La Chica Y El Elefante De Hannibal. Charley Brindley
romana.
—¿Romana?
Me entregó la moneda.
—Viven al otro lado del mar. Son los que derrotaron al general Hamilcar en la última guerra.
—Parece muy antigua. ¿Eso es un caballo con alas?
—Sí —dijo Yzebel—. Los romanos lo llaman Pegasus. Gente chalada, ni que los caballos volaran.
En el reverso de la moneda estaba el contorno de la cara de un hombre y unas palabras en el borde.
—¿Quién es? —pregunté, devolviéndole la moneda a Yzebel.
—Algún romano muerto —dijo mientras tiraba la moneda de nuevo en la pila.
—Tengo hambre —dijo Jabnet.
Yzebel echó un vistazo a todos los cuencos vacíos, y luego a las ollas junto al fuego; también vacías.
—Yo también —dijo—, pero se lo han comido todo.
—No, todo no. —Corrí a buscar mi costal a la chimenea. Lo llevé a la mesa y saqué la última barra de pan—. Salvé esta.
Yzebel se rio y tomó el pan. Lo repartió, dándonos a cada uno un buen trozo, y luego cogió una jarra de la mesa. La agitó para comprobar que aún contenía un poco de vino. Agarré tres tazones, e Yzebel vertió el vino en ellos, en tres partes iguales.
—Jabnet, tráeme el odre —dijo.
Se deslizó del banco y se inclinó hacia la chimenea, murmurando algo sobre el vino. Cuando regresó con el odre, Yzebel aguó el vino; el de Jabnet y el mío mucho más que el de ella.
Comimos nuestro pan mientras Yzebel examinaba un par de pendientes con grandes aros de oro y un peine de marfil.
Estaba a punto de contarle a Yzebel lo del vino que derramé en Elephant Row, cuando cogió un anillo del montón de baratijas y se lo dio a Jabnet. Él lo estudió y luego intentó ponérselo en el pulgar, pero no entraba.
Deslizó el anillo en su dedo meñique, y dijo:
—¿Eso es todo?
Yzebel ignoró al chico y continuó clasificando las joyas mientras comía su pan. Finalmente, cogió otro objeto, lo miró un momento y me lo entregó.
Mis ojos se abrieron de par en par y me faltó el aliento.
—¿Para mí? —susurré.
Capítulo Seis
No podía creer que Yzebel me regalara el brazalete. De cobre grueso, era ancho y con un grabado intrincado. En el centro tenía un gran círculo que encerraba una imagen que no podía identificar. Cuanto más me acercaba, más detalles veía. Me lo puse en la muñeca pero se me resbaló sobre la mano.
—Mira. —Yzebel alcanzó el brazalete—. Deja que te muestre.
Lo examinó por un momento. Un hueco del ancho de su pulgar separaba los dos extremos que se curvaban alrededor de la muñeca. Presionó los extremos entre sí, los soltó, y luego los apretó otra vez, acercándolos entre sí. Hizo un movimiento para que yo extendiera la mano, y luego abrió un poco el brazalete para ponérmelo en la muñeca. Se ajustaba bien, con espacio para moverse pero sin caerse en la mano.
—Hermoso. —Extendí el brazo para admirarlo—. Es lo más bonito que he visto nunca. Gracias, Yzebel. Nunca me lo quitaré.
Moví la muñeca hacia Jabnet para que pudiera ver su belleza. Él me miró entrecerrando los ojos, lleno de odio.
—Me voy a la cama —dijo.
Su madre le dio las buenas noches, y él tomó nuestra lámpara para entrar en la tienda.
Me acerqué otra lámpara para examinar el brazalete a una luz más brillante. De repente, me di cuenta de lo que estaba grabado en ella.
—¡Elefantes! —grité.
Dos columnas de elefantes finamente talladas marchaban por los lados, hacia la sección redonda del centro. La pieza redonda cubría parcialmente el último elefante de cada lado, aparentando que el elefante había caminado justo por debajo de ella.
—¿Has visto los elefantes? —le pregunté a Yzebel girando la muñeca.
Ella sonrió y asintió.
La parte central redonda contenía una pequeña zona pulida, con forma de alubia, con algo parecido a una bota que la cubría desde el borde superior. Toques de azul salpicaban la parte pulida, haciéndome pensar que pudo tener color en algún momento, pero no supe qué significaba. Había símbolos inscritos alrededor del círculo, pero no podía leerlos. Le pregunté a Yzebel si ella sabía, pero sacudió la cabeza.
—¿Qué pasó con la jarra de vino que te di para Bostar el panadero? —me preguntó.
Desplomé los hombros. Había temido ese momento toda la noche. Jugueteé con mi brazalete, y luego suspiré profundamente.
—Querrás recuperarlo cuando te lo diga.
—No. Has trabajado duro para mí esta noche. Es tuyo para que lo guardes. Como tardaste tanto tiempo, envié a Jabnet a buscarte, y me dijo que tiraste mi jarra de vino y te escapaste. Me devolvió los pedazos rotos.
—Eso es cierto, supongo. De camino a la tienda de Bostar, crucé Elephant Row, donde viven todos los elefantes. Cuando vi esos hermosos animales a ambos lados del sendero, tuve que acercarme a mirar. Pensé verlos un poco y luego ir a pedir tus panes a Bostar. Pero entonces encontré a Obolus, ¡y estaba vivo! Estaba segura de que había muerto en el río.
Le conté que Obolus me sacó del río y que corrió hacia el árbol, y luego quedó inconsciente después de caerse y golpearse la cabeza contra la roca.
Aparentemente, esto fue una sorpresa para Yzebel.
—¿Se cayó?
—Sí, pensé que lo había matado.
—¿Por qué estabas en el río?
—Me tiraron al agua anoche.
—¿Por qué?
—No lo sé. Es como si hubiera estado dormida mucho tiempo. No puedo recordar nada antes del río. Me hundí en el agua y Obolus me agarró con la trompa.
Yzebel masticó su pan y tomó un sorbo de vino.
—¿Pero no recuerdas quién te tiró al río?
—No.
Se acabó su pan y me miró fijamente. Al final, me dijo:
—Continúa.
—Cuando vi a Obolus en Elephant Row, se rompió la jarra de vino y… —Me detuve a pensar en eso—. No, espera, la jarra no se rompió. Se cayó al suelo, pero estoy segura de que no se rompió porque la habría oído romperse. Cuando volví de ver a Obolus, solo había un gran charco de barro morado, así que asumí que se había roto, pero ahora que lo pienso, debió volcarse y derramarse cuando se me resbaló. Así que alguien vino y se llevó la jarra. Pero sigue siendo mi culpa. Nunca debí haberla dejado caer.
—Hum… Metí ese tapón con fuerza. No creo que se saliera cuando golpeó el suelo. —Yzebel miró por encima del hombro hacia la oscura tienda donde dormía Jabnet, y luego me miró a mí—. ¿Y aun así conseguiste el pan de Bostar?
—Sí. Me senté en Elephant Row, llorando, cuando alguien me preguntó si había perdido algo. Levanté la vista para ver a Tendao allí de pie.
—¡Tendao! —Yzebel se inclinó hacia mí, con los ojos bien abiertos—. ¿Cómo