Ética bíblica cristiana. David Clyde Jones
Que ahora siento en mi corazón un principio de la vida eterna, después de esta vida, gozaré de una cumplida y perfecta bienaventuranza que ningún ojo vio ni oído oyó, ni entendimiento humano comprendió, y esto para que ella alabe a Dios para siempre.
El catecismo de Heidelberg, pregunta y respuesta 58.
“La vida eterna es el sumo bien y la muerte eterna el sumo mal”.46 Así escribió Agustín, reflejando una perspectiva bíblica que empieza en el huerto de Edén. El árbol de la vida simbolizaba más que una continuación de la vida física; es la promesa de una comunión eterna con Dios. Adán y Eva tenían libertad para escoger la vida, y Dios les advirtió de las consecuencias de comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Si hubiesen resistido la tentación de comer de este segundo árbol, habrían conocido el bien por experiencia propia; al comer del árbol, llegaron a conocer el mal.
La historia no termina aquí, sin embargo. Dios interviene y provee una manera de invertir la decisión. El sermón de Moisés acerca de la renovación del pacto concluye con una invitación elocuente: “A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia; amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a él; porque él es vida para ti, y prolongación de tus días; a fin de que habites sobre la tierra que juró Jehová a tus padres, Abraham, Isaac y Jacob, que les había de dar” (Deuteronomio 30.19-20). La Tierra Prometida es una representación concreta de la bendición, pero el aspecto más importante de la bendición se encuentra en la afirmación, “él es vida para ti”. Dios mismo es el bien que debemos buscar, y la vida que debemos escoger. La bendición del pacto consiste esencialmente en la unión con él.
La esperanza de la vida eterna en la presencia de Dios, basada en la profecía mesiánica de la resurrección, es la conclusión del salmo del rey David acerca de la herencia. “Me mostrarás la senda de la vida; En tu presencia hay plenitud de gozo; Delicias a tu diestra para siempre” (Salmo 16.11). El Cristo de David arrojaría luz sobre el concepto de la vida eterna al proclamar el evangelio (2 Timoteo 1.10). Cuando comparamos los cuatro evangelios, vemos que “recibir el reino” es una frase típica de Mateo, Marcos, y Lucas, mientras “tener la vida eterna” es una frase usada más por Juan. Pero los conceptos están interrelacionados. Los sinópticos hablan de buscar la vida eterna (Mateo 19.16; Marcos 10.17; Lucas 18.18), y los que entran al reino recibirán la vida eterna como herencia en la edad venidera (Mateo 19.29; 25.46; Lucas 18.30). Además, solo Juan relata algunas de las enseñanzas más conocidas de Jesús sobre el reino (Juan 3.3, 5; 18.18). Sin embargo, el tema unificador del evangelio de Juan no es la llegada del reino, sino el don de la vida eterna.
De interés especial es la definición de la vida eterna que aparece en la oración de Jesús la noche antes de que fuera traicionado: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17.3).47 La perspectiva de Moisés y David - que la vida consiste en comunión con Dios - ahora se confirma con un enfoque particularmente cristológico. Tal como dice Juan en su prólogo famoso, “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1.14). Conocer a Cristo es conocer a Dios; tener al Hijo es tener la vida - ahora y para siempre.
La oferta de la vida eterna en Cristo francamente apela a nuestro interés propio, pero esto no significa que la ética cristiana sea ego-céntrica, en el sentido de que normalmente se entiende la palabra. El contexto - la vida eterna en Cristo
- cambia todo. El Señor satisface los deseos de los que se deleitan en él (Salmos 37.4), y en todas las cosas que causan deleite para él - misericordia, juicio, y justicia en la tierra (Jeremías 9.24). El YO que se satisface en la felicidad eterna no es cualquier YO, sino el YO que tiene hambre y sed de justicia (Mateo 5.6), el YO que desea a Dios sobre todo.
Los autores de la Confesión de fe de Westminster hicieron bien en poner en paralelo el gozarse en Dios con el glorificar a Dios en la primera pregunta acerca del fin principal del hombre (note que no dice los fines principales del hombre). A veces los teólogos tratan de eliminar el interés propio de la ética cristiana. Duns Scotus, por ejemplo, enseñaba que “el interés propio debe ser totalmente eliminado, y esto se logra solamente si al final el YO deja de desear aun su propia existencia”.48 No obstante, como lo señala John Burnaby, esto haría que la doctrina de la creación no tuviera sentido. “¿Por qué Dios crearía de la nada un mundo que solamente le puede glorificar cuando desea cesar de existir?”49 Samuel Hopkins, sucesor de Jonathan Edwards (pero no su heredero teológico) planteó en “Dialogue between a Calvinist and a Semi-Calvinist” [Diálogo entre un calvinista y un semi-calvinista] que el interés propio debe ser tan ausente en el amor verdadero para con Dios, que el cristiano debe estar dispuesto a ser condenado eternamente para glorificar a Dios, si Dios lo desea así.50 ¡Pero esto es una idea seriamente equivocada del amor! Esto no tiene nada que ver con la religión bíblica, basada en la verdad de Juan 3.16, “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3.16). La idea de que Dios, después de todo lo que ha hecho para asegurar la vida eterna para los que creen, desea ser amado con tal supuesta “benevolencia desinteresada” es un desprecio increíble del don de Dios. Lejos de amar al Dios verdadero, el “calvinista” de Hopkins está postrándose delante de una deidad falsa de abstracción filosófica.
C. S. Lewis lo dijo bien, “Sería una criatura atrevida y absurda la que se presentara a su Creador jactándose, ‘No soy mendigo. Te amo desinteresadamente.’”51 Jesús vino a llamar a los cansados y trabajados - no a los auto-suficientes y desinteresados - para darles descanso en sus almas (Mateo 11.28).
Glorificar a Dios y gozarse de él no son dos propósitos distintos y separados; los cristianos gozan de Dios cuando lo glorifican, y Dios es glorificado cuando se gozan de él. Un teólogo evangélico ha sugerido que deberíamos expresar más precisamente el telos bíblico: “El fin principal del hombre es glorificar a Dios por medio de gozarse de él para siempre”.52 Esto es claramente un aspecto importante de la verdad - la presentación de Piper es rica en exposición bíblica acerca de la búsqueda cristiana del gozo - y este aspecto necesita ser enfatizado. No obstante, no podemos reducir la glorificación de Dios solamente a nuestro gozo en él. Dios es glorificado en la santidad también, por ejemplo, y no solamente en la felicidad de sus hijos.53 Es mejor mantener la palabra “y” en la pregunta del catecismo (glorificar a Dios y gozar de él para siempre), para representar los aspectos inseparables del telos bíblico, el aspecto objetivo y el aspecto subjetivo.
IMPLICACIONES PRÁCTICAS
El secreto de escribir un drama es comenzar con el final. Hay que desarrollar primero un buen fin, y después escribir la historia desde el final hacia adelante.
Woody Allen, God (A Play) [Dios (un drama)]
Un análisis muy perspicaz del carácter americano durante la década de 1980 fue Habits of the Heart [Hábitos del corazón], por Robert Bellah y cuatro colegas.54 Los autores, respaldados con su investigación sociológica, observan que “los americanos tienden a pensar que las metas fundamentales de una buena vida son un asunto de elección personal”.55 Los americanos estiman la libertad como el valor cultural más alto. Esto significa que la libertad ha llegado a definir lo que es bueno en la mente americana. Pero la manera en que típicamente describen la libertad es un summum bonum sin contenido.
“La libertad llega a significar que los demás deben dejarme tranquilo, sin imponer sus valores, sus ideas, o su estilo de vida sobre mí. Significa no tener autoridad arbitraria sobre mí en el trabajo, en la familia, y en la vida política. Pero es mucho más difícil definir lo que puedo hacer con esa libertad.”56
La libertad en la tradición bíblica significa libertad para hacer la voluntad de Dios; en la política, significa libertad para trabajar para el bien común de la sociedad. Pero en el individualismo actual, la libertad significa