Diario de Nantes. José Emilio Burucúa
parágrafo 2 versión Sam [Truett]).
2) ¡NO ES GRAVE!
Los muertos se han ido para siempre.
Los sobrevivientes que todavía sufren no recibirán ningún auxilio de nuestra declaración.
Si el fin de una declaración común hubiese sido el de expresar nuestra tristeza y nuestras condolencias, habría habido una urgencia, y el consenso para esa parte de la declaración se hizo presente desde el primer día de nuestras discusiones (el asunto es fácilmente verificable en los mensajes).
Si, por el contrario, el fin de una declaración fuese ir más allá de expresar simpatía y tristeza compartida, es mejor basar los consejos a las víctimas, a los sobrevivientes, al gobierno francés, sobre un análisis adecuado de la situación. En tal caso, la urgencia y el pánico son malos consejeros. No hay urgencia ninguna por llegar a la conclusión correcta (como en el caso de los ejercicios de matemáticas avanzadas, a menudo se trata de un “uno” o bien de un “cero”), pero sí hay urgencia para encontrar un análisis fundado, sostenible, y eso no se logra en uno o dos parágrafos.
3) Podemos ELEGIR hacerlo en la vida y en el Instituto de Estudios Avanzados de Nantes, pero NUNCA estaremos OBLIGADOS a sacrificar el “pensar por nosotros mismos” a favor de un consenso “total”.
Para concluir con la palabra sabia de Mamadou en su contribución a nuestro debate, aún cuando el día es joven:
Cheers!
Jan
Si acaso decidiéramos limitarnos a una expresión de simpatía hacia las víctimas y los sobrevivientes, tengo aquí, gracias a una contribución anónima muy apreciada, una versión francesa, mejorada explícitamente para un “parágrafo 1 que permanecería solo”:
Nosotros, residentes y personal del Instituto de Estudios Avanzados de Nantes, expresamos nuestra tristeza y nuestra solicitud ante el estallido de violencia que acaba de golpear a inocentes en varios lugares de París. Dirigimos nuestras condolencias sinceras a sus familias en duelo. Los atentados parisienses y, muy poco tiempo atrás, los que afectaron a Beirut, Siria, Ankara, Kenia o Egipto [según la sugerencia de Livia, podríamos agregar Pakistán y Afganistán], no representan sino una parte de la violencia creciente que puede golpear –y de hecho lo hace– a cualquiera, en cualquier lugar del mundo. Por cuanto son los franceses su blanco inmediato, queremos asegurarles que nosotros, quienes representamos a los cinco continentes, a sus diversas religiones e ideologías, nos sentimos indefectiblemente solidarios con ellos en esta hora de crisis.
Ahora que acabo de traducirlo y lo releo, me temo que no firmaré. No quisiera que mis nietos me preguntasen muy pronto: “¿Así comenzó tu participación en la guerra, abuelo?”. Pocos minutos más tarde, Truett envía un e-mail que, según conjeturo, da por concluido el intento colectivo.
Aprecio mucho el tiempo que cada quien invirtió anoche en este asunto. Expresamos diferencias de opinión que fueron todas sinceras y legítimas. Espero que hayamos sido capaces de transitar esa conversación con la certeza de que muchas cosas nos mantienen unidos en tanto comunidad. [...] Creo que todavía tenemos la chance de suscribir una declaración, que podría ser la adelantada por Jan en su último e-mail. Lo digo por una razón práctica. Para quienes pretenden decir algo más siempre será posible hacerlo en otra parte pero, para quienes desean decir menos, sería imposible desdecirse si hubiesen puesto allí sus nombres. La carga de la declaración larga pesa mucho más en la comunidad como un todo, aunque para algunos el mensaje de la corta parezca menos poderoso. [...] Soy consciente de que el hecho de que no hayamos alcanzado un consenso en este caso tampoco tiene que disminuir nuestras posibilidades de colaborar y acordar en muchas cosas a lo largo de este año.
Finis non coronat opus.
Sudhir, Kumar, Rimli, Fernando más Lidia, una amiga suya burgalesa que conoce bien la Argentina, amiga de Luisa Valenzuela, vienen a cenar a casa y a ver la película Un cuento chino, de Sebastián Borenzstein. Buscamos distraernos. Kumar y Rimli encuentran que el fin es muy delicado, a pesar de las palabrotas que no deja de decir su personaje principal. Hago un guiso de quinoa que me sale de rechupete, con cebolla, salsa de tomate y hongos.
* * *
21 de noviembre
Dolor en la columna, mucho. Voy, no obstante, al cine a ver Spectre, la última del 007. Muy entretenida. Leo y me río con Bouvard et Pécuchet. Tomo vino caliente y como dos buenas salchichas de Alsacia en un mercado de la Place Royale, copiado de los Weihnachtsmärkte de Alemania.
* * *
22 de noviembre
Elecciones presidenciales en Argentina. Hubiera votado por Macri, naturalmente. Voy al cine Katorza, a la vuelta de la Ópera en la plaza Graslin. Quería ver Francofonía, una película de Sokúrov sobre los planes nazis para llevarse el Louvre a Alemania durante la ocupación. Empiezo a mirar el film y me topo con tomas vinculadas a los orígenes de la banda Baader-Meinhof. Este Sokúrov siempre empieza de modo extraño sus películas, me digo. Pero no, me confundí de sala y vi un documental sobre la dicha banda, efectivamente, Une jeunesse allemande, de Jean-Gabriel Périot. Al caer en la cuenta, mi interés por la vida infortunada de Ulrike Meinhof había crecido y resolví seguir en la sala. Trágicos destino y existencia, los de esa mujer de coraje, inclaudicable, quizá asesina. Como quiera que sea, la figura de Helmut Schmidt no sale muy bien parada. Se lo ve un ser frío, calculador, despiadado. Pensar que hace pocos días murió ese hombre, uno de los arquitectos de la Europa actual.
* * *
23 de noviembre
Ganó Macri. Alivio. No tendremos peronismo por un tiempo. Espero que no tengamos tampoco kirchnerismo, definitivamente. Cumplo sesenta y nueve años. “¿El 6 adelante y el 9 atrás?”, me pregunta León desde Buenos Aires. Gran acontecimiento en el seminario. Fernando Rosa Ribeiro, introducido por Mamadou Diawara como una suerte de enfant terrible de la antropología brasileña y créole, presenta “Leer a Avicena en el Decán: Plantas, drogas, ciencia y magia en la Eurasia de la temprana modernidad y en el océano Índico”. Fernando nos adelanta que su relato se refiere a temas y disciplinas entrecruzadas. Podríamos considerarlo resultado de las historias conexas y globales, objeto de una cierta ecología de la mente y de la fenomenología de la percepción. Nos habla acerca del libro Coloquios, escrito por el portugués Garcia de Orta, cristiano nuevo instalado en Goa en el siglo XVI. Allí publicó su obra, una de las primeras impresas en la India dominada por los portugueses, en 1563. Camoens, nada menos, lo elogió en un poema colocado al comienzo del volumen:
Gracias a ti, estudié la antigua ciencia, que ya Aquiles estimó. Me mostraste en ese tiempo el fruto de aquel jardín donde florecen plantas nuevas que los doctos desconocen. En tu huerto insigne, los campos lusitanos producen varios simples que las sabias y malvadas Medea y Circe nunca conocieron, que han excedido las leyes de la magia. Veo, cargado de años, letras y larga experiencia, a un anciano, quien, instruido por las musas gangéticas en la ciencia sutil de curar y en el arte silvestre, vence al viejo Quirón, maestro de Aquiles.
Pensemos, en primer lugar, que Orta no pudo escribir libremente. La Inquisición lo espiaba, igual que a su familia. En 1569, un año después de su muerte, su hermana Catarina fue quemada en Goa por hereje. En 1580, tras un largo proceso in absentia et post mortem por la misma causa, los restos de nuestro hombre fueron exhumados y quemados; sus cenizas, arrojadas al mar. Ahora bien, ¿de qué tratan los Coloquios? Pues de plantas, árboles, farmacopea, de la flora que los portugueses encontraron y recogieron durante sus viajes por el Asia. Orta tenía una gran biblioteca donde buscar datos, un jardín propio muy famoso donde cultivar las especies cuyas formas y propiedades describía (el coco, el opio, la datura –el sedante vegetal que solía darse a los sirvientes para hacerlos más dóciles–, etc.), y una familiaridad estrecha con informantes locales cuyas palabras directas él mismo registró, en forma de viñetas, a lo largo de su texto. Así ocurrió que los esclavos tomaron la palabra en documentos coloniales, por primera vez fuera de los expedientes de la justicia donde solía llamárselos en calidad de testigos o acusados. No obstante, en la obra de Orta, una sola esclava, Antonia, figura con su nombre; ella proporcionaba a don Garcia