Leyendas del rugby. Danis Dionisi
ahora sí gritaba. Los chicos, sobresaltados, no pudieron percibirlo, pero el destinatario del grito era Arturo Rodríguez Jurado, la gran estrella del club. Arturo era Puma desde el glorioso 65 y su figura trascendía al rugby. Por eso era un verdadero dios para los pibes del San Isidro Club. Y también por eso resultaba sorprendente que el nuevo entrenador le corrigiera el pase. ¡Justo a él que le había pasado la pelota a Marcelo Pascual antes del vuelo inmortal! ¡Justo a él que era un estandarte del SIC, hijo del legendario Mono Rodríguez Jurado!
Pero Ocampo sabía lo que hacía. Sabía por qué gritaba y tenía muy claro a quién destinaba su grito. No en vano llevaba más de cuarenta años de experiencia en la enseñanza del juego y era el forjador de varios de los mejores equipos del rugby argentino.
A comienzos del 69 había llegado al SIC, un club con muy buenos jugadores que sin embargo en los últimos años flotaba en los últimos puestos de la tabla. Catamarca (le decían así, pero a él no le gustaba) sabía que el déficit del club de la zanja tenía que ver con la disciplina. Entendía que el cambio debían impulsarlo los referentes, y Arturo, el referente número uno del club, comprendió el mensaje. Por eso su reacción estuvo teñida por la sabiduría de los grandes, acatando humildemente la corrección que le hacía el entrenador. Si la figura máxima del club se subordinaba al nuevo proyecto, gran parte del camino ya estaba recorrido.
Así se gestó una de las grandes revoluciones de la historia del rugby argentino. La transformación que convirtió al SIC en un equipo exitoso y disciplinado.
Durante las siguientes cinco décadas el club de Boulogne ganó veintidós campeonatos y cuatro nacionales de clubes, respetando fielmente los valores del rugby. Los principios fundamentales que en aquel verano del 69 comenzó a inculcarles el inolvidable Francisco Ocampo y que luego fueron seguidos por muchos otros ayudaron a construir la identidad del SIC hasta convertirlo en un club modelo.
Ocampo murió en 1970. La obra que inició fue continuada por su principal discípulo, Carlos “Veco” Villegas, por el Gringo Perasso y muchos más.
Arturo Rodríguez Jurado, el referente que corrigió su pase en aquel verano, se dio el gusto de ganar cinco campeonatos con su querido club, luego de haber peleado el descenso pocos años antes.
¿Y los chicos?
Los chicos eran dos amigos inseparables que en aquel verano del 69 no tenían más de once años. Se llamaban Rafael y Marcelo.
Diez años después ya eran Rafa (Madero) y el Tano (Loffreda). Ya eran Pumas. Y ya se habían convertido en dos de los eslabones más sólidos de la cadena de respeto al espíritu del juego que revolucionó al SIC y a todo el rugby argentino.
7 Una vida de película
La maravillosa historia de Wiliam Bary Holmes
Los aficionados al rugby argentino son muy apegados a las tradiciones. Tanto o más que sus colegas ingleses, sudafricanos o de cualquiera de los países líderes del rugby mundial. Y a los tradicionalistas argentinos les gusta rebelarse permanentemente usando términos perimidos como “montonera”, “centro tres cuartos” o “wing forward”. Algunos talibanes como Cacho Martínez Basante siguen llamando “segundo cinco octavo” al primer centro.
Otra de las rebeldías terminológicas de los rugbiers argentinos consiste en continuar llamando Cinco Naciones al torneo más importante del Hemisferio Norte, cuando todos sabemos que desde hace casi veinte años se ha sumado un sexto miembro al evento. Un poco por rebeldía y otro poco por la rabia que genera ver a un equipo al que consideramos inferior como el italiano codeándose todos los años con los mejores de Europa, lo cierto es que muchos siguen hablando del “Cinco Naciones” como si el seleccionado azzurro no existiera. El ingreso argentino al Rugby Championship atenuó la tirria.
Cuando el Cinco Naciones era un torneo de cinco, resultaba impensada la participación de un jugador nuestro en esa competencia, pero desde que se sumó Italia son muchos los argentinos que han participado del torneo más antiguo del mundo. Para pesar de nuestros simpáticos tradicionalistas, muchos jugadores criollos han protagonizado importantes matches en Twickenham, Landsdowne Road o el Parque de los Príncipes defendiendo la camiseta italiana en el Seis Naciones.
Pero frente a esa realidad, los tradicionalistas tienen una bandera que ni ellos conocen. Existe un argentino que jugó el Cinco Naciones (¡cuando realmente era de cinco!).
Norman Tomkins, viejo pilar de Old Georgian y miembro de la cofradía de los tradicionalistas del rugby, lo conoce, fue su gran amigo y siempre lo recuerda: “Si William hubiera nacido en Estados Unidos, ya habrían hecho varias películas con su historia, pero era de acá, bien argentino”.
En 1949, el seleccionado francés llegó por primera vez en gira a la Argentina. Era un equipo poderoso que venía de ganar el Cinco Naciones. ¿Venía de ganar el Cinco Naciones? Si le preguntamos a cualquiera de los argentinos que los enfrentó seguro dirá que sí. Es otra de las tradiciones. Cuando cualquier Puma recuerda una vieja gira de algún equipo europeo a la Argentina añade al país de que se trate la frase “que venía de ganar el Cinco Naciones”. “En el 68 le ganamos a Gales que venía de ganar el Cinco Naciones”. “En el 54 jugamos contra Francia que venía de ganar el Cinco Naciones”. Pareciera que un premio extra para el ganador del torneo era una gira por nuestro país. Por eso cuando se quiera saber si un equipo europeo en gira por la Argentina ha ganado el Cinco Naciones de ese año, lo menos confiable es preguntarle a un Puma que lo haya enfrentado. Mejor ir a los libros.
Lo cierto es que en 1949, Francia, que no había ganado el Cinco Naciones de ese año, llegó de gira a nuestro país. La visita de los galos fue un verdadero acontecimiento, ya que por primera vez un seleccionado nacional llegaba a la Argentina. Antes habían llegado los British Lions, los Junior Springboks y Oxford-Cambridge, pero nunca el representativo de una de las grandes naciones del rugby. Los franceses vinieron con todos los titulares y ganaron fácilmente sus primeros partidos ante equipos de club y distintos combinados.
El primer Test ante Argentina se programó para el 28 de agosto de 1949. Ese día las tribunas del estadio Jorge Newbery de Gimnasia y Esgrima rebozaban de gente. La presencia del poderoso seleccionado europeo era un acontecimiento que excedía al rugby. Todo el mundo deportivo estaba presente y ovacionó a los dos equipos cuando aparecieron en la cancha. Palermo era una fiesta.
El griterío se fue acallando y tras los himnos ejecutados por la banda del Regimiento de Patricios, los equipos se aprestaron para iniciar el match.
En ese momento se produjo un hecho que demoró el comienzo del partido y casi obliga a su suspensión. Varios jugadores franceses se agruparon y hablando entre ellos señalaban hacia el sector de la cancha donde se encontraban los jugadores vestidos de celeste y blanco. El movimiento de los franceses sorprendió a Ehrman, Giles, Eduardo Domínguez y el resto de los argentinos. Pero la sorpresa fue mayor cuando el capitán pidió la presencia del traductor, mientras señalaba de manera directa a un jugador argentino. Al fullback. “A ese lo conocemos, jugó contra nosotros hace pocos meses”, le dijo al traductor el tercera línea Prat, capitán francés. “¡Sí, ese es un inglés que nos enfrentó en Twickenham!”, agregó enojado el formidable wing Pomathios.
Si bien el apellido del jugador que señalaban los franceses era más inglés que el palacio de Buckingham, en realidad se trataba de un joven argentino, del brillante fullback William Barry Holmes, protagonista de la más maravillosa y cinematográfica leyenda que ha dado el rugby de nuestro país.
Era un porteño nacido en 1928. Se había educado en el Saint George’s School de Quilmes, y como lo pedía su sangre inglesa, abrazó el deporte desde muy chico.
Con solo diecisiete años jugó en la primera de Old Georgian y a los dieciocho viajó a Inglaterra para estudiar en Cambridge.
Como rugbier era un crack. Un fullback al que nunca se le caía la pelota y, además, gran pateador. Por eso pronto fue convocado a jugar en el tradicional combinado que unía a players de su universidad con los de la vecina Oxford.