Anti América. T. K. Falco
de su mano derecha.
La vista de la sangre seca le causó un ligero temblor, Alanna había estado escarbando en su piel con sus uñas durante la mayor parte de la tarde. Había establecido un plan para manipular a su mejor amiga. En días ateridos como el de hoy era incapaz de sentir un verdadero remordimiento así que se decidió por la versión del daño auto infligido. Mientras caminaba hacia la izquierda del bar, dejó caer sus brazos a los costados del cuerpo.
Natalya la observaba mientras ponía vasos en una bandeja. Ella estaba en sus treinta y cinco pero parecía lo suficientemente joven para verse bien con el vestido negro de bajo escote que usaba. El nuevo peinado con cabellos marrones cortos rizados la hacían parecer más de su edad. Después de verter hielo en un vaso lo llenó con Coca Cola con un dispensador de refrescos. Era la última persona en el mundo que le serviría alcohol. Y no era que Alanna tuviera algún deseo de probar una gota.
Natalya golpeó el vaso en la barra con un ceño fruncido. “Eres una chica bien descuidada. ¿No leíste mi mensaje diciéndote que no vinieras aquí?”
“Es una emergencia, no tengo ningún otro lugar donde ir”.
La cara de Natalya se encendió. “¿Qué tal si Bogdan viene y te ve?”
“Dijiste que nunca viene para acá”.
“El viene en algunas ocasiones. Igual que sus amigos”.
Alanna tomó un trago del vaso y se limpió los labios. “Ellos no saben que estoy aquí. Mientras no me vean, estaré segura”.
“Le mentí en su cara cuando me preguntó por ti. ¿Te das cuenta de la situación en la que me pones?”
Alanna levantó ambas manos. “Lo siento, te lo compensaré. Si quieres espiaré a tu novia de nuevo”.
“Ya no es mi novia”.
“Estás mejor sin ella, eres demasiado buena para ella. Si vuelve a buscarte pelea dímelo y le enviaré a la policía”.
“No necesito tu ayuda para encargarme de ella. No necesitas otra excusa para meterte en problemas”.
Alanna señaló hacia el pasillo a la izquierda del bar que llevaba al salón VIP. “Está bien que lo use, ¿no?
Natalya subió los ojos. “Te puedes quedar hasta las nueve”.
“Gracias. Mi amigo estará aquí en un minuto”
“Ni un minuto más tarde. Mi jefe estará aquí alrededor de las diez. Estaré en problemas si te ve allí. Él es muy estricto”.
“¿Estricto? Estás traficando justo frente a él”.
Natalya puso sus dos manos sobre la barra. “No lo sabe porque soy muy cuidadosa. Deberías intentarlo de vez en cuando. ¿Trajiste el dinero?”
Alanna puso su mano izquierda sobre la barra. Natalya deslizó hacia ella una bolsa de plástico a cambio de los billetes doblados. Puso el efectivo en su bolsillo sin molestarse en contarlo. Las drogas recreacionales eran para los clientes que le hacían pedidos mientras trabajaba en el bar. Alanna ya no era una de las asiduas, pero ambas se cubrían las espaldas.
Alanna la ponía en contacto con proveedores baratos en la Zona Fantasma – el mercado negro donde vendía sus datos de identidad. Natalya la mantenía al tanto de Bogdan y los miembros de su mafia, ocasionalmente le vendía una bolsa de hierba sin sobreprecio y la atormentaba hablándole sobre las irracionales decisiones de su vida. Alanna no tenía la energía para tener una pelea por esta vez.
Puso la bolsa en su bolsillo antes de hablarle a Natalya en el oído. “Si Bogdan en verdad se aparece, avísame para escaparme por atrás”.
“Estaré pendiente de él pero no te tardes mucho. Sería mejor que no estuvieras aquí cuando se llene el local”.
Alanna le guiñó un ojo antes de tomar el vaso de la barra. “Te debo una. Llámame, ahora que estás soltera podemos sentarnos en tu sofá y ver Netflix”.
Natalya sonrió tímidamente. Tenía razón en preocuparse, no sólo porque le había mentido a Bogdan. Era su competencia. Él operaba una inclemente operación de drogas para sus jefes rusos. Era búlgaro, muy fuerte. Un sociópata adicto a las píldoras con un temperamento mil veces peor que el de la mamá de Alanna – sin sus gritos y chillidos. Toda su ira estaba bajo la superficie, en sus ojos y en su casi permanente aspecto amenazador. Era alguien a quien no deseabas tener cerca cuando explotaba.
Bogdan era la razón por la que Alanna usó la identificación de Jessica en la entrada. Podía que no recordara que existiera o podría asesinarla al verla. Era mejor tener precaución. No habría venido a este lugar excepto que tenía que asumir que la FCCU observaba cada movimiento que hacía. Con cualquiera que ella se reuniera en su apartamento o en los suyos levantaría las sospechas de los federales. Serendipity era un lugar público donde podía estar con algo de privacidad.
Las luces fluorescentes en el techo del club le permitieron guiarse hasta el salón VIP que estaba luego de pasar los sanitarios. Un fuerte olor a perfumador de ambiente le llenó la nariz al pasar por la puerta. La habitación estaba alumbrada con el mismo púrpura suave de neón del resto del club. Un sofá circular de cuero rojo con almohadas de tela llenaba la mitad del salón. Sillas de cuero que hacían juego con el mobiliario y dos mesas auxiliares negras que se situaban en ambas paredes. Delgadas cortinas escarlatas colgaban de los bordes del sofá con una mesa negra en el centro.
Después de colocar su bebida y el paquete de Natalya en la mesa del centro, se dejó caer en el sofá. Sacó unas pequeñas cantidades de la bolsa de plástico. La conexión con la hierba era otra razón por la escogió este local para la reunión. La FCCU no reaccionaría muy bien si la vieran comprándosela a un traficante callejero. Sacó el papel de enrollar de su bolso y lo puso sobre la mesa junto a la droga antes de ponerse a trabajar.
Unos minutos después fue interrumpida por un mensaje de texto de Brayden en su desechable. Se quejaba que iba a llegar tarde por el tránsito y preguntó por qué había escogido South Beach para reunirse. Poco sabía del problema que tenía para intentar mantenerlo fuera del alcance de los federales. Ya estaban cazando a la persona que le era más querida. Estaba tan segura como el infierno que no iba a poner a su mejor amigo en su radar.
Después que terminó de enrollar la hierba encendió uno de los porros para calmar sus nervios. Normalmente sólo fumaba en sus días súper ansiosos. Si la automedicación cuando su vida entraba en una espiral fuera de control la hacía una adicta, así sería. No hacía mucho tiempo que se había hecho adicta a drogas mucho peores. Otro rasgo negativo que había heredado de su viejo.
En los últimos años de su vida, cuando estaba ebrio, tenía tendencia a desnudar su alma cuando estaba solo con ella. La mayoría de los días volvía a contar los abusos que sufría por parte de su jefe y sus compañeros de trabajo o el último regaño de su madre. Pero nunca olvidó una confesión que sobresalía sobre todas las que le había hecho: “Tú eres mi hija. Te amo más que cualquier cosa en el mundo entero, pero algunas veces desearía que no hubieses nacido”.
Después de una larga inhalación, se recostó en el sofá con un grito de ayuda dándole vueltas en su cerebro. ¿Cuán diferente sus vidas habrían sido si hubiese entendido su dolor en la forma que lo hacía ahora? Puso su atención en los dos porros que había guardado para Brayden. Con suerte él compartiría el hábito de su padre de confesarse bajo la influencia de las drogas.
Si estuviese dispuesto a compartir el paradero de Javier voluntariamente, ya se lo habría dicho. Su hierba favorita despejaría cualquier duda. No era su primer intento de obtener información de alguien que estuviera drogado. El truco era presionar los botones correctos más que interrogar. Darle la excusa para que revelara lo que sabía.
“Tengo algo que decirte”.
Alanna giró su cabeza hacia donde venía la voz frente al sofá. Brayden estaba frente a ella, traía puesta una camisa roja desteñida y unos shorts caqui. Le sonrió al profundo gesto de disgusto en su cara y luego inclinó su cabeza hacia el centro de la mesa para que se sirviera él mismo. “Siéntate y cálmate primero”.
El