Porno feminista. Группа авторов
«imaginería brillante y gore de partes del cuerpo» en una serie de «fragmentos chocantes». Sobre esta base cada ponente construía una narrativa invitando al horror y la indignación como la reacción apropiada ante dichas imágenes. Este estilo de presentación, como describe Lynne Segal, ha dominado también la palabra escrita de parte del feminismo antiporno, bebiendo de la «imaginería sexual sádica», usando las artes de «excitación y manipulación», imitando las horrorosas y chocantes cualidades que le atribuyen a la pornografía, y por tanto reproduciendo lo que imaginan que es una visión «pornográfica» del mundo.29
La presentación de diapositivas antiporno se ha actualizado para el siglo xxi. En su debate sobre las presentaciones que produce Stop Porn Culture en los ee.uu., Karen Boyle, entre otros, describe cómo son diferentes al trabajo académico sobre la pornografía. Los ponentes «salen del mundo académico y van al mundo real donde la gente vive su vida».30 La presentación está diseñada para tener «impacto», especialmente en mujeres que «no hayan visto ninguna o casi ninguna pornografía» y lleva a su audiencia femenina «en un viaje» durante el cual quedarán «muy conmocionadas», pero al salir «se sentirán increíblemente validadas». El poder de la presentación depende de su diferencia con el trabajo académico, el cual, según defienden, implica «argumentos intelectuales abstractos» y está menos preocupado por el activismo que por «sacar libros que no levanten olas en el mundo académico».31
Este estilo de presentación es un indicador de los escenarios construidos por grupos conservadores en la creación de un pánico sexual más generalizado. Comprender este estilo es importante porque demuestra cómo el feminismo antiporno funciona como una forma concreta de conocimiento, y cómo el estilo del pánico sexual es una parte clave de su atractivo, además de sugerir por qué, pese a no poseer una postura intelectual creíble o una base empírica, el feminismo antiporno es convincente para algunas personas. De hecho, aunque ciertos escritos recientes, como la colección editada por Karen Boyle, se presentan como trabajo académico y afirman estar basados tanto en la teoría como en las pruebas empíricas, por lo general el feminismo antiporno se ha vuelto más y más hostil al trabajo académico que en el pasado. En el debate sobre las presentaciones de diapositivas, por ejemplo, se afirma que «si se dan ejemplos de lo que las mujeres en las diapositivas dicen, sienten, o piensan, los académicos dirán “Eso no puede ser verdad, porque no se ha investigado” o “Muéstrame pruebas de eso”, lo que minimiza los sentimientos y reacciones de las mujeres».32 El porno se describe como un «juego intelectual» para académicos que trabajen en entornos que «han sido preparados para generar casi como robots cierto tipo de objeciones…».33
Esta aversión al mundo académico en los escritos antiporno está relacionada con un conjunto de sospechas más genéricas sobre los medios de comunicación y el comercio. En la colección Getting Real se refieren múltiples veces a las relaciones entre comercio, medios de comunicación, trabajo sexual, pornografía e investigación académica; los medios de comunicación son un «chulo de facto de las industrias de la prostitución y la pornografía»34 y hay una «alianza impía … entre ciertos académicos posmodernos y los agentes más agresivos del consumismo y la industria del marketing (incluyendo la industria del porno)».35 En el análisis de Abigail Bray sobre las defensas de las fotografías del artista Bill Henson (uno de varios episodios recientes de eventos mediáticos en los que el arte que muestra niños desnudos se ha descrito como pornográfico o pedofílico) el término «pánico moral» se describe como «en movilidad ascendente», uno que «opera políticamente para hacer el trabajo de la tolerancia neoliberal gobernando la mirada del público y borrando las críticas feministas».36 En el análisis de Bray, la lectura más honesta de las fotografías de Henson es una que se arriesga a «hacer que broten los sentimientos vulgares de las masas moralizantes … incluso si esto significa ir a contrapelo de una subjetividad académica gentrificada».37 Aquí se descarta la posibilidad de cualquier postura que no proceda de la moralidad y los sentimientos. Es simplemente «la gubernamentalidad de la galería de arte privada de clase alta: la celebración compulsiva de la transgresión sexual, el gentil mundo endogámico de los expertos … una tecnología normativa del yo del progresista de clase media».38 Desde estas perspectivas, los conocimientos académicos son robóticos, gentiles y carentes de autenticidad, y la teoría y la práctica son autoindulgentes y poco fiables. Como argumenta alguien en la mesa redonda del libro de Boyle: «Estamos aquí sentados con nuestro sentido común. Podemos ver el material, pensar sobre los mensajes que envía y razonar al menos hasta llegar a algunas conclusiones provisionales».39
De vuelta en el círculo mágico: sexo pornográfico contra sexo sano
Como escribió Gayle Rubin en 1984, gran parte de los análisis de la sexualidad se basan en la idea de que hay un «círculo mágico» caracterizado por sexo que es heteronormativo, vainilla, destinado a la procreación, en pareja, que tiene lugar entre personas de la misma generación, en casa, que solo implica los cuerpos y evita el sexo comercial y la pornografía. Más allá se encuentran los «límites exteriores» del sexo: promiscuo, no destinado a la procreación, ocasional, fuera del matrimonio, homosexual, entre generaciones, que tiene lugar en solitario o en grupos en público, o que incluye s/m, comercio, objetos manufacturados y pornografía. Las críticas feministas del porno han dejado clara la necesidad de distinguir entre sus objeciones y las que se basan en motivaciones morales o religiosas, o las que se basan en la ofensa al buen gusto o la decencia de la pornografía. Sin embargo, el trabajo feminista antiporno reciente no se centra especialmente en los aspectos problemáticos del género en el porno, ni adopta una crítica más amplia del sexismo en los medios de comunicación, ni tampoco busca un análisis de cómo los materiales sexistas pueden compararse con pornografía no sexista u otras formas de contenidos sexualmente explícitos. En vez de ello, parece más preocupado por la idea de una «sexualidad sana» caracterizada por Rubin en su descripción del círculo mágico del sexo. Una de las maneras en las que Dines articula esto se basa en el empleo del término «sexo pornográfico» que se usa para indicar sexo degradado, deshumanizado, formulaico y genérico: «sexo de uso industrial» comparado con sexo que implique «empatía, ternura, cuidado, afecto… amor, respeto o conexión con otro ser humano».40
Este ideal de sexo saludable está ceñido a los actos que son permisibles en él. Para Dines es degradante el sexo anal, la eyaculación en el cuerpo o cara de la mujer, y que más de un hombre esté manteniendo relaciones sexuales con una mujer. Los materiales producidos por Stop Porn Culture están salpicados de referencias como «adicción», «grooming», «proxenetismo» o «enrollarse», dibujando una visión del sexo como inherentemente peligroso mediante el empleo de miedos sobre el abuso de menores, el sexo comercial y el sexo ocasional, como si todos ellos no solo estuvieran relacionados sino que fueran uniformemente problemáticos y tuvieran su raíz en la «cultura del porno».
En la presentación de Stop Porn Culture «It’s Easy Out There for a Pimp», la distinción entre «sexo relacionado con el porno» y «sexo saludable» se explicita más utilizando una serie de contrastes tomados del libro The Porn Trap, escrito por los terapeutas sexuales Malz & Malz.41 El sexo pornográfico incluye «usar a alguien» y «hacerle algo a alguien». Es un «espectáculo para otros», un «bien público», «separado del amor», «emocionalmente distante». «Puede ser degradante» e «irresponsable», «incluye engaño» y «gratificación de los impulsos», «debilita los valores» y «hace pasar vergüenza». Por el contrario, el sexo saludable es «cuidar de alguien» y «compartir con una pareja». Es una «experiencia privada», un «tesoro personal», «una expresión de amor» y «enriquece». Es «siempre respetuoso», «se aborda de forma responsable», «requiere sinceridad», «implica todos los sentidos», «mejora quién eres en realidad» y proporciona «satisfacción duradera». Esta visión del buen sexo como privado en vez de público, y claramente ligado al amor en vez de a la gratificación también puede encontrarse en el trabajo de Robert Jensen. Jensen argumenta que el sexo debe implicar «una percepción de conexión con la otra persona, una mayor conciencia de la propia humanidad, y a veces, incluso una profunda percepción del mundo que puede surgir de una experiencia sexual significativa y profunda».42
Pero es difícil ver por qué estas características deberían ser importantes para las