La Biblioteca de Ismara. Javier L. Ibarz
lo comentó con ella. Pero Natalia le restó importancia. Antoine estaba investigando la historia de los Riglos y su relación con Ramyr. Era normal que estuviera en la Biblioteca. Y en cuanto a la hora… ¿cuántas veces no se habían quedado ellos estudiando o leyendo hasta la madrugada?
Mientras Natalia salía de la panadería, Bruno se preguntó si no sería oportuno hablarle a Antoine de los libros del reservorio, que Gabriel descubrió y sirvieron para deducir que su sobrina podía ser el instrumento que estaban esperando. ¿Quién los tenía ahora? Había sido una investigación complicada, trabajando cada uno por su lado, unos en Ismara, otros en Bosca, o en Francia… ¿Seguían los libros en la Biblioteca o se los había quedado alguno de los investigadores? Natalia, Gabriel, Sophie… Sophie era como una madre para Antoine. Si los tenía ella, Antoine habría podido consultarlos. ¿Óscar…? Tal vez. O Mónica, aunque, desde que era alcaldesa, sus trabajos como investigadora estaban un poco estancados. Los libros se habían repartido entre ellos, de eso estaba seguro, pero juraría que se devolvieron al reservorio. Cuando volviera a ver a Antoine, se lo comentaría.
6
—Estás pillando fama de pija —dijo Nuria, en tono confidencial.
Clara casi se atragantó con la manzana. Acababan de terminar el primer bloque de clases y estaban almorzando en el patio. Miró a su amiga, atónita.
—¿Qué?
—Es lo que comentan todos. Por lo de la fiesta —añadió—. Todos la llaman ya Sweet Sixteen.
—No me fastidies —se quejó Clara, mirando suspicaz a su alrededor. Le pareció ver caras que la miraban con expresiones de desaprobación. ¿O es que se estaba emparanoiando?
—Sí. Y todos esperan que te regalen una moto, un apartamento en la playa o cualquier otra historia de esas; que salgas a cantar Mamma Mia o algo así con un coro de bailarines profesionales y que invites al Dani Martín o algún famoso. Como si fueras yanqui.
—¡Venga ya!
—Pues sí —confirmó Nuria, y luego, conciliadora, añadió—. Pero no hace falta que hagas nada de eso. Con las piñatas, alguna bebida y patatas fritas, a mí me parece que ya está bien.
—Pero es que ni siquiera es mi cumpleaños, que es en febrero… Eso ha sido idea de mi tío, que quiere… —No; mejor que no le contara a Nuria las paranoias de su familia, porque si se daba cuenta de lo grillados que estaban todos, ya la podía dar por perdida—. …bueno, tonterías suyas.
—Que a mí me gusta la fiesta, de verdad. Yo solo te cuento lo que hay. Y oye, si tú y yo sabemos que no eres ni pija ni rara, lo que piensen los demás da lo mismo, ¿no?
Sí, claro que daba lo mismo… Que te marcaran como la frikie-pija al mes de llegar a un instituto era lo mejor que te podía pasar… Si buscaba argumentos para un cuento costumbrista, ya tenía uno, con ella de personaje principal.
A cada segundo odiaba más esa maldita fiesta.
Pero llegó el día. Gabriel tenía preparadas cientos de guirnaldas, una para cada invitado, que brillarían en la oscuridad. Primero en blanco, pero un par de minutos después de ser colocadas, se colorearían en tonalidades que irían del verde lima al azul eléctrico y del rosa chicle al ámbar. Gabriel le explicó el código: azules y verdes podían ser invitados a su casa sin problemas; del rosa al amarillo, con reservas (solo si una exhaustiva investigación los identificaba como no peligrosos). Pero las que brillaran en ámbar marcarían a alguien peligroso y esa persona debería ser neutralizada de inmediato.
—¿Asesinada? —preguntó Clara, entre asustada y esperanzada—. Porque tengo un par de nombres en mente…
—No —remarcó Óscar, riendo—. Neutralizada. Hay compuestos que producen pérdidas selectivas de memoria. Recordarán entrar en la fiesta, pero nada más. Y luego tendrán muchas dificultades para memorizar cualquier dato que se refiera a ti.
—¿Y cuándo me enseñaréis a hacer esos conjuros? —preguntó Clara. Si algo se le estaba haciendo evidente era que los aparatos que construía la secta de su tío funcionaban. ¿Habría parte de verdad en lo que le habían contado? Tal vez. Claro que de ahí a tragarse lo de la conspiración contra su familia había un mundo.
—Ni un segundo antes de que dejes de llamarlos conjuros —concluyó Gabriel—. Te lo repito; esto no es magia. Es como si llamaras poción al jarabe contra la tos, o maleficio a la quimioterapia.
—Bueno —ironizó—, pues cuándo aprenderé quimioterapia.
Gabriel y Óscar se rieron, a su pesar. Pero debían darse prisa, porque la fiesta empezaba a las siete y ya eran las cinco y media.
—Corbata… bueno. Pajarita no —opinó Clara, viendo que su tío se estaba probando lazos por encima de la camisa —. No vayas a parecer un viejo.
—Cada uno parece lo que es… Vale, llevaré pajarita —Clara le clavó la mirada—. Era broma, era broma. Corbata. ¿Lunares, rayas…, paramecios…?
Eligieron una verde oscuro con dibujitos para Gabriel y otra mostaza con rayas muy finas verde esmeralda para Óscar.
Estaban muy guapos, pensó Clara, «para ser tan mayores».
Se pusieron en la puerta, dando guirnaldas a tutiplén, desbordados por la cantidad de gente que había acudido. No solo los alumnos, sino sus padres, los profesores… media Bosca estaba allí… bueno, tal vez solo parte, pero sí casi todo el instituto. Y el verde y el azul eran los colores predominantes en la sala, iluminada con una luz suave que permitía ver las caras y las guirnaldas. Inés llevaba una azul celeste, Nuria, otra de un verde eléctrico, la de Ana, violeta… y se le veía bastante acaramelada con un chico que se había dado dos vueltas al cuello con una de color verdeazulado. Algún amarillo ocasional, pero ningún rosa o ámbar.
—¿Con quién está Ana? —le preguntó Clara a Inés.
—Con Juan —respondió esta—. Ya llevan unos días tonteando.
Juan. Clara recordó haberle visto por el instituto. Un chaval guapete, alto, que jugaba al baloncesto y hacía teatro. Le hizo gracia que esos dos se juntaran. Nuria se acercó.
—Venid —dijo, riendo—, que nos hacemos un selfie.
Las tres se abrazaron, divertidas y se hicieron la foto.
—Clara, tú siempre igual —se quejó Nuria, mirando el móvil—. No sé cómo lo haces, pero siempre sales borrosa…
Clara se hizo la loca, pero entendió qué pasaba: no era culpa del ordenador ni de la cámara; el amuleto impedía que se le viera en las fotos. Vaya con los alquimistas.
—Por cierto —añadió Nuria—; Pablo quiere preguntarte algo. Dice que es privado y que no quiere que te lo tomes a mal.
—¿Y por qué me lo preguntas tú?
—Porque él dice que no quiere que le cojas manía por hacer preguntas raras y que como soy tu mejor amiga y blablablablablá…
—Si puedo contestárselo —Clara suspiró—, adelante.
—Seguro que quiere preguntarte si los colores de las guirnaldas tienen que ver con la orientación sexual —se burló Nuria—. Desde que salió del armario, ve gays por todas partes.
—Vamos, dile que venga antes de que le dé un yuyu por comerse la cabeza.
Nuria se marchó riendo y al poco volvió con Pablo.
—Los colores no tienen nada que ver con lo sexual —se adelantó Clara.
—No es eso. —Pablo se estaba poniendo colorado—. No, déjalo, que seguro que te cabreas.
—Pues