El Ángel Dorado (El Ángel Roto 5). L. G. Castillo

El Ángel Dorado (El Ángel Roto 5) - L. G. Castillo


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ruido entusiasmado mientras algunas chicas del hula se mezclaban con los invitados.

      Odiaba esa parte del trabajo. Se sentía como si fuera un florero para los turistas. Estaba a punto de unirse a ellas cuando una extraña sensación se apoderó de ella.

      Algo iba mal.

      «¡Sammy! ¿Dónde está Sammy?»

      Examinó al público, inquieta.

      Entonces dejó escapar un suspiro al verle sentado en la mesa donde le había dejado.

      Pobre niño. Parecía estar aburrido. Estaba retrepado hacia atrás contra la silla con los pies apoyados sobre la mesa mientras leía un libro de cómics. Estaba acostumbrado a esperarla hasta que acabara su turno, ya que había veces que la tía Anela no se sentía bien para cuidar de él. Él nunca se quejaba.

      Sin embargo, la sensación de ansiedad no desapareció. De hecho, se iba haciendo cada vez más fuerte.

      Miró entre el público, preguntándose qué había diferente. Cerca del escenario había cinco mesas llenas con lo que parecían ser chicos de una hermandad que llevaban camisetas con letras griegas. Como no, Candy estaba en una de las mesas escribiéndoles su número de teléfono en una servilleta.

      El corazón de Leilani latía con fuerza. ¿Por qué estaba tan nerviosa? Ella nunca se ponía nerviosa.

      Empezó a sonar la música de fondo. Era la señal de que el espectáculo de hula estaba a punto de comenzar. Su corazón latió aún más deprisa cuando Candy y las otras chicas subieron al escenario y se colocaron cada una en su lugar.

      —¿Te encuentras bien, Leilani? —preguntó una de ellas.

      Ella asintió con la cabeza mientras miraba fijamente al fondo de la terraza cubierta. Justo detrás de un par de antorchas, vio una sombra.

      Entornó los ojos, tratando de ver quién era. El fuego danzaba bloqueándole la vista, como si le estuviera tomando el pelo. La silueta se movió y ella dio un respingo hacia atrás conforme los recuerdos se le venían a la cabeza.

      El chirrido de los neumáticos. Los gritos de Sammy. El todocaminos girando y quedándose del revés. El crujido del metal. Los cristales rotos. El fuego abrasador. Y entonces... él.

      Un cabello dorado surgió entre el humo. Un fuego abrasador con la forma de las alas de un ángel dio paso a su perfecto y esculpido cuerpo. Sus ojos zafiro le miraban con ternura.

      «¡No! Ahora no».

      Se presionó los ojos con las palmas de las manos, tratando de mandar todos esos recuerdos a donde debían estar: en lo más profundo de su mente, enterrados.

      Era el mismo sueño que había tenido cada noche desde que ocurrió el accidente. Le había llevado meses para que desapareciera.

      No sabía por qué soñaba con Jeremy. El tonto del culo ni siquiera se molestó en ir a ver si estaban bien. Simplemente se fue sin decir una sola palabra.

      Tanto ella como Sammy estaban mejor sin él de todos modos. Era una tontería pensar que el Chico dorado se había preocupado por ellos alguna vez. No era más que otro estúpido haole.

      La música comenzó a sonar más alto, así que arrancó la mirada de la silueta que había detrás del fuego. Probablemente era otro estúpido turista con un cuerpo similar al suyo. No tenía tiempo para detenerse a pensar en el pasado.

      Esta era su vida ahora.

      2

      Jeremy miraba fijamente hacia donde se encontraban los aparcamientos. ¿Estaba en el lugar equivocado?

      Retrocedió hasta la playa. Estaba seguro de que se trataba del mismo camino. Pero en el momento en que salía del espeso follaje, sus pies caminaban sobre un negro asfalto en vez de encontrarse con la puerta del puesto de tacos.

      Frunció el ceño.

      Ya no estaba allí. Ni rastro. ¿Es que ya no quedaba nada para él? El único lugar en el que sabía que podía encontrar la paz, un lugar donde olvidar que era un arcángel, ahora se había convertido en un aparcamiento lleno de todocaminos y coches deportivos como el rosa chillón que había cerca de la puerta del restaurante.

      ¿Qué iba a hacer ahora? Había estado vagando sin rumbo por Texas y Nuevo México sin saber por qué. Cada lugar le recordaba la fría mirada de Naomi cuando se fue.

      Cuando se encontró volando hacia Nevada, escuchó la voz de Gabrielle susurrándole en la cabeza, advirtiéndole. De modo que se fue al único lugar donde se sentía como en casa: Kauai.

      Soplaba una brisa que hacía que el olor de la comida se dispersara en el aire. Su estómago rugió de hambre. Había prometido quedarse en la isla manteniendo su forma humana. No quería tener nada que ver con ser un ángel. Pero eso también significaba tener que alimentarse constantemente.

      Se le encogió el corazón al recordar los regordetes mofletes de Sammy, así como su sonrisa cuando se chupaba los dedos mientras se comía su taco de carne misteriosa.

      Ahora ya no quedaba nada. Pensó que quizás lo mejor era irse al otro lado de la isla; sin embargo, no sabía por qué, pero quería quedarse allí.

      Dejó escapar un suspiro de frustración mientras se pasaba la mano por su cabello despeinado por el viento.

      Claro que sabía por qué. Quería ver cómo estaban Sammy y Leilani. Quería asegurarse de que ambos se encontraban bien.

      Fue una estupidez pensar que el puesto seguiría allí. Claro que no estaría. ¿Quién se habría encargado del local tras la muerte de Lani y Samuel? Sammy y Leilani eran tan solo unos niños.

      Su estómago rugió nuevamente.

      «Vale, de acuerdo. Es hora de cenar». Se dio unas palmaditas en el estómago y se dirigió hacia el restaurante.

      Cuando se aproximaba a la entrada, soltó una carcajada al ver el enorme cartel que había en la pared justo al lado de la puerta de dos hojas.

      Al lado de las palabras "Restaurante Candy" había una caricatura de Candy Hu con un traje de hula y un bocadillo que decía: "¡HUestra comida te encantará!".

      Esperaba que Leilani no supiera nada sobre este lugar. Tal vez tuvieron suerte y su tía se los llevó a vivir a otro lugar. Ver esto la habría matado.

      —¡Aloha! ¡Bienvenido al restaurante Candy! —Una recepcionista con un top de bikini y pareo le dio la bienvenida acercándose a él apresuradamente—. Puede esperar al resto de su grupo en el bar, si lo desea.

      —Soy solo yo.

      —¡Vaya! ¿En serio? —Se pasó los dedos por la cuerda del top.

      —Sí.

      —Bien, sígame entonces. —Le guiñó un ojo antes de girarse y dirigirse al restaurante—. Le llevaré hasta la mejor mesa. Está justo frente al escenario. Esta noche tenemos un espectáculo de hula. Le encantará —dijo conduciéndole hasta la terraza cubierta.

      —Espere. Si no le importa, preferiría algo más privado. ¿Qué tal la mesa que hay al fondo?

      Su rostro resplandecía mientras batía las pestañas. —Por supuesto.

      «Maldita sea». Probablemente la chica pensó que él quería estar a solas con ella.

      Tuvo que hacer algunas maniobras y fingir que estaba muy centrado en la carta de menús hasta que finalmente la chica captó la indirecta y le dejó a solas. Afortunadamente, el camarero fue eficiente y le trajo la comida rápidamente.

      Dio un bocado a su hamburguesa. Estaba buena, pero no tanto como lo estaban las hamburguesas que hacía la madre de Sammy.

      Sus ojos examinaron al público. El lugar estaba lleno de familias, en su mayoría turistas. Todos sonreían y parecían pasarlo bien. Él era el


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