Leyendas del rugby. Danis Dionisi
la emoción y la intensidad inherentes a cada una de ellas. Sólo dos de los relatos están escritos en primera persona. “Adolescencia” y “El culpable”. El primero porque quise homenajear a un gran amigo de aquellos años de sueños y también porque entendí que mi experiencia frente a la pantalla viendo aquel partido ante Gales del 76, seguramente haya sido compartida por muchos de los lectores. El segundo, en cambio, es un encuentro con un personaje fantástico que lleva el nombre de una leyenda de Los Tábanos, el club de fantasía que inventé para algunos cuentos publicados en Periodismo Rugby. Pero todos los relatos, incluidos estos dos, recrean historias y situaciones reales de la historia del rugby argentino.
Creo que en estos primeros veinte años de Leyendas del rugby, los protagonistas han dado respuesta a las preguntas que se plantean en el inicio de estas líneas. Es mi intención que, recorriendo los cuarenta y ocho relatos de este libro, el lector se acerque a esas certezas por el camino de la emoción.
Daniel Dionisi
I Diploma de Puma
“¿Qué cosa más importante tenés que hacer los sábados a la mañana que acompañar a tu hijo a jugar al rugby?”.
Bernardo Miguens
El último pasaje a Australia fue para él, y cuando le confirmaron la convocatoria su sorpresa fue mayúscula. Sabía que iba como suplente, pero viajar con Los Pumas al país de los Wallabies, compartir un mes con los mejores jugadores del país y ser parte de esa gloriosa elite, ni siquiera estaba en sus sueños. Por eso la alegría alborotó una vez más la casa de la familia Miguens.
Bernardo, el cuarto hijo varón de Hugo y Matilde, estaba educado en la tradición rugbística y dos de sus hermanos ya conocían la intransferible sensación de ponerse la camiseta nacional. Su casa era ovalada, se respiraba rugby en cada rincón, pero la mejor lección lo estaba esperando en ese viaje a tierra australiana.
Bernie viajaba como fullback suplente detrás del talentoso Martín Sansot, dueño indiscutido del puesto. Sus aspiraciones para la gira eran modestas. Le bastaba con jugar un par de partidos provinciales y sumar experiencia compartiendo un mes de entrenamientos en el primer nivel internacional.
Cuando la gira empezó a rodar, muchas veces Miguens se sorprendía al girar la cabeza en el comedor del hotel y cruzar su mirada con la del gran Hugo Porta, o se emocionaba viajando en el micro al lado de Pumas de renombre como el Tano Loffreda o Rafa Madero. Era suplente, pero disfrutaba intensamente esos días de 1983.
Sin embargo, los acontecimientos se iban a suceder de forma sorpresiva para el joven jugador de CUBA.
Los Pumas jugaban en Brisbane el tercer partido de la gira contra Queensland, y a los quince minutos, en una jugada en el propio ingoal, Martín Sansot recibió un terrible golpe en la cabeza y debió abandonar la cancha en estado de inconsciencia.
El grito de Michingo O’Reilly no se hizo esperar : “¡Bernie! ¡A la cancha!”.
El fullback de Universitario calentó unos segundos, hinchó el pecho, saltó al pasto a escribir su historia y en la primera acción con la camiseta de Los Pumas destrozó a Brendan Moon, wing y estrella del equipo australiano, con un tackle poderoso.
El cuarto encuentro de la gira, contra New South Wales, sirvió para que Miguens tomara confianza mientras se acercaban los Tests frente al seleccionado australiano. Paralelamente, la esperada recuperación de Martín Sansot no se producía y todo indicaba que Bernie iba a jugar su primer partido grande con la camiseta de Los Pumas. Él vivía intensamente el momento compartiendo las prácticas con el mismo jugador que admiraba desde hacía muchos años, cuando se escapaba a la cancha donde se presentase Pueyrredón para disfrutar de las mágicas jugadas del fullback que había maravillado a los franceses en 1975.
Claro, Sansot era su ídolo de siempre.
Como tantas veces, la mala suerte ajena había allanado el camino para que un tapado se adueñara del puesto en una gira de Los Pumas.
Dos días antes del primer Test, el entrenador O’Reilly le confirmó que iba a ser el fullback titular. En esas cuarenta y ocho horas, Bernardo Miguens recibió el apoyo de Sansot con algunos gestos y unas pocas palabras. Martín nunca se caracterizó por su locuacidad y Bernie tenía demasiado respeto por su figura como para franquear la barrera de la confianza. Pero el alumno sabía que contaba con el apoyo incondicional del maestro.
Por fin llegó el partido, y ese 31 de julio de 1983, en el Ballymore de Brisbane, Bernie Miguens vivió el día más glorioso de su campaña rugbística. Debut en Los Pumas, gran actuación y victoria histórica por 183 frente al poderoso seleccionado australiano.
Cuando terminó el partido los argentinos prolongaron los emocionados festejos en la cancha. La euforia era total y Bernie no escapaba al clima victorioso que vivía el equipo. Ya en el vestuario, el Tano Loffreda y su compadre Madero se estrechaban en un interminable abrazo mientras el capitán Hugo Porta ensayaba un discurso acerca de la importancia del triunfo con palabras que pocos alcanzaban a oír.
Entre el vapor que venía de las duchas y el griterío que no cesaba, Bernie Miguens, sentado en un banco y aun vestido con la ropa del partido, encontró un instante para la reflexión.
En ese minuto se acordó de su padre, de su hermano Hugo y trató de tomar conciencia sobre el enorme momento que estaba viviendo, sobre la magnitud de la hazaña que acababa de conseguir junto a sus catorce compañeros. En eso estaba, sumido en sus pensamientos, cuando percibió un movimiento a sus pies. Agachó la cabeza y no pudo creer lo que veía. En silencio, Martín Sansot, su referente, el mejor fullback de la historia de Los Pumas, le estaba sacando las medias y aflojándole las vendas para que se sintiera más cómodo. El mismo que había padecido la frustración de no jugar ese partido lo atendía y lo halagaba desde la actitud humilde que siempre tienen los grandes de verdad. Bernie, incómodo, intentó frenar la acción de Martín pero fue inútil. Bastó que cruzaran las miradas para que estuviera todo dicho. Humildad y grandeza. Esa fue la gran lección del maestro Sansot. Y en ese día de invierno de 1983, Bernardo Miguens se recibió de Puma. El diploma, una enseñanza para toda la vida, se lo entregó su gran ídolo.
2 El sudafricano
“¿Qué hago, me cambio o no me cambio…? ¡No me cambio!”.
La voz del Negro Poggi seguida de una risotada retumbó en el buffet de Jorge Newbery. Afuera una fina y fría llovizna anunciaba que el otoño del 65 había llegado para quedarse.
Poco a poco fueron apareciendo los demás seleccionados convocados ese día para un entrenamiento de preparación para la gira a Sudáfrica que se iniciaría en los primeros días de mayo.
El bar de Gimnasia se fue llenando de sacos y corbatas, de muchos jóvenes que luego de responder a sus obligaciones de trabajo o estudio ya estaban prestos para cumplir con el seleccionado.
Pero claro, no era el día ideal, las primeras lluvias de abril habían llegado con fuerza y en esa época a nadie se le ocurría entrenar bajo el agua.
—¡Servime un vermouth! —gritó Aitor—. ¿Trajeron las cartas?
En tres minutos se había armado el truco entre seis, mientras los demás charlaban animadamente sobre temas variados, más relacionados con sus vidas particulares que con la exigente gira que se aproximaba. Los de Boca cargaban a los de River por la victoria en el Monumental con un golazo del Pocho Pianetti. De rugby poco y nada. Alguien, como al pasar, dijo que ese día iba a venir “el sudafricano”. “Con esta lluvia seguro que ni aparece”, le retrucaron.
Eran los tiempos en que el rugby era más diversión que sacrificio. Las cosas se tomaban en serio, pero hasta ahí, sin exagerar. Era importante estar bien físicamente para la gira, pero no tanto como para entrenarse con lluvia. ¡Además, tomarse una copa en el bar y jugar un truquito con amigos era tan bueno!
En eso estaban, cuando se abrió la puerta de vidrio de la confitería. Primero entraron