Cuaderno de un loco. Natalia Hatt

Cuaderno de un loco - Natalia Hatt


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sacando la basura. Te noté tan frágil, tan necesitada de alguien que te protegiera, que pensé que no debía darme por vencido tan rápido. Por eso en ese momento me propuse no dejar que él se quede con vos. Tengo que demostrarte que ese tipo no vale la pena, que yo soy mucho mejor. Tengo que averiguar más de él para demostrarlo.

      ***

      El miércoles siguiente volví a ir a la clase de fisiología. Nos sentamos donde siempre. Pasó la hoja de la asistencia y esta vez miré tu nombre y contemplé tu hermosa letra antes de pasarla hacia la izquierda. Me prometí que algún día tendría el placer de pronunciar tu nombre todos los días: Lucila… ¿Acaso hay un nombre más lindo que ese?

      En la cafetería volviste a encontrarte con él. Tenías media hora libre antes de tu próxima clase. Tomé una gaseosa mientras los miraba, deseando poder escuchar más que la ocasional carcajada. Tomé notas de todo, más que nada de lo que él hacía. Necesitaba estudiar al enemigo.

      A las diez y media salieron de ahí y cada uno se fue para un lado diferente. Vos a tu clase de anatomía, y él… Tuve que seguirlo para descubrirlo.

      Resultó ser que se cruzó al gimnasio de enfrente, donde trabaja. Supe que a esa hora entraba porque se fue a cambiar y a las once empezó a dar una clase de zumba a un grupo de chicas de más o menos tu edad. Yo me quedé observándolo todo desde las escalinatas de tu facultad.

      Un instructor de zumba no puede ser nada confiable. Estoy seguro de que no puede serlo. Solo tengo que demostrarlo.

      Esta vez no pude quedarme porque tenía que volver a casa. Mi vieja venía a almorzar. Tengo que fingir que sigo estudiando para que siga pasándome plata. Por eso, mientras caminaba de regreso, iba pensando en la historia que le iba a contar.

      A mamá le miento pero porque no me queda otra opción. Pero con vos… Con vos siempre voy a ser sincero.

      PÁGINA 7

      Hoy estoy muy molesto. Mi vieja siempre me deja alterado, pero hoy fue mucho peor que todas las veces que me visita. Por suerte solo lo hace una vez al mes.

      —Ya hace dos años que deberías haber terminado de estudiar —me recriminó—. A partir del mes que viene te voy a pasar menos plata. Buscá un trabajo, o un compañero para compartir el alquiler, vos decidís.

      ¡Es una desgraciada! Hasta el mes pasado no tenía problema en pasarme los diez mil pesos que necesito para vivir. Ahora solo me va a dar la mitad, y eso es lo que me cuesta el alquiler. Ni buscando un compañero podría con todos mis gastos.

      Me enojé tanto que, cuando se fue, pateé la mesa junto con todo lo que tenía arriba.

      Ya me calmé un poco. Supongo que voy a tener que buscar un trabajo de unas horas para hacer algo de plata. No pienso matarme laburando todo el día, y mucho menos compartir el alquiler. Nunca me he llevado muy bien con nadie. La gente, a decir verdad, no suele ser de mi agrado. Prefiero la soledad.

      Vos sos la única excepción. No me cansaría nunca de estar con vos, de cuidarte, mimarte y de mirarte incluso cuando duermas.

      No te dejaría sola en ningún momento, te lo juro.

      PÁGINAS 8 Y 9

      Esa misma tarde volví a tu facultad a eso de las siete, pero esta vez para ver si él estaba trabajando en el gimnasio, con ánimos de investigarlo. Cursás todo de mañana y sé bien a qué clases puedo meterme y a cuáles no. Vengo haciéndolo desde hace varios meses, casi desde principios de año.

      Quizá te preguntes cómo fue que me fijé en vos, dónde te vi por primera vez. Te voy a contar todo sobre eso.

      Fue en abril pasado, cuando te mudaste a este barrio. Estaba deambulando por la vereda, sin propósito —suelo hacer eso, salgo a caminar y camino hasta que mis pies decidan que quieren descansar—. Ese día solo había caminado una cuadra y vi un camión de mudanzas frente a esa casa linda de dos pisos que varias veces me había parado a contemplar, la que ahora es tu casa.

      Me ganó la curiosidad y me detuve; quería saber qué vecinos nuevos tendría. Antes vivía una pareja con gemelos insoportables. Sabía que no iba a extrañar verlos en el barrio a esos malcriados. Bueno, mirando y mirando, te vi salir por la puerta de enfrente a buscar más cajas para entrar.

      Hacía bastante calor. Llevabas tu pelo en un rodete desprolijo, una musculosa roja y blanca a rayas y una calza pescadora negra bastante ajustada. Tus lentes enormes te daban un aire de intelectual y sofisticada al mismo tiempo. Me pareciste hermosa y simpática, lo cual me pareció extraño. Nunca me habían atraído demasiado las chicas —tampoco los hombres, no te vayas a confundir—.

      ***

      Quizá será porque en el secundario mis compañeras se burlaban de mí porque era gordo y usaba anteojos culo de botella. Incluso cuando bajé de peso y me puse lentes de contacto seguían ignorándome y tratándome como a un insecto. Me decían que nunca se fijarían en un tipo como yo y que moriría virgen. Las mujeres siempre fueron malas conmigo y se encargaron de dejarme pisoteado en el suelo cada vez que pudieron.

      Vos parecés una chica muy dulce; le sonreís a la gente que pasa caminando por la vereda. A mí aún no porque no me he atrevido a acercarme lo suficiente. Ya no soy feo, pero me da miedo no resultarte atractivo y que se repita la misma historia.

      Por eso decidí no presentarme pero igual quise seguirte cada paso. Necesitaba saber todo de vos. Te seguí a la facultad y averigüé tu nombre, empecé a ir a las clases muy concurridas y te observaba cuando las cortinas de tu casa estaban corridas. Trotaba detrás de vos en el parque y caminaba a solo unos metros de distancia cuando salías a hacer compras. Aún lo sigo haciendo.

      Pero, bueno, ¿a qué venía todo eso? Me fui por las ramas. Ah, te contaba que fui a verlo a él. Cuando llegué justo se iba porque había terminado su última clase. Iba a seguirlo, pero un cartel pegado en el vidrio me llamó la atención. Fui a leerlo:

      «Se busca personal de limpieza. Varón o mujer mayor de 18 años».

      Entré a preguntar. Hablé con el encargado, un tipo musculoso de unos treinta años. Le comenté que era estudiante y que necesitaba trabajar solo un par de horas al día. Al parecer le resulté convincente, aunque dijo que estaría a prueba las primeras dos semanas antes de que me contratara definitivamente. Debo ir de lunes a sábado a las diez de la noche, hora a la que cierran. Me toca limpiar el salón, la oficina de administración y los baños. No es un gimnasio demasiado grande, y en unas dos horas termino con todo. Me pagan ciento veinte pesos la hora, así que voy a hacerme unos seis mil pesos al mes. Nada mal, justo lo que necesito y un poquito más. Voy a poder comprarme ropa.

      Y de paso voy a poder averiguar más sobre él. Sé que anda en cosas turbias y lo voy a demostrar.

      PÁGINA 10

      Ahora recuerdo por qué odio tanto trabajar. Recibir órdenes no es lo mío. Debería ser jefe, pero aún no se me da la chance y no anhelo para nada tanta responsabilidad. Me conformaría con hacer plata de la forma fácil. Algún día descubriré el secreto. De momento, nada me convence...

      Hoy fue mi primer día de trabajo, como podrás notar. Cuando llegué justo terminaba una clase de pilates. El dueño me dio todas las indicaciones habidas y por haber, y me dijo que le tocara timbre cuando terminara para que pueda cerrar todo como corresponde. Vive en un departamento en el mismo edificio en el que está el gimnasio.

      Me dejó solo limpiando, cosa que empecé a hacer enseguida al tiempo que planeaba una estrategia para seguir al rubio. No estaba ahí, ni daba clases hasta la hora en la que yo llegaba, así que no me lo iba a cruzar. Desde el gym no podría hacer mucho, pero algo debía encontrar.

      «Deben tener los datos de los instructores en alguna parte», se me ocurrió, y no me equivoqué. Al limpiar la oficina encontré una agenda. Ahí estaban anotados los datos tanto


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