Derechos Ambientales, conflictividad y paz ambiental. Gregorio Mesa Cuadros

Derechos Ambientales, conflictividad y paz ambiental - Gregorio Mesa Cuadros


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sociales (tanto los consolidados como los que estaban en vías de construcción), a través de la regresión de estándares laborales, los recortes en políticas sociales, la financiarización del consumo y del conjunto de la economía (Fontana, 2011; Martínez González-Tablas y Álvarez Cantalapiedra, 2009), así como la revisión del aparato burocrático prestacional de acuerdo a la lógica de división social del bienestar entre el Estado, el mercado y la comunidad11(Santos, 2003; Noguera Fernández, 2014).

      Así, mientras el núcleo duro del sistema institucional (internacional y estatal) viene experimentando en las últimas décadas reformas sustantivas para acoplarse a las exigencias de reproducción del capital, ese mismo sistema institucional, en su iluso empeño de mantener una posición equidistante (o al menos aparentarlo) se ha hecho eco de las reivindicaciones de las nuevas izquierdas, acoplándolas a través de reformas accesorias y sectoriales a ese nuevo sistema institucional transformado en su núcleo en sentido opuesto. En este contexto, cuestiones tales como la gestión de la diversidad cultural en las sociedades occidentales, los derechos de los pueblos originarios, los extranjeros, la igualdad de género o la cuestión ambiental han ido poco a poco ganando terreno en las agendas políticas estatales e internacionales, quedando incluso incorporadas en la cláusula social de los textos constitucionales (Noguera Fernández, 2014).

      En suma, pues, el sistema institucional dominante ha avanzado en la posmodernidad a través de un doble movimiento que ha incidido tanto en las metas constitucionales como en las estructuras institucionales de los Estados: un movimiento central de radicalización de los principios económicos modernos y de restructuración del aparato gestor del Estado, y un movimiento secundario de problematización y recepción de las preocupaciones y reivindicaciones planteadas por las nuevas izquierdas.

      Transcurridas más de dos décadas desde la consolidación del desarrollo sostenible como matriz reguladora de la crisis ambiental, y tras un extensísimo despliegue normativo a todas las escalas, pueden registrarse en los países del centro de la economía mundial algunos éxitos. En este sentido, se ha logrado controlar y limitar parcialmente algunos de los problemas ambientales más visibles a escala local, como la contaminación provocada por las industrias, la gestión de los residuos, la conservación de la calidad de las aguas y los espacios naturales, la minimización de algunos riesgos tecnológicos, entre otras.

      Así pues, cabe afirmar que, a lo largo de las últimas décadas, la crisis sistémica que atraviesa la modernidad no ha dejado de tensarse, ubicándose en nuevas coordenadas. Ello nos obliga a poner entre comillas los logros del paradigma normativo del desarrollo sostenible y a preguntarnos a conciencia sobre sus fallas o, incluso, su fracaso. A estas alturas, pensar la crisis ambiental exige pensar no solo en la crisis sino también en las falencias de lo que hasta ahora se viene defendiendo como la solución al problema. A grandes rasgos, podemos identificar tres tipos de hipótesis sobre estas dosis de fracaso.

      En primer lugar, la hipótesis probablemente dominante apunta a que nos hallamos en un proceso inconcluso y un problema de temporización. En esta línea explicativa, encontramos tanto aquellos que cuestionan la excesiva ambición o falta de realismo que suele verterse sobre el papel, como aquellos que centran el problema en la compleja trama de obstáculos que se interponen a la consecución de los objetivos de desarrollo sostenible, haciendo hincapié en la falta de voluntad política de los Estados y la falta de información, conciencia o sensibilidad del conjunto de la ciudadanía para asumir y cumplir objetivos suficientemente ambiciosos.

      Desde esta perspectiva, estaríamos no tanto ante un fracaso del desarrollo sostenible como ante una acumulación de pequeños fracasos, o más bien retrasos, subsanables mediante un compromiso político, social e institucional más firme. La premisa de esta perspectiva, como apunta Pablo Martínez Osés (2017), es: si todos los países del mundo se comprometen significativamente con la agenda de desarrollo sostenible, la agenda se cumplirá; y la consigna correlativa sería: sigamos apostando con mayor convicción por el desarrollo sostenible mediante un marco regulador más extenso y ambicioso, dotado de mecanismos de control más efectivos, así como mejores estrategias para seducir a los actores más reticentes al cambio (mediante educación, incentivos, etc.).

      Mientras la hipótesis anterior reconoce en cierta manera la obsolescencia de un discurso que en algún momento pudo tener vigencia y potencial para reconducir la crisis ambiental, cabe identificar una tercera línea interpretativa que se nutre de una gran variedad de corrientes de pensamiento (muchas de ellas planteadas desde la periferia del sistema o sujetos excluidos) construidas desde su origen en paralelo o como crítica al desarrollo sostenible, a partir de enfoques que alumbran sus puntos ciegos o ponen al descubierto sus problemas de legitimidad y viabilidad.


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