Diario de Nantes. José Emilio Burucúa
modo que, a veces, hay sólo una película de agua que cubre todo el plano, otras, permanece la película pero brotan chorros de altura variable en varios puntos del conjunto. Si uno se saca los zapatos o lleva sandalias u ojotas, puede caminar y correr arriba de esa superficie. Los niños, enloquecidos de contento. Por las noches, el espectáculo de las figuras que se mueven por encima y entre el agua combina belleza y misterio.
En el cineclub, vimos una película de Chris Marker, director francés cuya obra no conocí hasta ahora. Fue tan importante como Resnais o Godard, pero nunca vi nada filmado por él. Creador del cine-ensayo en los sesenta, maestro del collage en movimiento, su cine documental se convirtió en un producto militante a favor de los movimientos revolucionarios en el mundo. De 1978 es El fondo del aire es rojo, film de cuatro horas de duración, que yuxtapone documentales sobre el auge y la caída de los alzamientos socialistas y las guerrillas. Hoy, vimos una obra de 1982, Sin sol. El nombre sale de la colección de cantos y danzas de Modest Músorgski que lleva ese mismo título. Alude a nuestra Tierra transida de infelicidad, con pocas esperanzas de alumbrar una época de justicia tras el fracaso de las utopías revolucionarias y la evolución despiadada del capitalismo. La película desarrolla imágenes de esa tensión al establecer un contrapunto entre el destino del movimiento de independencia en Cabo Verde y en Guinea-Bisáu contra Portugal (triunfante en septiembre de 1973, a pesar del salvaje asesinato de su líder Amílcar Cabral), y la sociedad exhausta, conflictuada, hipermoderna y supersticiosa del Japón industrializado. Una voz de mujer en off lee las cartas enviadas por un cameraman ficticio, un tal Sandor Krasna (son textos de Marker, en realidad), quien ha visitado y realizado los documentales de aquellos países que se nos aparecen en forma de un patchwork alucinante. Con frecuencia, las imágenes son introducidas en un video sintetizador Spectron, al que su inventor imaginario, Hayao Yamaneko, ha llamado “La zona” en homenaje a Andréi Tarkovski y la película Stalker. Las figuras en movimiento se reducen a sus siluetas, a sus espectros transparentes. La historia se ha transformado en un drama de fantasmas.
Cené en la misma mesa de Kumar Shahani, de Jérôme Baron, director del Festival de los Tres Continentes que se realizará, según costumbre, en Nantes a fines de noviembre, y de Guillaume Mainguet, el coordinador del taller cinematográfico “Producir en el Sur”. Este año, el taller cuenta con la asistencia de seis equipos venidos de Taiwán, África del Sur, Costa Rica, Chile, India y Georgia. Hablamos de Herzog y de Buñuel, cuyo cine es un modelo perenne para nuestro Kumar.
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11 de noviembre
Mi prima Marie-Françoise y su marido, Jean Serra, llegan de visita a Nantes en el tren de las 11:06. Se alojan en casa. Estoy muy contento de tenerlos aquí hasta la noche del viernes. Mi soledad tendrá un respiro. Los llevo a visitar la catedral, el castillo y su museo. Descubro unos mascarones de proa que me recuerdan el del Duchess of Albany en el museo de Tierra del Fuego. Más un retrato muy bello de una bretona imaginaria e ideal que el pintor Hippolyte Berteaux hizo a pedido de la empresa Lefèvre-Utile, fabricante de las galletitas beurre LU, en el año 1900. Me llama la atención un crucifijo en marfil del siglo XVII, que podría haber sido tallado por africanos en las Antillas francesas. Almorzamos en un lugar encantador, La Mangeoire. Y tomamos una cerveza en la Taverne du Roy, frente a la Place Royale. Bellas conversaciones.
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12 de noviembre
Almuerzo con Fernando Rosa Ribeiro y la fellow recién llegada, Livia Holden, antropóloga italiana, quien trabaja en la Universidad Internacional Karakoram, en el territorio de Gilgit-Baltistán, el más septentrional de Pakistán. La profesora Holden nos contó acerca de la situación social y política de ese país al pie de las montañas del Karakórum, casi tan elevadas como las del Himalaya. Allí vive y enseña: una región disputada por Afganistán, China y la India, pero administrada aún por Pakistán, donde viven aisladas entre las montañas poblaciones de lenguas y religiones dispares. Las comunidades están agrupadas en tribus, que forman a veces reinos bajo el cetro de un monarca electivo y, por lo general, extranjero. Los marcos políticos son muy fluidos. Desde el punto de vista religioso, los shiitas constituyen la mayoría. No obstante, sus prácticas de flagelación suscitan el rechazo vehemente de los sunitas y de los propios ismaelitas, partidarios de la Shia que se distinguen por seguir al imam Ismael, bisnieto de Ali, y por negar la piedad de las autoflagelaciones. De las tribus proceden los estudiantes de la Universidad Internacional, quienes aspiran a formarse para iniciar una carrera administrativa en el Estado pakistaní, pero suelen verse arrastrados al fracaso por las fidelidades y obligaciones tribales o por las agresiones del ejército contra los habitantes de toda la región. Tendré que seguir preguntando sin agobiar a Livia. Nunca escuché nada semejante. Quisiera viajar mañana mismo al lugar, si fuese posible.
Françoise Rubellin nos convocó esta tarde para mostrarnos los resultados de su investigación como profesora de literatura francesa de la edad clásica en la Universidad de Nantes. Tema: “Coerción e inventiva en los escenarios del siglo XVIII”. Luis XIV buscó construir una cultura en la que el Estado monárquico tuviese el monopolio y el control de las actividades estéticas y científicas. El buen gobierno en esos campos se identificaba con una academia para las ciencias, un solo teatro y una academia para cada arte mayor, de cuyo desarrollo dependía el esplendor del rey. En 1669, fue creada la Academia Real de Música, de la que pasó a depender el espectáculo de la ópera. En 1680, fue fundada la Comedia Francesa, a partir de la fusión de tres teatros o compañías, entre las que se encontraban los comediantes de Molière. La única casa teatral a la que se permitió funcionar sin privilegio real y por fuera del monopolio del Estado fue la así llamada Comedia Italiana, presente en Francia desde la segunda mitad del siglo XVI merced a la influencia de las dos reinas de la casa Médici que tuvo la corona (Catalina, esposa de Enrique II, y María, esposa de Enrique IV). Los actores italianos fueron los primeros profesionales del reino y convirtieron a los personajes de la Commedia dell’Arte en las figuras centrales del teatro cómico: Arlequín, Pantaleón, Polichinela, Colombina. A pesar del interés personal que Luis XIV tenía hacia la Comedia Italiana, el rey ordenó la clausura de su teatro y prohibió sus funciones en 1697. Françoise cree que la razón de semejante medida fue la pérdida de público que padecía entonces la Comedia Francesa. De todos modos, otras formas del teatro libre, cómico y popular se abrieron paso durante el siglo XVIII en las ferias anuales de Saint-Germain y Saint-Laurent en París. La primera, situada donde hoy se encuentra el Odeón, tenía lugar entre febrero y marzo, con gran asistencia del pueblo, de la aristocracia y la gran burguesía. Allí se vendían tejidos de buena calidad, bienes suntuarios, vestimentas de moda y funcionaban tres teatros estables. La segunda feria, emplazada donde hoy está la Gare du Nord, se extendía entre julio y agosto. Su oferta era más simple, centrada en las necesidades del menu peuple, pues pocos ricos quedaban en París en los meses del verano, ya que preferían pasarlos en sus propiedades campestres. No obstante, en Saint-Laurent también se hacían representaciones teatrales.
En 1762, un incendio destruyó las instalaciones de la feria de Saint-Germain. Su restauración se prolongó por diez años. Pero la experiencia teatral que los parisienses habían vivido en la feria anterior al incendio alimentó la memoria estética de Francia en el resto del siglo. Los grabados y la pintura nos recuerdan aquella época dorada de la comedia popular y sus variantes circenses: el equilibrista o “danzarín de cuerda”, el dentista del Gran Mogol, el vendedor de triaca, la exhibición de animales raros, como la rinoceronte Clara, que recorrió Europa entera, pintada por Pietro Longhi en Venecia en 1751 y por Oudry en Saint-Germain en 1749. Françoise nos mostró una tabaquera de 1763, decorada por el miniaturista Louis-Nicolas van Blarenberghe, en la que se ven los ingresos a los tres teatros de la feria antes del incendio, un espectáculo de marionetas y un negocio de venta de cuadros. El detalle del hombre que compra su entrada para una de las salas, en cuatro centímetros cuadrados de la pintura, es asombroso. Toda esa agitación del mundo teatral no expresaba sino un conflicto amplio y siempre reeditado en el siglo XVIII, que se llamó la “guerra del teatro”. La Comedia Francesa exigía, una y otra vez, de las autoridades de la ciudad o de la policía el cumplimiento de los privilegios reales que la amparaban. A cada reparo que la Comédie interponía, los actores y dramaturgos de las ferias contestaban con algún subterfugio ingenioso para evadir la ley. Por ejemplo: cuando se prohibía la representación de obras enteras, el teatro ferial respondía