Ética bíblica cristiana. David Clyde Jones

Ética bíblica cristiana - David Clyde Jones


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acerca de la libertad. Defienden su propia libertad, a como dé lugar. Los que están a favor del aborto reclaman la libertad de la mujer embarazada, y los que están en contra del aborto reclaman la libertad del bebé. Los que están en contra de la matanza de animales defienden la libertad de los animales, y los que venden pieles defienden su libertad para realizar su negocio.

      Frecuentemente la gente prefiere hablar de “valores” y no de “deberes”. Se habla de los valores que tiene la gente, sin hablar de normas éticas, porque este último podría llevar a discusiones conflictivas, incluso a la crítica o a la intolerancia. Hablar de lo que es bueno en sí mismo implica normas universales, y se da por sentado que no existe tal cosa. Muchos ya no hablan de lo que es “bueno”, sino solamente de lo que son sus propios valores. Hablan de lo que es “bueno para mí”. Con sus palabras, hablan de la moralidad, pero con sus manos, actúan de acuerdo con su preferencia personal.

      Como destacan los autores de Habits of the Heart, “si nos definimos según preferencia personal, y esas preferencias son arbitrarias, entonces cada uno constituye su propio universo moral”.57 El bien y el mal se determinan, no de acuerdo con normas objetivas, sino de acuerdo con lo que el individuo encuentra útil para satisfacer sus propios deseos y suplir sus propias necesidades. “¿Qué tipo de mundo”, preguntan, “es habitado por este tipo de persona que está siempre en desarrollo, pero que no tiene ningún fin moral? En ese mundo, cada individuo tiene derecho a su propio ‘espacio’, y no tiene límites impuestos.”58 En la cultura moderna, Madonna es el símbolo de este tipo de persona “improvisada”, libre para ser lo que quiera, y para cambiar cuando quiera. Según este esquema, ninguna decisión es buena o mala en sí misma; lo que vale son los resultados que satisfacen las preferencias del individuo, sin restricciones de un universo moral que él no ha hecho.

      Este principio no satisface, sin embargo, y es difícil vivir consecuentemente con él. Hace preguntarse si en realidad no existe algún fin moral que cada ser humano debe buscar. Hace preguntarse si es posible simplemente inventar el sentido de la vida sobre la marcha. Esta pregunta se ve en muchas de las obras de Woody Allen, incluyendo el ejemplo del teatro del absurdo que contiene la cita que usamos al principio de esta sección. El punto es que, sin el fin del drama, no hay mucha esperanza en la búsqueda del significado de la vida.59

      La pregunta acerca de la meta de la vida humana no pertenece a una sola cultura. Aunque el summum bonum ha sido el tema especialmente de muchos filósofos occidentales, es una pregunta humana. Cuando el antropólogo Jacob A. Loewen preguntó a los indígenas del Chaco de Paraguay, “¿cuál es el deseo más importante que usted lleva en lo más profundo su ser interior?”, recibió la respuesta, “Uno quiere ser una persona,...sí, uno quiere llegar a ser un ser humano”.60 Esa respuesta refleja una conciencia profunda de que existe una norma para la naturaleza humana que define su verdadera realización. El evangelio toca este punto, porque son verdaderas buenas noticias para los que quieren ser aquello para lo que el hombre fue creado.

      Comenzando con la pregunta de nuestro fin principal no solamente provee un punto de contacto para el evangelio; también mantiene la orientación personal de la ética cristiana. El principio clave de la vida cristiana no es la obediencia de una ley impersonal, sino la lealtad a Dios, el autor personal de la ley. La obediencia viene de un deseo de agradarlo y conformarse a su carácter. El interés personal está incluido, porque Dios ha hecho que nuestro interés sea el interés propio de él. Incluso, él ha dado a su único Hijo, para que podamos escuchar las palabras, “Bien, buen siervo y fiel...entra en el gozo de tu Señor” (Mateo 25.21, 23).

      ¿Qué, me preguntas, será mi premio?

      ¿Cuál es el secreto para hacerme sabio?

      ¿Qué de la riqueza que estimo más?

      ¿Cuál es el Nombre que gloria me dará?

      ¡Jesús, Jesucristo, el crucificado!

      La respuesta breve acerca de la meta de la vida es “Dios”: su gloria, su imagen, su reino, gozar de él para siempre. El problema es que, nadie busca este fin por sí solo, naturalmente. Todos buscamos la felicidad, pero nadie busca a Dios. El telos bíblico es especialmente anatema para la mente humanista. Paul Kurtz, por ejemplo, escribe:

      “El fin principal del hombre”, dice el catecismo menor escocés, “es de glorificar a Dios y gozar de él para siempre”. ¿Qué vida será esta si estamos totalmente dependientes de este Dios para nuestra existencia y sostén? ¿No será preferible la vida de un hombre libre en lugar de la vida de esclavitud eterna? Como dijo Bertrand Russel, tomarnos de la mano y cantarle himnos para toda la eternidad sería completamente aburrido. Para el hombre libre, ¡el infierno no sería peor!”61

      Tenemos que aprender a apreciar el cielo. Si Dios le pregunta a Kurtz, “¿Por qué debo dejarte entrar en mi cielo?”, él contestaría, “¿Y yo para qué quiero entrar allí? ¡Ese lugar me parece el infierno!” Sin la gracia de Dios en nuestra vida, pensaríamos lo mismo. Es la experiencia de conocer la gracia maravillosa de Dios la que crea el deseo de cantar sus alabanzas por la eternidad. Jonathan Edwards observa en su Tratado Sobre los Afectos Religiosos, que el hombre tiene que amar a Dios primero, y unir su corazón con el corazón de Dios, antes de que tenga el deseo de glorificarlo y gozar de él.62 El problema verdadero de la ética no está en encontrar las reglas para mostrarnos cómo glorificar a Dios y gozarnos de él, sino que está en tener la voluntad para hacer que esto sea nuestra meta en primer lugar. Los leopardos no cambian sus manchas. Algo drástico tiene que suceder para que el hombre busque a Dios como su meta, un cambio tan profundo que constituye nacer totalmente de nuevo, pero esta vez desde arriba.

      EL CORAZÓN HUMANO

      En Proverbios, el padre sabio aconseja a su hijo, “sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida” (Proverbios 4.23). Expresado de otra manera, “Detrás de cada acto está el complejo psicológico de disposición y carácter que lo determina.”63 La conducta humana - cada pensamiento, palabra, y acto - fluye de esta fuente, y demuestra qué tipo de persona somos. Según Jesús, el corazón está muy mal: “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez” (Marcos 7.21-22). Un árbol malo produce fruto malo; una fuente contaminada produce agua contaminada.

      El hombre está en malas condiciones moralmente. La Biblia enseña que está muerto en sus pecados (Efesios 2.1). La mente natural se opone a Dios y no se somete a su ley; no puede agradar a Dios (Romanos 8.7-8). Esta inclinación hacia el mal debe ser vencida, antes de que pueda hacer el bien. Las buenas noticias son que, en la salvación, la gracia de Dios saca las raíces de la hostilidad hacia Dios que está en el corazón, y pone una nueva disposición de amor. El evangelio transforma la conducta moral desde adentro. La bondad moral no se produce externamente con esfuerzo humano, sino por medio de la unión con Cristo, por fe en él. La ley de Dios se escribe primero en el corazón, para que se pueda practicar en la vida (Jeremías 31.33; Hebreos 10.16). El Señor promete en la profecía de Ezequiel, “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ezequiel 36.26-27).

      ¿Cuáles son las características esenciales de un corazón transformado? ¿Qué constituye una disposición bondadosa, según las Escrituras? En el Nuevo Testamento, frecuentemente se mencionan juntos la fe, la esperanza, y el amor, como los componentes básicos de un corazón transformado por el evangelio.64 La frecuencia de esta combinación lleva a la conclusión de que la fe, la esperanza, y el amor forman un trío de grandes virtudes (o mejor gracias) otorgadas por


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