Misión y comisión. Carlos Van Engen

Misión y comisión - Carlos Van Engen


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pesar de haber sufrido muchas formas de corrupción que hicieron padecer a toda la nación. La ética, la sociedad, la iglesia, y la pérdida de nuestro sentido cultural, todo ello es parte de nuestra realidad.

      ¿Hay gigantes cuando miran? Sí, pero también fluye leche y miel. ¿No lo ven? Hace poco anduve en un cafetal. Fue como encontrar de nuevo mi corazón, porque yo fui administrador de una finca cafetalera durante una temporada en el sur de México. El pueblo latinoamericano es un pueblo de risa y de ánimo. Es un pueblo generoso. Nunca he visto un pueblo como el pueblo latinoamericano. Si tiene algo, lo da. Un pueblo trabajador. Un pueblo siempre ansioso de superarse. Familias íntegras, como no las hay ni en Europa ni en Norteamérica. En América Latina tenemos familias que funcionan como tal. Vemos también una juventud deseosa de crear un futuro distinto y una nueva realidad.

      Hace unos años en una reunión en Tapachula, estado de Chiapas, una ciudad que hoy tiene unos setecientos mil habitantes. Alrededor de doscientos jóvenes se preguntaban durante el evento cómo podían ser agentes de Dios para lograr la transformación de su realidad. Todos eran jóvenes universitarios. Unos estudiaban Medicina, otros Abogacía, Arquitectura o Educación. Juntos pasamos varios días hablando de cómo ser agentes de Dios para transformar su realidad. Hubo uno que veía a los gigantes. Dijo: «¡No! ¡Miren! ¡Siempre ha sido así y siempre será así!». Otra hermana se paró y dijo: «No, hermanos; miren la historia. La iglesia puede ser instrumento de Dios para la transformación de la realidad. Yo creo que nosotros podemos transformar nuestra realidad. Necesitamos una esperanza que no muera y nos acompañe. Los gobiernos hacen lo que hacen porque siempre esperamos que mañana sea mejor».

      Vayan conmigo a Tijuana, uno de los pueblos de mayor crecimiento poblacional en América Latina. Colinas enteras, de una semana a la otra, se cubren de chocitas. En México, hoy en día, cerca del treinta por ciento de personas no tienen trabajo. ¿Qué ven ustedes al mirar su realidad? ¿Gigantes? ¿O una tierra que fluye leche y miel?

      El texto

      Hay gigantes en la tierra de la que fluye leche y miel. El texto bíblico dice que fluye leche y miel. Para nosotros —como cristianos evangélicos— y para los que creen en la Biblia, quiero tratar aquí acerca de la creación. Tenemos que aprender de nuevo la verdad de la creación.

      Primero: Todo ser humano tiene un valor igual e infinito. En Génesis 1.11, leemos que todos somos iguales como humanos. La deshumanización de la persona es el resultado de las diversas formas de opresión. Los opresores siempre deshumanizan a los oprimidos. La Biblia dice que todos somos iguales e igualmente amados. La tabla de las naciones de Génesis 10 se ve de nuevo en la tabla de las naciones de Hechos 2 junto con la tabla de las naciones que aparece en Apocalipsis 21. De principio a fin hay una verdad: Dios ama a todos por igual y todos somos igualmente valorados como humanos por Él.

      Segundo: No adoramos la creación. Ni somos animistas adorando lo creado o los espíritus de lo creado. Tampoco somos humanistas adorando a la humanidad y lo natural. Mucho menos somos materialistas midiendo nuestro valor por las cosas que tenemos. Somos creación de Dios y Él nos ha creado de la nada por su puro amor y su deseo de relacionarse con la humanidad ha sido expresado en un pacto. Si en realidad las personas de nuestro contexto creyeran la verdad de este amor de Dios y de esta creación hecha por Él, ¡qué transformador sería!

      La Biblia tampoco implica el deísmo de un dios, que en nuestro continente ha ido tan lejos, necesitando siempre crear intermediarios para poder alcanzar a ese dios. No un deísmo; ni un mecanismo científico positivo.

      En México, en la formación en la carrera de medicina hasta los últimos años, hemos visto una reacción en contra de las creencias en la obra de los espíritus (el mal de ojo, el espanto, el enojo, el celo, etc.). En reacción a los curanderos, la medicina mexicana se volvió totalmente mecánica. Mira el cuerpo como si fuera un carro que necesita componerse. Los doctores casi no hablan con los pacientes, porque no quieren que ellos confíen en las llamadas «supersticiones». Los doctores secularizados desean que nada estorbe lo que se supone es el trabajo de la medicina. Pero no somos ni mecanicistas ni materialistas ni dialécticos ni capitalistas.

      Afirmamos que todo lo físico es bueno porque Dios dijo Es bueno. Es bueno. Lo físico es bueno, no solo el alma. El cuerpo no vale solo porque preserva el alma. Somos seres enteros y nuestro cuerpo es parte de lo que somos. Es tan precioso que Dios nos promete darnos un nuevo cuerpo. ¿Lo han visto en la Biblia? Un nuevo cuerpo. Tan importante es lo físico.

      La creación, la providencia. Los dictadores son como el faraón de la época de Moisés, quien pretendía que se creyera que él era un dios capaz de salvar a su nación. La providencia nos dice que Dios no sólo es el creador del mundo, sino que también está íntimamente involucrado en el cuidado continuo de la creación. Cristo es el creador y el único Señor, como Carlos Barth, Dietrich Bonhoeffer y otros pastores afirmaron en los tiempos de Hitler durante la Segunda Guerra Mundial. Hay un Señor. Lean Juan 1 y Colosenses 1. Hay uno, Cristo, quien nos cuida. Dios nos cuida. No nos hace pasivos; nos hace activos para que podamos tomar posesión de «Canaán». Hay un Dios de la providencia que no se aleja, sino que está aquí con nosotros.

      Tercero: La mayordomía. Dios nos llama a cuidar la naturaleza. No ignorar, no menospreciar, no espiritualizar la creación. Dios nos puso para nombrar los animales. Nosotros somos los mayordomos de la naturaleza.

      Veamos la historia de Abraham. Su primer viaje misionero fue a Egipto y resultó ser ¡un desastre! El faraón, rey de Egipto, lo regaña por ser mentiroso. ¡El rey pagano reprocha al misionero! Abraham no aprende a ser misionero hasta que se da la situación de Sodoma y Gomorra; se pone a interceder en oración por estos lugares ante Dios, sin ningún interés personal. Al fin llega a entender la forma en que él puede participar con Dios en la misión de Dios.

      El primer misionero que en realidad hace algo es José. ¿Cuántos se salvaron por obra de José? ¿Se han puesto a pensar? Cuando leemos la historia de José en el Antiguo Testamento resalta el hecho de que él va y logra arreglar todo para rescatar a su familia. Él habla a sus propios hermanos por interés personal. Pero no fue enviado solo para aquello. Fue enviado también para que el faraón supiera lo que iría a ocurrir en los próximos catorce años y así éste almacenara comestibles para alimentar no solamente al pueblo de Egipto sino también a todas las naciones que lo rodeaban. Y todo esto como resultado de la obra del misionero José. Él fue el instrumento que Dios usó para proveer de comida al pueblo egipcio y a todas las naciones de alrededor durante la sequía.

      Podemos pensar en el reino de justicia con David, o en la búsqueda de la justicia y el valor de las personas con los profetas. O en la misión de Jesús mismo. ¿Han leído cuidadosamente el sexto capítulo de Juan? ¡Qué precioso! Jesús dice Yo soy el pan de vida; pero ¿qué hizo primero? Jesús dio de comer a la multitud que había ido a escucharlo. Estamos hablando de lo físico de nuestro contexto.

      La comunión o comunidad

      ¿Qué ven ustedes cuando miran a «Canaán»? ¿Ven gigantes en la tierra que fluye leche y miel? ¿Ven la verdad de la Biblia que habla de que somos valorizados? Mana leche y miel por la providencia de Dios y el cuidado de la naturaleza.

      Esta es la comisión: ofrecer leche y miel entre los gigantes. Ovejas entre los lobos, dice Jesús. Como iglesia, somos un subsistema entre los subsistemas en que vivimos. No somos una isla apartada; somos una parte, nada más, de una grandeza sobre la cual está Dios.

      Dios, en su providencia y creación provee por todo, dice la Biblia. La iglesia está en el mundo, pero no es del mundo. Lo dice Jesús en «El Sermón del Monte» (Mt 5, 6 y 7). Somos sal y luz. No únicamente dentro de la iglesia, sino fuera de ella, en la sociedad, en nuestro entorno. Somos enviados y enviadas, dispersados y dispersadas de la misión de Dios como sal y luz. Somos, dice Efesios 1, las primicias. El primer fruto. Somos los que mostramos al mundo la posibilidad de una nueva vida, de una nueva forma de vivir, como vemos en Hechos 2.

      De niño aprendí a hablar español antes que inglés. La persona que me enseñó a hablar el español se llamaba Marta. Ella tenía unos dieciocho años de edad cuando nos ayudaba en la casa y yo uno o dos años, así de chiquitillo —como decimos en México—. Marta


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