La Chica Y El Elefante De Hannibal. Charley Brindley
—¿Has oído hablar de Liada, el espíritu de la roca de Birsa?
—No, solo sé de la princesa Elisa —dije.
—Bueno, esta historia también tiene mucho que ver con la princesa Elisa. Moloch, dios del inframundo, enterró a Liada dentro de la roca de Birsa —dijo.
—¿Por qué?
—Fue su castigo por hacerse amigo de un pequeño ternero de buey que los sacerdotes habían seleccionado para el sacrificio a Moloch.
—¡Ay, no! ¿Por qué sacrificarían a un pequeño?
—Una vida joven es más valiosa que una vieja. A la esclava Liada tampoco le gustaba la idea. En lo más oscuro de la noche, antes del día de la ceremonia, se deslizó hasta el corral del buey, le quitó los grilletes y llevó a la pequeña criatura, junto con su madre, muy lejos para liberarlos.
—Cuando Moloch se enteró de esta traición, ordenó a los sacerdotes que encadenaran a la niña a la roca de Birsa, donde obligó a su espíritu a entrar en la piedra y la enterró allí. Luego hizo que los sacerdotes sacrificaran el cuerpo sin espíritu de Liada, junto con otros nueve niños, en su altar. Esta brutal ofrenda proclamaba su advertencia a cualquiera que se metiera en los asuntos de sus sacerdotes.
—Cuando nuestra Elisa se enteró del terrible destino de Liada, fue a la roca de Birsa y escuchó al espíritu de la roca pidiendo ayuda. Al conocer la historia del castigo eterno de Liada, la princesa Elisa puso las manos sobre la roca. Entonces, usando nada más que una oración a la diosa madre Tanit y el poder de su propia voluntad, partió la piedra en dos y liberó el espíritu de Liada.
Tendao permaneció en silencio por un tiempo, y pensé que había perdido el hilo de la historia.
—¿Qué pasó con el espíritu de la chica entonces —pregunté—, después de que la princesa Elisa la liberó?
Tendao me miró, y luego volvió su mirada al oscuro sendero que tenía delante.
—Durante todas las edades desde la libertad de Liada, su espíritu ha vagado por el mundo, buscando una niña que la acoja.
Miré a Tendao, pensando que había inventado esta historia solo para mí.
Me brindó una sonrisa.
—Es una de las muchas leyendas de nuestra princesa Elisa, y estoy bastante seguro de que es verdad.
—¿Pero cómo encontrará Liada a alguien que la acoja?
—Ha estado esperando una chica que sea amiga de una pobre bestia, esclavizada como ella.
Mientras caminaba, mirando al suelo y pensando en que Liada estaba esclavizada, me di cuenta vagamente de que Tendao se estaba quedando atrás.
—¿Quieres decir como Obolus? —pregunté.
—¿Qué es lo que dices, niña? —dijo una resonante voz desde el camino frente a mí.
Levanté la vista y me encontré caminando hacia un hombre muy corpulento. Llevaba un delantal largo, y su cara sonriente estaba empolvada con harina de trigo. Por la apariencia del hombre y el maravilloso olor del pan fresco, supe que era el panadero. Tres lámparas de aceite sobre su mesa de trabajo transgredían la oscuridad del atardecer.
Mi viaje a la tienda de Bostar había sido más largo que el vuelo de una flecha, pero finalmente, gracias a Tendao, llegué con una jarra de vino para cambiarla por el pan de Yzebel.
—Venimos de parte de tu buena amiga Yzebel —dije—. Desea que cambiemos esta jarra de vino de pasas por seis panes de tu pan más reciente.
—¿Venimos? —dijo Bostar, colocando los puños en sus caderas, intentando forzar que su alegre rostro tomara una expresión severa—. ¿Llevas una rana en los pliegues de tu capa, o tienes ayudantes invisibles que te siguen de cerca?
Miré hacia atrás y descubrí que Tendao se había escapado de mí otra vez.
—Él solo me dijo… —empecé, pero me detuve.
Me di cuenta de que mi amigo Tendao debía ser muy tímido o que tenía grandes dificultades para tratar con la gente. Por alguna razón, esto me alegró, porque parecía que quería que yo hablara por él cuando él mismo no podía hacerlo.
Miré al panadero y vi que no podía mantener su expresión seria por mucho tiempo. Su piel era del color de la arena bajo el agua, y sus ojos oscuros brillaban con una bondad natural. Ya me caía bien.
—¿Cómo supiste de mi rana amiga que viaja conmigo y es tan tímida que solo asoma un ojo para ver lo que estoy haciendo?
El hombre se echó a reír y me dio una palmada en el hombro tan fuerte que casi se me cae mi valiosa jarra.
—Si no me quitas esto —le dije, sosteniéndole el vino—, seguramente moriré tratando de protegerlo.
Bostar se rio y tomó la jarra.
—Veo que estás aprendiendo desde niña la gran responsabilidad de cuidar los bienes preciados de otra persona.
—Oh, sí. Estoy aprendiendo.
Bostar se llevó el vino dentro de su tienda. Cuando regresó, cargaba varias barras de pan redondas y planas.
—Estas son las últimas de hoy. Terminé de hornearlas justo antes del anochecer y las guardé, sabiendo que tu Yzebel las necesitaría esta noche para sus mesas. —Colocó los grandes panes en un paño áspero extendido en su mesa de trabajo—. Hay seis panes aquí, más uno extra. —Agarró las esquinas de la tela y las ató encima—. Puedes decirle que el extra es tuyo por regalarme una carcajada al final de un largo día. Y acuérdate de devolverme la tela mañana.
—Gracias, Bostar. —Tomé el pesado paquete para llevarlo sobre el hombro—. ¿Quieres que te traiga una rana del río cuando vuelva mañana? Podrías llevarla en tu delantal y así no estarías solo.
Después de un momento, el enorme hombre sonrió, mostrando dientes blancos y parejos bajo su bigote bien recortado.
—No, mi niña. Estoy agradecido a los dioses por haber reemplazado a ese Jabnet de cara agria. Sí tú y tu ranita venís a mi tienda todos los días, no me lamentaré de los tontos que tengo que aguantar.
Habría sido muy fácil quedarme un rato y hablar más con el panadero, porque encontraba consuelo en su presencia.
—Así está mejor —dijo Bostar—. Sabía que podías sonreír.
Sí, me sentí mucho mejor, pero aun así tenía que enfrentarme a Yzebel y explicarle lo que había pasado con la primera jarra de vino.
—Tengo que ir a decirle algo a Yzebel. Adiós, Bostar.
Le oí decir buenas noches a mi espalda mientras me apresuraba con el pan.
Capítulo Cinco
En mi camino de regreso a las mesas de Yzebel, busqué a Tendao pero no vi ni rastro de él.
Fui hacia la tienda de Lotaz. Estaba iluminada por dentro y se veía su silueta ondeante a la llama de su lámpara, una sombra movediza contra la tela. Alguien estaba con ella. Una sombra oscura de hombre alto, de postura rígida, estaba muy cerca de ella. Su sombra también oscilaba de un lado a otro, como si no estuviera seguro de si acercarse o alejarse de ella. Llevaba un extraño sombrero, alto por delante y bajo por detrás.
Caminé por el lado opuesto del sendero, manteniéndome lejos de la tienda. Podía sentir los ojos del esclavo de Lotaz sobre mí. Debía estar escondido en algún lugar en la oscuridad, fuera de la tienda, mirando.
En la bifurcación del camino, me detuve a mirar Elephant Row. Una ligera brisa recogía las hojas caídas y las soplaba a lo largo del sendero.