Los Registros Akasicos segun Edgar Cayce. Kevin J. Todeschi
ella siguió al pie de la letra las sugerencias de Cayce, que incluían un cambio de dieta, medicaciones internas y masajes; en el término de dos semanas ya fue evidente una franca mejoría y pasados dos meses ella se sentía perfectamente normal. No hubo necesidad de operación alguna.
Ella había recibido su primera lectura en abril de ese año, y su información había transformado lo que pensaba de sí misma, de sus penurias y de su familia. Cayce empezó la lectura diciendo: «Sí, tenemos aquí los registros de esa entidad que ahora es conocida como o llamada Anna Campbell» (1523-4). Aunque Anna jamás había considerado siquiera algo tan ajeno a ella como la reencarnación, las percepciones que obtuvo de la lectura cambiaron su vida para siempre y se volvieron tan reales para ella como el presente. Más tarde, Anna le diría al señor Cayce que el haber entrado en contacto con él y su familia para ella significaba «más que ninguna otra cosa que hubiera llegado jamás a su vida . . .» porque el pasado parecía estar conectado al presente de la manera más asombrosa. La historia que surgió de los registros akásicos contenía impresionantes conexiones con sus problemas actuales.
Cien años antes, ella había nacido como hija en el hogar de una familia que vivía al límite de territoritos todavía no colonizados. Sus padres eran colonizadores estadounidenses que a duras penas se ganaban la vida trabajando la tierra. Al parecer, en esa época Anna estaba interesada más que todo en ella misma, sin importarle el estilo de vida recomendado por sus padres del siglo diecinueve. Esta lectura resumió la motivación de Anna durante ese período así: «¡Ella tomaba lo que deseaba y obtenía lo que quería!».
En un interesante anticipo de su presente, cuando tenía diecisiete años, un vagabundo poco recomendable la convenció de escaparse de casa para ser su «pareja». Ella aceptó sin dudarlo un instante, y ambos partieron en dirección oeste a una región entonces conocida como Fort Dearborn, cerca de lo que actualmente es Chicago.
Pronto, una madam propietaria de una de las tabernas, se hizo amiga de ella. La mujer era fuente de gran ayuda e inspiración para muchas de las chicas que trabajaban para ella. De hecho, había ayudado a muchas de ellas a volver al buen camino cuando su vida parecía más perdida. La madam consideraba el trabajo de ellas como una forma de brindar compañía a hombres solitarios y un medio de dar tiempo a las mujeres para que recapacitaran sobre sus vidas. Por su parte, Anna lo veía como una forma de obtener lo que se le antojara. A pesar de sus distintos enfoques, la madam se convertiría en su amiga más querida y consejera más cercana; y en su propia madre cien años después, en el futuro. Por decisión propia, Anna se convirtió en una artista de taberna y no tenía problema en brindar diversión privada a los clientes del bar. Con el tiempo, tuvo un hijo de su pareja el vagabundo, pero insistió en conservar su posición como artista, mesera y moza de cantina.
A excepción de uno de los guías del fuerte, pocos inconvenientes parecían afectar su vida. El guía, que se las daba de eclesiástico, aborrecía las «abominaciones» que tenían lugar en la taberna. En cambio, consideraba su propia vida bastante ejemplar. A su juicio era tan inapropiado todo lo que estaba ocurriendo, que con frecuencia encontraba ocasión para condenar las actividades de la taberna, sus artistas e incluso sus clientes. Esto condujo a frecuentes enfrentamientos (¡y peleas a puñetazos!) entre el vagabundo-pareja de Anna y el guía. Fueron varias las veces que el guía recibió sus buenas palizas, y el conflicto entre los dos nunca se solucionó realmente: para Anna no fue ninguna sorpresa encontrar que su vagabundo-pareja volvería como hermano de ella, Warren, y que el guía del fuerte no era otro más que su papá.
Por último, la contraparte de Anna en el siglo diecinueve se aburrió de su relación con el vagabundo y se juntó con un colonizador llamado John Bainbridge. La vida siguió sin muchos cambios hasta que los ataques de los indios al fuerte obligaron a escapar a Bainbridge, Anna y un grupo de personas. Durante uno de los ataques y la consiguiente huída, Anna se vio obligada a abandonar a su hijo. Aunque en ese momento no tuvo alternativa, al parecer Anna jamás volvió a pensar en el niño. Lo que correspondería a un giro interesante en el siglo siguiente cuando ella no podría pensar en nada más que en tener hijos y se preguntaba por qué sería estéril.
Los indios persiguieron al grupo, y en algún momento los rodearon mientras flotaban arrastrados por la lenta corriente de un río. Muy asustada, Anna tuvo un pensamiento recurrente durante todo el episodio: «Tengo que salir de este lugar. ¡Tengo que salir de este lugar!». Ese mismo pensamiento se repetiría en casa de su tía cuando un paraje activó en su memoria el recuerdo del fuerte y los indios, aunque el peligro ya había pasado mucho tiempo atrás.
Finalmente, Anna se las arregló para escaparse de los indios, pero Bainbridge perdería su vida por salvar la de ella. Con el tiempo, ella acabó en Virginia, el lugar de su «actual natividad», donde se convirtió en una nueva persona. Quizás por los acontecimientos de su vida anterior o tal vez por su deseo de empezar de nuevo, cualquiera que fuera la causa, Anna llegó a ser conocida como un «ángel» por los necesitados. Ella consolaba a los enfermos, aconsejaba a los díscolos y ayudaba a los pobres. Su vida tocó a muchos y fue muy querida por su bondad, y nadie supo jamás de sus aventuras como moza de cantina.
En alguna oportunidad, ella cuidó hasta que recuperó la salud, a un colonizador que parecía estar emocionalmente descuidado por su esposa. Anna lo recibió no tanto porque ella lo amara, sino porque él la amaba y ya Anna no se preocupaba sólo por sí misma. Curiosamente, aunque la mujer del hombre no estaba interesada en él, tampoco quería que nadie más se interesara, y se amargó muchísimo sobre todo contra Anna por robarle lo que era «suyo». Cien años más tarde la amargada esposa se convertiría en Vera, la hermana de Anna, y el hombre que en realidad nunca había amado volvería a ella como su segundo esposo, Alan.
Aunque su vida en el siglo diecinueve no fue muy larga—murió de cuarenta y ocho—, implicó muchas aventuras, experiencias y lecciones, todas las cuales afectarían directamente su siguiente vida en el siglo veinte, al nacer en una familia de colonizadores en un pueblo muy pequeño.
La experiencia de Dearborn no fue la única vida que Cayce le contó a Anna; no obstante se informó como la de mayor influencia sobre su actual estadía. Le contó de otras dos vidas anotadas en los registros, que estaban ejerciendo una tremenda influencia en su vida presente: una en Francia y otra en Laodicea (parte del Imperio Romano). En total, Anna supo de seis vidas que estaban afectando en gran medida su experiencia actual: Fort Dearborn, Francia, Laodicea, Israel, Egipto y Atlántida. Y era la de Francia la que había dado origen a la situación con Robert, su primer marido.
En Francia, ellos habían sido amantes, pero todo se había mantenido en gran secreto. Robert formaba parte de la nobleza, y como católico no podía pedir un divorcio. Por necesidad y en muy pocas ocasiones, ella se había convertido en su amante. Anna se pasaría toda una vida deseando estar con él.
Tristemente, aunque estar con él era su único deseo, Robert no lo compartía. Perteneciente a la nobleza, había crecido amando la pompa, la elegancia y el respeto que su posición le aseguraba. Le gustaba entrar a un salón y ver cómo giraban las cabezas para captar su mirada; le encantaba llevar un séquito tras él, pendiente de cada una de sus palabras; le fascinaba poseer mujeres que se arrojaban a sus pies, deseando ser parte de su mundo. Todas estas cosas lo seguirían durante doscientos años, generando situaciones que lucirían por demás extrañas comparadas con su status y falta de educación en el siglo veinte.
La lectura dejó claro que buena parte del encaprichamiento de Anna por Robert se debía a que ella había deseado y seguía deseando una relación perfecta con él. También se dio a entender el hecho de que esto había sido sólo un deseo y no una posibilidad real, pero fue un deseo que no superaría fácilmente.
Su lectura dijo que ella experimentaría «mayor armonía» en su vida pero que duraría «hasta los años 40 y 41, cuando DE NUEVO vendría un período de perturbaciones». La lectura la exhortaba a continuar trabajando en la relación con su actual esposo, Alan, especificando incluso que concebir un hijo sería posible sólo si ellos lograban resolver las cosas. Sin embargo, independientemente de la posibilidad de tener hijos, había razones muy específicas para que ambos estuvieran juntos. La lectura dio a Anna percepciones sobre las cuales podría trabajar, pero ella muy poco discutió la información con nadie,