7 Compañeras Mortales. George Saoulidis

7 Compañeras Mortales - George Saoulidis


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sé. Yo estaba allí. Te los comes de uno en uno. Es desesperante verlo.

      ―¿Puedes conseguir más? ¿Por favor? ―Rogó, agarrándose las manos ante el pecho.

      Horace se rió a la fuerza. Sin romper el contacto visual, y sin mover un músculo que no fueran los del hombro y el brazo, agarró una caja de copos de maíz y la arrojó al carrito de la compra.

      ―¡Bien! ―dijo ella, dando una palmada.

      ―Si todas las chicas fueran tan fáciles de complacer como tú ―dijo Horace, moviendo la cabeza.

      El resto de la salida de compras fue bastante normal. Consiguió algunos ingredientes para sándwich y compró para dos. Desidia no comía mucho pero planeaba ofrecérselo. No quería que ella evitara comer para no gastar su comida.

      En la pequeña charcutería dentro del supermercado, una mujer enorme acaparó su vista. Llevaba un top naranja brillante y una falda ondulada negra. Y una mochila con dibujitos. Se volvió hacia él, lo miró directamente a los ojos, luego miró su carrito, se mofó de su contenido, y acto seguido vació toda su bolsa dentro del carrito de Horace.

      ―¡Qué!-¿Quién? ―dijo, estupefacto.

      ―¿Qué es esto, comida para hormigas? Esto debería darnos para hoy. Volveremos mañana ―dijo la gorda y pidió un par de salchichas. Era muy guapa, una de esas mujeres grandes que podían hacerse un selfi impresionante, siempre y cuando no mostraran el resto del cuerpo. Sus rasgos eran amables y seductores, y su sonrisa preciosa. Llevaba el pelo negro y cortado a mechones.

      ―Eh, hermana, olvidaste presentarte otra vez ―dijo Desidia, con el tono de quien está siempre recordando lo mismo.

      ―Cierto. Lo siento. Soy Gula Gastrimargia. Llámame Gula. ―Era agradable y amistosa. Sus varias partes blandas se meneaban cuando ella se movía.

      ―Soy Horace. ¿Eres su hermana? ―Miró varias veces a una y a otra, pero realmente no se parecían en nada.

      ―En cierto modo, sí ―se rió Desidia.

      ―Vamos, Horace, volvamos a casa a comer. Toda esta comida me está dando hambre ―dijo Gula tirando de él, mientras él se agarraba al carrito de la compra como en un tren desquiciado.

      Desidia chilló de alegría, con los brazos en alto. Luego se cansó y se quedó ahí, esperando a que la llevaran.

      Capítulo 11: Horace

      La cena fue… interesante.

      Gula se bajó todo el pollo cocido que había traído del supermercado, luego atacó las papas fritas, luego la ensalada, y lo regó todo con un par de refrescos. Después se inclinó hacia los copos de maíz, que Desidia protegió acercándolos a su pecho.

      La mesa de la cocina no se había usado desde que sus padres se fueron. Normalmente comía en el sofá mientras veía alguna serie o delante de su ordenador. El hecho de tener gente en casa hacía necesario el uso de la mesa, y Horace se alegró de hacerlo así porque el desorden parecía mucho más fácil de limpiar después.

      Y tenía que admitir que le gustaba cenar con compañía. El hecho de que fueran dos mujeres también ayudaba.

      Gula se dio con el puño en el pecho un par de veces, y luego eructó suavemente. Con expresión satisfecha, se recostó en la silla.

      —¿Llena? ―preguntó Horace.

      ―Por ahora. Gracias, Horace. Aquí está mi token. ―Hizo un suave gesto en el aire ante ella, como si soplara un puñado de hojas.

      Horace revisó su aplicación. Ciertamente, había una señal. Recogió el token, donde podía leerse la palabra Gula en griego, ΛΑΙΜΑΡΓΙΑ.

      No pudo evitar mirar las estadísticas. Era adictivo, como todos los juegos, incluso uno tan extraño como este. ¿Qué haría con todas las tokens?

      Necesitaba hacer a las chicas algunas preguntas puntuales.

      Tokens de Pensamientos Malignos:

      Gula 1

      Lascivia 0

      Avaricia 0

      Soberbia 1

      Envidia 0

      Ira 1

      Desidia 2

      ―Gula, ¿cuánto tiempo te quedarás? ―preguntó.

      Ella se encogió de hombros y le sonrió, limpiándose la boca con una servilleta. Aún tenía su gran pecho lleno de migas.

      ―Todo el tiempo que nos lleve el éxito. O el fracaso.

      ―Qué críptico ―asintió, sonriendo. Hizo un cálculo mental de lo que tenía en el banco. La mayoría de lo que habían comprado ya había desaparecido. O estaba repartido por la mesa y el suelo. Gula era una comensal desmesurada. Desidia, por otro lado, podía estar dos horas mordisqueando una miga. Ambas eran exasperantes.

      Si esto seguía así, se quedaría sin dinero en una semana.

      Necesitaba salir a buscar trabajo al día siguiente. Pasar el rato con Desidia era agradable, pero no podía posponerlo más.

      Se levantó y lavó los platos. Desidia todavía masticaba un copo de maíz, que podría ser el mismo que tenía en la mano un rato antes.

      ―Te ayudaré ―dijo Gula y le hizo a un lado con el culo―. En realidad, déjame a mí.

      ―De acuerdo ―accedió Horace―. Estoy cansado, no descansé mucho ayer. Y dormí en el sofá, lo que es terrible para mi espalda. ―Entonces se dio cuenta de que tenía invitadas―. Oh, organizarnos para dormir, claro.

      ―Eh, yo dormiré en el sofá. Es mi sitio ―dijo Desidia lentamente, levantando una mano.

      Él abrió la boca para contestar, pero en realidad no tenía fuerzas para discutir.

      ―Bien. ¿Tú, Gula? El cuarto de invitados está al final del pasillo. Puedes dormir allí. Prácticamente se ha convertido en un estudio, pero la cama es cómoda. ¿Hay algo que puedas necesitar?

      Ella volteó su linda cara y asintió hacia su mochila.

      ―Está todo ahí dentro.

      ―Excelente. Bueno, señoritas, siéntanse como en casa. No es que no lo hayáis hecho ya, pero ahora formalmente ―se rió―. Buenas noches, traeré sábanas limpias y algunas almohadas extra y me voy a dormir.

      Capítulo 12: Horace

      Horace abrió los ojos y se quedó mirando al techo. Intentaba recordar si la locura de los últimos días era un sueño o era real. Y si era un sueño, ¿era uno ordinario o una pesadilla?

      Oyó risas que provenían de la sala de estar.

      Real, entonces.

      Se levantó, se echó agua en la cara y se puso presentable, luego se hizo un granizado. Por la pinta de la cocina, parecía que Gula ya se había hecho uno, dos o tres sándwiches. Al menos, limpiaba todo después.

      Bebiendo su glorioso café frío, entró en la sala de estar.

      Desidia, como era de esperar, estaba acurrucada en el mismo lugar del sofá. Gula estaba sentada en el sillón. Veían una comedia en la televisión.

      Horace no necesitaba ver ninguna comedia. Su vida se había convertido en una. Solo le faltaban las risas enlatadas.

      ―Buenos días, señoritas.

      ―Buenos días ―dijeron las dos a diferentes velocidades.

      ―Ya son las once. Voy a pasarme por algunos de mis viejos trabajos a ver si hay alguna vacante. ¿Estaréis bien aquí solas?

      Gula parecía indecisa.

      ―Si


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