El Hombre A La Orilla Del Mar. Jack Benton

El Hombre A La Orilla Del Mar - Jack Benton


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la esperábamos. Por supuesto, todos pensamos que le había plantado.

      —¿Ted?

      La anciana frunció el ceño.

      —¿Quién?

      —¿Su novio? ¿Se llamaba…?

      Sacudió la cabeza, rechazando la sugerencia de Slim, agitando su mano llena de manchas.

      —Ahora no lo recuerdo. Pero recuerdo su cara. La foto estaba en el periódico, Nunca deberían haber fotografiado a un hombre con un corazón roto como ese. Aunque debo decir que había rumores…

      —¿Qué rumores?

      —De que él la tiró al mar. La familia de ella tenía dinero, la de él no.

      —¿Pero antes de la boda?

      —Por eso no tenía sentido. Hay maneras más fáciles de eliminar a alguien, ¿no?

      La manera en que Diane le miraba hizo que Slim sintiera como si estuviera mirando dentro de su alma. «Nunca maté a nadie», quería decirle. «Puede que lo intentara una vez, pero nunca lo hice».

      —¿Hubo alguna investigación?

      Diane se encogió de hombros.

      —Por supuesto que la hubo, pero poca cosa. Eran principios de los ochenta. En aquellos tiempos, muchos delitos quedaban sin resolver. No teníamos todas esas cosas forenses y pruebas de ADN que ahora se ven por televisión. Se hicieron algunas preguntas (recuerdo que a mí me interrogaron), pero, sin evidencias, ¿qué podían hacer? Se consideró un accidente lamentable. Por alguna absurda razón se fue a nadar la noche anterior a la boda, dejó de hacer pie y se ahogó.

      —¿Qué pasó con su novio?

      —Lo último que oí fue que se mudó.

      —¿Y las familias?

      —Oí que la de él se fue al extranjero. La de ella se mudó al sur. Joanna era hija única. Su madre murió joven, pero su padre murió el año pasado. Cáncer —Diane suspiró como si esto fuera la culminación de la tragedia.

      —¿Sabe de alguien más con quien pueda hablar?

      Diane se encogió de hombros.

      —Podría haber por aquí antiguos amigos. No lo sé. Pero tenga cuidado. No se habla de ello.

      —¿Por qué no?

      La anciana dejó el té sobre el cristal de una mesa de café con mariposas tropicales debajo de su superficie.

      — Carnwell solía ser mucho más pequeño que hoy —dijo—. Hoy se ha convertido en una especie de pueblo dormitorio. Hoy puedes entrar en las tiendas sin ver ni una sola cara familiar. No solía ser así. Todos conocían a todos y, como toda comunidad muy unida, teníamos un bagaje, cosas que preferíamos que se mantuvieran en secreto.

      —¿Qué podía haber de malo?

      La vieja dama se giró para mirar por la ventana y, de perfil, Slim pudo ver que le temblaban los labios.

      —Hay quienes creen que Joanna Bramwell sigue con nosotros. Que… nos sigue persiguiendo.

      Slim deseó haber puesto más whisky en su té.

      —No entiendo —dijo, forzando una sonrisa que no sentía—. ¿Un fantasma?

      —¿Se burla de mí, caballero? Tal vez sea el momento de que…

      Slim se levantó antes de que lo hiciera ella, levantando las manos.

      —Lo siento, señora. Es que todo esto me suena a algo inusual.

      La mujer miró fijamente por la ventana y murmuró algo en voz baja.

      —Lo siento, no la he entendido.

      La mirada en sus ojos le hizo estremecerse.

      —He dicho que no diría eso si la hubiera visto.

      Como si se le hubieran agotado las pilas por fin, Diane ya no diría nada más de interés. Slim asintió mientras ella le acompañaba a la puerta de entrada, pero en lo único en que podía pensar era en la mirada en los ojos de Diane y en cómo le había hecho querer mirar por encima de su hombro.

      8

      Tirado encima de un plato de pizza recalentada, Slim reflexionaba sobre lo que tenía de contar a Emma.

      —Creo que mi marido tiene una aventura —había empezado la primera llamada telefónica grabada de Emma al móvil de Slim—. Señor Hardy, ¿puede devolverme la llamada?

      Las aventuras eran fáciles de demostrar o negar con un poco de seguimiento y unas pocas fotografías. Eran pan comido para los investigadores privados, el tipo de ganancia fácil que pagaba las hipotecas. Ya había hecho esos trabajos. Ted estaba limpio, salvo que tuviera una aventura con el fantasma de una chica ahogada.

      Emma había ofrecido pagar cuando tuviera información y la cuenta de Slim se estaba agotando. ¿Pero cómo podría explicar el ritual de Ted cada viernes por la tarde?

      Acordó una cita con Kay en un café local.

      —Es un ritual antiguo —le contó Kay—. Apela a un espíritu errante para que vuelva al lugar al que llama hogar. He comparado parte del texto con el manuscrito que he encontrado en un archivo en línea, pero ha cambiado otra parte. Es difícil, la gramática es un poco incierta. Creo que la escribió tu mismo objetivo.

      —¿Y qué dice?

      —Pide que le dé una segunda oportunidad.

      —¿Estás seguro?

      —Bastante seguro. Pero el tono… el tono es bajo. Podría ser un error de traducción, pero… de la manera en que lo dice, es como si fuera a ocurrir algo malo si ella no vuelve.

      Kay aceptó traducir también el ritual de la siguiente semana, para ver si había alguna variación, lamentándolo, dijo que tendría que recibir algo por su tiempo.

      Slim tenía que decir algo a Emma. Los gastos, tanto reales como potenciales, se estaban acumulando. Pero antes trataría de tirar de otro de sus hilos de viejos compañeros de armas para ver si podía profundizar un poco más en el trasfondo.

      Ben Orland había trabajado en la policía militar antes de asumir un puesto de superintendente en Londres. Aunque su tono era lo suficientemente frío como para recordar a Slim la desgracia que había traído a su división, Ben sí se ofreció a llamar en nombre de Slim a un viejo amigo, el jefe de la policía local de Carnwell.

      Sin embargo, el jefe de policía no devolvía llamadas a investigadores privados basados en Internet.

      Slim decidió reunir toda la información que tenía hasta entonces para pasársela a Emma y dejarlo así. Después de todo, había cumplido con su encargo original y, si se permitía profundizar mucho más, sería usando su propio tiempo y a su propia costa.

      Antes pasó por Cramer Cove para darse un paseo, preguntándose si los salvajes promontorios podían inspirarle.

      Era viernes y la playa estaba desierta. Con la ventosa carretera de aproximación, llena de baches y en algunas partes tan estropeada que no era más que un camino de tierra sobre piedras, no era sorprendente que Cramer Cove fuera impopular. Pero en lo alto de la playa encontró unos cimientos que sugerían que había disfrutado de mucha mayor popularidad en tiempos pasados.

      En la planicie sobre la playa, Slim encontró piezas de madera tiradas sobre la maleza, con restos de pinturas de llamativos colores todavía visibles. Cerró los ojos y se dio la vuelta, respirando el aroma del mar e imaginando una playa llena de turistas, sentados sobre toallas, comiendo helados, jugando con pelotas sobre la arena.

      Cuando abrió los ojos, había algo de


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