Diario de Nantes. José Emilio Burucúa
cómo se entrelazaba el destino aventurero de un individuo con los procesos de escala nacional e imperial que dominaron la historia del siglo XIX. De qué forma una persona podía atravesar las fronteras materiales y violentas, los límites intelectuales de las lenguas, las costumbres y las creencias. Truett ha logrado transmitirnos los desplazamientos continuos de los puntos de vista al escribir la biografía en contexto del inglés mexicanizado John-Juan Denton Hall. Ha sido capaz de trabajar a fondo los problemas de la llamada histoire croisée, entangled history (historia de encrucijadas, digamos en español) y el devenir complejo de las regiones limítrofes áridas entre los Estados Unidos y México, pero también en las fronteras marítimas, móviles, confusas, de los mares de China e Insulindia. Unos buenos diez minutos de la conferencia estuvieron dedicados a narrar la historia del sultanato marítimo de las islas Sulu en la misma época: una región del mundo, atravesada de aventureros, “renegados”, marinos hábiles de todas las naciones, que Pekka Hämäläinen podría describir en términos de un “régimen político-social cinético” de raiders de agua salada, comparable al Imperio comanche de raiders terrestres en la Norteamérica de los siglos XVIII y XIX. Paradójicamente, las construcciones imperiales europeas del Ochocientos hicieron posible la circulación intensa de hombres, bienes e ideas en los lugares que la historiografía, moldeada por los mismos proyectos de poder global y de grandes naciones, ha dejado hasta ahora en la sombra. Truett se siente feliz, por cierto, de haber demostrado hasta qué punto el camino de un individuo, inteligente más que sabio, temerario más que valiente, escapó a aquellas grandes construcciones políticas y a la voluntad de sus poderosos. Sospecho que Sam quiere dejarnos también un mensaje de esperanza sobre el sentido y el futuro de las migraciones que hoy arrastran a millones de personas sobre la Tierra.
Los comentarios fueron tan fuera de serie como la exposición. Rosa Ribeiro estaba muy contento. Pidió tan sólo a Truett que no usase la palabra “Indonesia” para referirse a Borneo y aledaños. Que emplease, en cambio, el término “Nusantara” en el que hoy se reconocen los habitantes de las antiguas Indias Orientales Holandesas. Dmitrii Tokarev preguntó sobre la influencia que las tensiones entre ficción y no-ficción han tenido en el trabajo concreto de Sam, quien dijo haber tenido presente siempre el dilema para no caer en la ficción. Samuel Jubé, as usual (o mejor, comme d’habitude, ya que nos encontramos en Francia), estuvo muy sagaz: hizo un paralelo entre las borderlands de la historiografía transitada por Truett y las marches, “marcas”, tierras en los límites del Imperio carolingio, gobernadas por marqueses, cuya existencia implicó una institucionalización de las zonas de frontera. Ward Keeler acotó algo importante: la idea misma de límite internacional es un constructo europeo. En el sur del Asia, en el África, ¿a quién le importa la frontera? Pero se preguntó también si acaso la civilización china no produjo un concepto de frontera semejante al occidental. Rimli, con la misma inteligencia superior de siempre, nos hizo notar que las aventuras de John Denton Hall habían tenido formas muy diferentes según se tratase de un contexto determinado por los imperialismos europeos y la situación colonial (sudeste asiático) o bien por la presencia de Estados nacionales en formación (América del Norte). ¿Fue Hall el actor o sujeto agente de un imperio? Truett prefiere ver a su criatura más bien como un tecnólogo y hombre de ciencia. Kumar deploró que el mundo actual se hubiera vaciado por completo de historias parecidas a la de Hall. Sudhir, quien había leído de la diapositiva el texto del prefacio en el libro Travels and Adventures, concluyó con perspicacia que su estilo era el de un escritor que buscaba convencer a comerciantes e inversores para que acudiesen a la explotación de minas en Sonora; en efecto, no hay en esas líneas el atisbo más leve de querer presentar las memorias de una vida o las reflexiones de un científico explorador. Por mi parte, quise saber si la burguesía del siglo XIX no había sido muy consciente del papel de personas como John Denton en la civilización de su tiempo, pues así me lo hacía pensar la literatura de viajes imaginarios y reales de aquel tiempo. Samuel estuvo de acuerdo con mi conjetura. Se refirió al polaco-inglés Conrad, al norteamericano O’Brien y, por supuesto, a Julio Verne, el nantés. Pero agregó que las historias de pioneros, testimonio de un mundo fluido, comenzaron a desaparecer a finales del siglo XIX, momento en el que deberíamos situar el comienzo de la “osificación” de las fronteras en el mundo (¡bella metáfora!).
En el almuerzo, Aspasia me interrogó acerca de mi interés por historias parecidas. Se ve que ha curioseado la Enciclopedia B-S, de la que demostró conocer muchos detalles. Resumí la vida central del Hombre Montaña II, a lo que Babacar acotó que la lucha es, hoy, el deporte nacional de Senegal. Por esta y otras razones que emergen de la bonhomía arrasadora de mis compañeros senegaleses, creo que examinaría con gusto la posibilidad de un afincamiento familiar en aquel país. Tanta es la importancia del wrestling en el África Occidental, que los luchadores reciben el asesoramiento y la protección espiritual de los marabúes. De este punto, la conversación derivó hacia las prácticas mágicas en nuestros países y el papel del Estado frente a ellas. Me referí al trabajo de Bubelo, por supuesto. Babacar dijo que, a pesar de estar explícitamente prohibidos la magia y el curanderismo en Senegal, los gobiernos hacen la vista gorda. Samuel Nyanchoga agregó que las comunidades rurales de Kenia suelen ser cristianas de día y cultivar la magia durante las noches. La persecución de brujos y hechiceros no es infrecuente. Aunque se trata siempre de una actividad nocturna. Cuando la policía es convocada y llega al lugar donde han sido denunciadas prácticas del tipo, las pruebas se han desvanecido.
Hablé con Aurorica y Nicolás por Skype. Resultados esperanzadores en las elecciones de Myanmar. Nuevo contento para Fernando Rosa Ribeiro.
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10 de noviembre
Recibimos un e-mail de Ward Keeler acerca de su insistencia en llamar “Burma” a Myanmar. Es un texto muy bueno y convincente. A partir de ahora, volveré al viejo “Birmania”, que solía usar en tiempos del señor U Thant, honorable Secretario General de las Naciones Unidas. Pero no corregiré las páginas anteriores del diario, con el fin de subrayar que debo el cambio a los argumentos eruditos y humanistas del colega Keeler. Si él me autoriza, traduciré su mensaje que es, en realidad, una nota al pie de página destinada a su nuevo libro sobre Mandalay.
Acabo de recibir su permiso y procedo:
Elegí no sustituir los nuevos nombres de la nación Estado de “Burma” [“Birmania” en castellano] y de su capital “Rangún” cuando escribo en inglés, a pesar de las instrucciones del gobierno birmano en contra de ello. La justificación oficial del cambio de nombre del país (producida a comienzos de los noventa) de “Birmania” a “Myanmar” se basó en la idea de que el primero haría aparecer al grupo étnico dominante, los birmanos, que constituyen los dos tercios de la población, en un lugar de precedencia respecto de otros grupos étnicos de la nación, por lo cual la modificación del nombre acabaría con esas implicaciones indeseadas. Sin embargo, aquellos dos nombres derivan ambos de la lengua de los birmanos; difieren tan sólo en que Bama pertenece al registro informal o coloquial, mientras que Myanma corresponde al registro formal. [...] Si hubiera un país llamado “Estados Unidos de América Blanca” y muchos ciudadanos sintieran, con razón, que se trata de un nombre excluyente, no significaría nada cambiar el registro y no el significado mediante una sustitución por “Estados Unidos de América Caucásica” (Aung San Suu Kyi usa incidentalmente “Myanma” cuando habla en birmano, pero “Burma” cuando lo hace en inglés, a pesar de que el gobierno la haya castigado públicamente por usar este término cuando viajó al extranjero en 2012). Al modificar “Rangún” por “Yangon”, otro reemplazo promovido por el régimen militar, la pronunciación inglesa se acercó marginalmente a la pronunciación birmana. [...] Pero no estoy dispuesto a cambiar el modo en que hablo inglés por deferencia ante la oficialidad birmana, como tampoco lo estaría a pronunciar “Parí” y no “Paris” si acaso los militares franceses me exigieran hacerlo cuando hablo en inglés sobre su ciudad capital. ¿No resultaría muy snob si sacara a relucir mi mejor acento francés cuando aludiese a París en inglés? [...]
Leo en la revista de la metrópoli una declaración interesante de Rudy Ricciotti, el arquitecto que tiene a su cargo el proyecto de la futura estación de trenes de la ciudad: “Hay que rehusarse al exilio de la belleza por todos los medios posibles”. En tal sentido, qué mejor que un artículo sobre el Espejo de Agua, una fuente extraordinaria que