Ética bíblica cristiana. David Clyde Jones
sino Aquel que es la fuente de toda felicidad. “Si referimos a él todas nuestras acciones, y lo buscamos no por otro bien, sino por sí mismo, y al fin llegamos a conseguirlo, no es preciso buscar más para ser felices.”16
Para Agustín, Dios es el “Bien Supremo”. Dios ha injertado en el hombre el deseo de la felicidad, y este deseo debe llevarlo a Dios, para encontrar en Él la fuente de todo bueno. Dios es el valor absoluto, infinito, eterno, incambiable, y la buena vida consiste en conocer y amar a Dios. Los filósofos paganos se equivocaron, no en buscar la felicidad (porque Dios nos creó con este deseo), sino en tratar de encontrar la felicidad en sí mismos y en esta vida solamente. Desde el punto de vista de Agustín, los valores que producen la felicidad, según un enfoque pagano (por ejemplo, según Aristóteles, la excelencia intelectual y moral), están corruptos debido al orgullo humano en buscar su propia realización. Esta realización propia no es la realización sana que viene como resultado de la gracia divina, sino una realización que es solamente un logro humano. Como sean las virtudes naturales, no pueden acercarse a la nobleza de las virtudes gloriosas de Dios.
La felicidad cristiana, por otro lado, trasciende lo humano y lo temporal. Tal como dice Agustín en su descripción maravillosa de la ciudad celestial, Dios es la felicidad de los redimidos.
“El premio de la virtud será el mismo Dios que nos dio la virtud, pues a los que la tuvieren les prometió a sí mismo, porque no puede haber cosa ni mejor ni mayor. Porque ¿qué otra cosa es lo que dijo por el Profeta: «yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo», sino yo seré su satisfacción. Yo seré todo lo que los hombres honestamente pueden desear—vida y salud, sustento y riqueza, gloria y honra, paz y todo cuanto bien se conoce? De esta manera se entiende también lo que dice el Apóstol: «que Dios nos será todas las cosas en todo». El será el fin de nuestros deseos, pues le veremos sin fin, le amaremos sin fastidio y le elogiaremos sin cansancio.”17
Tomás de Aquino compartía la perspectiva de Agustín sobre la ética, y utilizó su genio arquitectónico para desarrollar un sistema teleológico completísimo.18 Al hacerlo, usó la estructura triple de Aristóteles: “la naturaleza humana como es, la naturaleza humana como podría ser si realizara su telos, y los preceptos éticos racionales que son el medio para cambiar de una a la otra”.19 Frecuentemente los protestantes evangélicos consideran que Aquino no fue fiel a Agustín en esto, pero realmente es el enfoque de Aristóteles que ha sido cambiado, ya que Aquino tiene un punto de vista cristiano.20 Tal como demuestra Alasdair MacIntyre, al introducir el teísmo, “los preceptos éticos deben entenderse no solamente como mandatos teológicos, sino también como expresiones de una ley establecida por Dios”.21 De nuevo, el problema humano no es simplemente una cuestión de error (como enseñaba Aristóteles), sino de pecado. La solución entonces, tanto para Aquino como para Agustín, es la gracia de Dios.
En su enfoque de la ética, Calvino retuvo la orientación de Agustín, pero no usó el sistema de Aquino.22 Como Agustín, Calvino tomó el asunto de la felicidad como punto de partida para hablar del conocimiento de Dios, pero con una diferencia: mientras Agustín había comenzado con el deseo universal de la felicidad, Calvino puso énfasis en la necesidad de estar consciente de la falta de felicidad. El conocimiento de sí mismo que lleva al conocimiento de Dios no consiste en los dones de la naturaleza humana, sino en la miseria que ha resultado de la caída de Adán. La primera lección en la búsqueda de la felicidad es la humildad, una virtud que brilla por su ausencia en Aristóteles y la tradición clásica.23 Leamos las palabras de Calvino mismo:
“...No puede por menos que ser tocado cada cual de la conciencia de su propia desventura, para poder, por lo menos, alcanzar algún conocimiento de Dios. Así, por el sentimiento de nuestra ignorancia, vanidad, pobreza, enfermedad, y finalmente perversidad y corrupción propia, reconocemos que en ninguna otra parte, sino en Dios, hay verdadera sabiduría, firme virtud, perfecta abundancia de todos los bienes y pureza de justicia; por lo cual, ciertamente, nos vemos impulsados por nuestra miseria a considerar los tesoros que hay en Dios. Y no podemos de veras tender a Él, antes de comenzar a sentir descontento de nosotros.”24
En su capítulo breve de escatología en la Institución, Calvino hace eco de Agustín (y Aquino) en su descripción de Dios como el Bien Supremo y la mayor felicidad de los redimidos:
“Si Dios, como fuente viva que nunca se agota, contiene en si la plenitud de todos los bienes, nada fuera de él han de esperar aquellos que se esfuerzan en alcanzar el sumo bien en toda su plenitud y perfección.... Si el Señor ha de hacer participes a sus elegidos de su gloria, virtud y justicia, e incluso se dará a sí mismo para que gocen de Él, y lo que es más excelente aún, se hará en cierta manera una misma cosa con ellos, hemos de considerar que toda clase de felicidad se halla comprendida en este beneficio.”25
Calvino observa que muchos pasaje bíblicos nos enseñan a buscar a Dios como el Bien Supremo (Génesis 15.1; Salmo 16.5-6; 17.17; 1 Pedro 1.4; 2 Tesalonicenses 1.10). Aún así, la teleología no es un aspecto sobresaliente en su enseñanza sobre la ética. Su “Meditación sobre la vida futura” afirma que gozarse de la presencia de Dios es la cumbre de felicidad, pero el capítulo en general no fue escrito acerca de cómo debemos buscar la meta de nuestra vida y nuestra redención. Con su comprensión profunda de la naturaleza caída del hombre y de su arrogante oposición a la autoridad divina, Calvino parece estar más preocupado por el asunto práctico de la obediencia a los mandamientos de Dios. 26
En términos generales, la tradición reformada ha seguido a Calvino en esto, y se ha concentrado en el aspecto de la toma de decisiones, de acuerdo con las normas bíblicas del bien y del mal. Obviamente esto es un aspecto importante de la ética, pero debe entenderse dentro del contexto más amplio del llamado cristiano. Debido a la confusión moderna entre la ética teleológica y el consecuencialismo (el enfoque que sostiene que una acción es buena o mala dependiendo solamente de las consecuencias), los evangélicos tienden a rechazar el término “teleológica”, y prefieren hablar de la ética “deontológica”.27 Pero esta es una polarización falsa; una ética orientada a la meta no excluye necesariamente los principios absolutos de obligaciones morales.
La orientación estructural del Catecismo Menor de Westminster sigue siendo apropiada para la ética cristiana. La voluntad de Dios se refiere en primer lugar a su propósito para nosotros en Cristo, y después también se refiere a su forma de guiarnos para lograr ese propósito. Al considerar la meta a la cual nos llama Dios, encontramos en las Escrituras una variedad rica de temas que se traslapan, especialmente la gloria de Dios, la imagen de Cristo, el reino de Dios, y la vida eterna.
LA GLORIA DE DIOS
Los cielos cuentan la gloria de Dios, y también lo hacen las Escrituras. Tal como la tierra entera está llena de su gloria, así también la Biblia. Dios es el Dios de gloria (Hechos 7.2). El Padre es el Padre de gloria (Efesios 1.17), el Hijo es el Señor de gloria (1 Corintios 2.8), y el Espíritu es el Espíritu de gloria (1 Pedro 2.8). El nombre de Dios es glorioso (Nehemías 9.5), lo cual significa que Dios mismo es glorioso en su ser, su sabiduría, su poder, su santidad, su justicia, su bondad, y su verdad.
La gloria de Dios se revela en todas sus obras, pero especialmente en la salvación de su pueblo. El rey de gloria ejerce su soberanía en la redención de su pueblo, manifestando así su gloria en los redimidos. El plan de Dios, desde toda la eternidad, es el de tener para sí un pueblo, escogido en Cristo, redimido por Cristo, y llamado por Cristo, para la alabanza de su gloria (Efesios 1.3-14). Es esta verdad que evoca la doxología grandiosa de Pablo: “Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén” (Romanos 11.36).
Este pasaje claramente anuncia que Dios hace todo para su propia gloria. Este punto es obvio, pero no deja de ser importante. Además, falta explorar exactamente cómo Dios se glorifica en todas sus obras.
El tratado más profundo sobre este tema de la gloria de Dios fue escrito por Jonathan Edwards, Concerning the End for Which God Created the World [En Cuanto al Fin por el Cual Dios Creó el Mundo].28 Según Edwards, el fin principal y el fin supremo por el cual Dios creó el mundo