejemplo, tienen aspectos progresivos y regresivos que están en tensión; se los valora por los primeros y se los lee desde los segundos. Claro que aunque se quiera ver una sola cosa se está viendo la tensión. ¿Qué se puede inferir de…? ¿Qué se puede inferir de…? ¿Qué se puede inferir de…? Siempre inferir, inferir, inferir. No existe, por ejemplo: ¿qué se puede ver en…? Es una pregunta sin sentido. Y yo tengo que responder tu pregunta: ¿qué estás haciendo? Debo inferir. ¿Qué se puede inferir de lo que estoy haciendo viendo lo que estoy haciendo? Es casi imposible, porque yo mismo estoy infiriendo. ¿Qué se puede inferir de lo que estoy infiriendo? Me veo obligado a inferir para poder inferir. Vos me decís: “¿Qué estás haciendo?”. Y yo te respondo: “Ahora lo hago”.

      Amada Misma:

      No quiero buscar la agudeza ni tampoco quiero buscar cosas para poner acá en las enciclopedias o en cualquier otro lado, porque sé que la información no te interesa. Todo lo que digo te lo digo porque te estoy hablando: no busco, hablo, y así busco. Hace muchos años encontré en la calle un diamante: algo que brillaba me llamó la atención y yo, como un cuervo, lo levanté, y al levantarlo supe, a pesar de que no sé nada de piedras preciosas, que eso era una piedra preciosa. Así que la llevé a una joyería de unos amigos de la familia para que lo confirmaran. Me preguntaron de dónde la había sacado y les dije que la había encontrado en la calle. Ellos me dijeron que era un diamante muy valioso, que lo cuidara, y eso hice: me lo metí en el bolsillo y después lo puse en una cajita de plástico transparente. Lo tuve en mi poder un tiempo hasta que me cansé y lo usé para comprar el lugar en el que estoy ahora. Con lo que sobró compré un montón de cosas innecesarias que terminé regalando a muchas personas que nunca volví a ver. Las cosas y las personas se fueron juntas, y yo me quedé en el lugar casi vacío. Este lugar que es un diamante porque es el único lugar en el que puedo hablarte a vos. Es un templo de diamante. Amado Diamante. Amada Joya. Estoy dentro de este diamante hablándote a vos. Antes entraba el sol por la ventana, pero después construyeron un edificio que lo tapó. A pesar de eso nada cambió, y acá vos me escuchás porque yo te hablo a oscuras, y eso te hace existir y me hace existir a mí. ¿Qué estoy haciendo? Estoy dentro de este diamante oscuro hablándote a vos. ¿Y qué se puede inferir de…? Se puede inferir que esto me sostiene y me deja caer al mismo tiempo. Amado Mismo. Amada Misma. En esa tensión me muevo y me veo movido por vos. Se tensa y se destensa, como la política. Sólo la revolución le va a permitir a la política aparecer en un lugar nuevo. La política, que lucha contra la vida y el destino superpuestos. Cuando la política se una con la vida va a poder luchar contra el destino. Es decir, contra su propio destino de tensión y distensión circulares. En todas las áreas están los aliados de la muerte. Que son los aliados del destino, porque le entregan la vida. Del destino como lo dado. Hablarte a vos hace que la vida se vuelva mi aliada. Es conceptualmente lo mismo que una práctica revolucionaria y tiene la misma forma, como si fuera un modelo a escala. ¿Qué es la vida? Eso me lo estás preguntando vos. Y yo te respondo: la vida es lo que se opone al destino. Esto no lo sabía antes, lo sé ahora. Y lo sé porque te hablo. La vida viene hacia mí y entonces yo puedo entenderla. Una vez estuve en un pequeño naufragio; todos nadamos y todos nos salvamos. El naufragio era la vida, y nadar era la vida: el destino era hundirse.

      Amada Vida:

      El problema de hablarte directamente es que tu fuerza centrípeta se vuelve demasiado potente y todo lo absorbés: no queda nada fuera de lo que se te dice. Todo va hacia vos, como siempre, pero además va solamente hacia vos. ¿Quién podría leer esto que te digo, si yo te lo digo a vos y a nadie más? Tal vez no lo lea nadie. O tal vez lo lean como cuando se lee un testimonio. El testimonio de un diálogo con vos. El testimonio de una ocasión en la que escuchaste todo lo que se te decía. Pero que lo escuchaste sola. Amado, Amada, Amados, Amadas. Amadas Bestias, Amados Platos, Amadas Lonas, Amados Suelos, Amadas Bolas, Amados Osos. Y yo te hablo a vos pero quiero hablarles a todos ellos. Quiero que todos ellos puedan escuchar lo que te digo. O más: que todos ellos sientan que les hablo a ellos. Las Amadas Bestias, los Amados Suelos. Durante tres meses viví en una casa en un árbol en medio de la selva con una amiga. Mi amiga, dueña de la casa, era aprendiz de chamán y me inició no en sus secretos pero sí en los resultados de sus secretos. ¿Qué vi? Te vi a vos. Vos me hablaste y te vi, y vi que estabas formada por cosas que conocía. Estabas en el humo. Y después estabas en los insectos, incluso en los que nos picaban, o sobre todo en los que nos picaban. Eso decía mi amiga: que vos estabas en los insectos que nos picaban, porque esos insectos nos estaban incluyendo en su mundo y estaban incluyendo su mundo en nosotros. Quizá por eso los escarabajos son tan enigmáticos: porque no pican y no incluyen a nadie en su mundo. Uno los puede ver, ver y admirarse, porque muchos son muy vistosos. La vista es el sentido impoluto. Pero también uno los puede tocar. Y los puede oler. E incluso los puede chupar y a veces oír. El sonido de la masticación de los escarabajos, amplificado, es, lo supe esa vez, el sonido del fin del mundo.

      Amado Escarabajo:

      Los egipcios te adoraron porque sabían todo esto que te acabo de decir sobre vos mismo. Sabían que el sonido de tu masticación es el sonido del fin del mundo. Y lo sabían porque lo escucharon. Y lo escucharon porque el fin del mundo los rozó. Como nos roza ahora a nosotros. El sonido que nos roza es el de tu masticación. Y nos aturde: cuando nos deje de aturdir todo se habrá acabado. Pero quizá no se acabe y nos siga aturdiendo. O quizá no se acabe y nos deje de aturdir porque la tensión entre fin y no fin nos lleve a otro lado. ¿Adónde? Esa pregunta me la hacés vos, pero sólo vos, que movés con tus patas traseras esta bola de estiércol, sabés la respuesta. Pero posiblemente ni vos la sepas, porque no mirás hacia dónde llevás la bola: estás de espaldas. De espaldas a la revolución de la bola. Estoy leyendo un libro sobre bandidos y mesías. Dice que las épocas de bandidismo coinciden con las épocas de milenarismo. El bandidismo y el milenarismo son formas revolucionarias primitivas. Todo lo primitivo se une entre sí: eso también lo vi en la selva. Lo que no quiere ser primitivo se separa y se pierde. A no ser que la tensión entre primitivo y no primitivo lo lleve a otro lado. Por eso el presidente que hablaba de civilización y barbarie estaba equivocado y al mismo tiempo tenía razón. Estaba equivocado porque quería abolir uno de los términos; tenía razón porque lo fascinaba el término que quería abolir, y en esa fascinación estaba aceptando la tensión: la tensión entre estar equivocado y tener razón, que es lo que lo salvó del peso de la historia. Lo mismo me pasa con el sonido de tu masticación: quiero abolirlo pero me fascina. Y quiero separar y alejar la palabra “masticación”, que no me gusta, pero finalmente entiendo que querer alejarla me hace querer tenerla cerca. Quiero que deje de estar, pero no quiero que quede lo que resta solo. Quiero que el sonido de tu masticación y la palabra “masticación” me lleven a otro lado donde todo se concentra en un punto, el Amado Punto.

      Amado Punto:

      Cuando te hablo así te veo tan reducido y en eso reducido veo todo tan concentrado que me confundo, porque siento que no hay lugar para mí y que nada de lo que diga puede entrar ahí. Sin embargo todo entra: es el lugar en el que ya no entra nada pero a la vez entra todo sin que quede nada afuera. Porque lo que crea el espacio es la ausencia de tiempo. El tiempo es como el agua para las cosas vivas: sin agua ocuparían muy poco lugar. Las cosas sin tiempo ocupan muy poco lugar. Ningún lugar, de hecho. Por eso en el punto no hay nada, es el vacío que absorbe todo lo que se le acerca, y todo se le acerca. Pero yo sé que cuando te hablo a vos debo acercarme sin entrar en vos, porque si entro me convierto en nada, en una nada sin tiempo. Entonces tengo que estar agarrado del borde del punto sin dejar que el punto me integre. Pero también sé que tengo que estar lo suficientemente cerca como para que vos me escuches. Y entonces estoy en esa nueva tensión entre ser absorbido y no ser escuchado que es la tensión que me permite hablarte y al hablarte crearte y al crearte que me crees a mí. Acercarse demasiado es desaparecer y todavía no me pasó nunca, porque eso es la muerte. Alejarse demasiado es algo que ocurre a menudo, y cuando pasa eso sé que te pierdo y no me escuchás y no te creo y vos no me creás a mí, y entonces no existo, y ando por ahí aplastado, seco, viendo cómo la vida amenaza con unirse al destino, y entonces empiezo a buscarte para hablarte de nuevo y vuelvo a encontrarte y al encontrarte


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