Ética bíblica cristiana. David Clyde Jones

Ética bíblica cristiana - David Clyde Jones


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(Efesios 6.13; “habiendo acabado todo”), también puede tener el significado de “practicar” algo u “ocuparse” en algo.81 ¿Cuál será el significado más apropiado en este contexto?

      Debemos notar primero el tono de confianza de Pablo en la carta, “estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (1.6). La salvación es algo que logra Dios, y no hay duda del resultado. Pablo basa su imperativo en esta verdad básica, “porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (2.13). “Vuestra salvación” no es una meta que se logre con esfuerzo humano, sino un don recibido por gracia divina. Es importante notar que el verbo imperativo está en el tiempo presente. La idea es, “sigan practicando su salvación”, “continúen realizando su salvación”. Esto encaja bien con su referencia al pasado, “como siempre habéis obedecido”.

      Debemos recordar también la oración previa de Pablo (Filipenses 1.9), pidiendo motivación para vivir la vida cristiana, “Y esto pido en oración, que vuestro amor [no el miedo] abunde aun más y más en ciencia y en todo conocimiento”. Tener “temor y temblor”81 (hace rima en el griego: phobou kai tromou) es una expresión idiomática para indicar respeto (2 Corintios 7.15; Efesios 6.5). Aquí se refiere a la reverencia asombrosa que viene del hecho de que es Dios (el orden de las palabras en griego pone el énfasis aquí) quien obra en nosotros para que deseemos y hagamos su voluntad, de acuerdo con su propósito para nosotros en su plan de salvación. La versión Dios Habla Hoy traduce, “ocúpense de su salvación con profunda reverencia”.

      Tal como hay una diferencia fundamental entre el temor en el sentido de terror y el temor en el sentido de honrar, también hay una diferencia fundamental entre el castigo y la disciplina.82 La meta de la vida cristiana es llegar a ser como Cristo, la imagen de Dios. En el proceso de la transformación, Dios nos disciplina para nuestro bien, “para que participemos de su santidad” (Hebreos 12.10). Mientras el castigo es la ejecución de la justicia retributiva de Dios, la disciplina es la expresión de su amor correctivo (Hebreos 12.6, “Porque el Señor al que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe por hijo.” Vea también Apocalipsis 3.19.)83 Aunque la experiencia de ser disciplinado no es agradable, se puede soportar cuando uno sabe que es para su bien, que “después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados” (Hebreos 12.11).

      La aflicción tiene sentidos distintos, dependiendo de si estamos siendo castigados o disciplinados. No sería muy exagerado decir que el castigo y la disciplina está tan lejos el uno del otro como la distancia entre la ira y el amor de Dios. Con razón, los pecadores buscan refugio en Cristo para escaparse de las consecuencias penales del pecado, pero esto no es el motivo continuo de la vida cristiana, excepto con respecto a la advertencia en contra de la apostasía. El mensaje de Hebreos 12.4-11 no es, “si pecas, serás castigado”, sino, “si eres un hijo o una hija de Dios, serás disciplinado”. Aunque duele, la disciplina es una señal del amor de Dios. A través de la disciplina, crecemos en nuestra obediencia, no por miedo de las consecuencias, sino por amor hacia el que nos amó primero.

      EL AMOR HACIA DIOS

      Cuando un escriba le preguntó cuál era el mandamiento más grande, Jesús contestó, “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mateo 22.37-40, vea también Marcos 12.31, “No hay otro mandamiento mayor que éstos.”) A los teólogos sistemáticos esto les avisa que no hay un solo mandamiento, sino dos. El primer mandamiento no se puede separar del segundo. Toda la revelación bíblica (“toda la ley y los profetas”) gira en torno a estos mandamientos, como una puerta apoyada en dos bisagras.

      Sucede que el segundo gran mandamiento (Levítico 19.18) se cita con más frecuencia que el primero en el Nuevo Testamento (Deuteronomio 6.5).84 En el Antiguo Testamento, el primer gran mandamiento aparece después del Shema (Deuteronomio 6.4, “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es”), y se repite en Deuteronomio ocho veces (Deuteronomio 11.1, 13, 22; 13.3; 19.9; 30.6, 16, 20). El Nuevo Testamento construye encima de este fundamento imperativo; fundado en el hecho de que Dios da lo que exige, se dirige a los creyentes como los que aman a Dios (Romanos 8.18; 1 Corintios 2.9; 8.3; Efesios 6.24; Santiago 1.12; 2.5; 1 Pedro 1.8).

      Claramente este amor responde al amor de Dios. “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4.19). Dios ama a su pueblo desde la eternidad (Efesios 1.4-5) y demuestra su amor en la cruz (Romanos 5.8). Los creyentes entendemos lo que significa ser amado cuando vemos la cruz de Cristo. “En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros...” (1 Juan 3.16). Al responder a la iniciativa de Dios, los hijos de Dios comienzan a amar. Redimidos por su gracia, y capacitados por su Espíritu, podrán amar a otros, unidos con Cristo y viviendo en una comunidad de fe, esperanza, y amor (1 Corintios 13.13).

      ¿Qué significa amar a Dios? Se presta poca atención a esta pregunta en la ética cristiana hoy en día. Esto sorprendería a Jonathan Edwards, quien escribió, “Si no queremos ser ateos, debemos admitir que la virtud verdadera es esencialmente un amor supremo para con Dios; y cuando esto falta, no puede existir la virtud verdadera.”85 Quizás nuestra generación está más cerca del ateísmo de lo que quisiéramos pensar. Si preguntáramos a la gente de hoy, “¿Qué es el amor?”, pocos dirían algo como Thomas Watson (que sigue el enfoque de Agustín), “Es un fuego encendido en los afectos, por el cual un cristiano es llevado con fuerza a buscar a Dios como el bien supremo.”86

      El amor hacia Dios es un complejo de disposiciones, que incluye el afecto y la volición, tradicionalmente llamados en latín, la complacentia (satisfacción) y benevolentia (buena voluntad). William Ames, el puritano que escribió Marrow of Theology [La Médula de la Teología], un texto de teología sistemática que fue popular durante el siglo diecisiete, dice, “El amor en el sentido de satisfacción es el afecto por medio del cual aprobamos todo lo que está en Dios, y descansamos en su bondad suprema. El amor en el sentido de buena voluntad es el afecto que nos hace entregarnos completamente a Dios.”87 Una descripción más completa fue redactada por un contemporáneo de Ames, San Francis de Sales, un líder de la contra-reforma y un obispo de Ginebra desde 1602 hasta su muerte en 1622.

      “Expresamos nuestro amor para con Dios mayormente en dos maneras— espontáneamente (afectivamente), y deliberadamente (efectivamente).... En la primera manera, llegamos a querer a Dios, y a querer lo que le agrada; en la segunda manera, le servimos a Dios y hacemos lo que él nos pide. La primera manera nos une con la bondad de Dios, y la segunda manera nos mueve a cumplir su voluntad. La primera manera nos llena de satisfacción, de benevolencia, de anhelos espirituales, deseos, aspiraciones, y fervor, y nos produce una comunión con Dios, corazón a corazón; la segunda manera produce en nosotros resolución firme, valentía constante, y la obediencia absoluta que es necesaria para cumplir lo que sea que Dios mande, y para soportar, aceptar, aprobar, y recibir todo lo que él permita.”88

      Durante el siglo veinte, John Murray también habló del amor hacia Dios como un complejo de disposiciones. Según Murray, el amor es “afecto impulsivo”. Con esto, él quiere decir que, “el amor es tanto emoción como motivación; el amor es sentimiento, y nos mueve a actuar... Está intensamente preocupado con la persona que es su objeto supremo, y por lo tanto actúa intensamente para hacer su voluntad.”89 El análisis de Murray es breve, y no usa terminología tradicional, pero está en armonía con la distinción de Sales entre el aspecto afectivo y el aspecto efectivo. Sea cual sea la terminología que usemos, el concepto del amor hacia Dios como un complejo de afecto y volición es una verdad bíblica clave.

      El amor hacia Dios involucra un deseo santo de Dios, una satisfacción santa con el Ser de Dios, y también incluye el deseo de hacer su voluntad—seguirlo, caminar en sus caminos, conformarse a su imagen. “Si me amáis, guardad mis mandamientos” es un principio enunciado en el Sinaí y repetido en el aposento alto (Éxodo 20.6; Juan 14.15). Amar a Dios y guardar sus mandamientos no son simplemente sinónimos, como si el


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