Historias reales. Urla A. Poppe

Historias reales - Urla A. Poppe


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para ella no eran una amenaza, sino una curiosidad. Tenía unas vivas ganas de aprender de ellos, de averiguar si eran ciertas aquellas leyendas.

      Anne quería encontrarse de nuevo con Jack. Desde el momento en que lo vio y desde que le dijo que era un vampiro, supo que su destino estaba a su lado. Regresó al trabajo con la sensación de que él estaría allí. Pasó una hora, y en ese momento Jack apareció. Se acercó y le tendió la mano, ella sabía qué significaba eso. Los dos se fueron del lugar sin dar explicaciones a nadie y Anne nunca más regresó a su Rusia natal.

      Aquella noche Jack le habló sobre su raza, sobre ese gran enigma. Ahora las cosas habían cambiado. Su pensamiento, sus ideas y todo lo que alguna vez creyó eran la verdadera leyenda. Su vida estaba destinada a ser uno de ellos, su vida siempre estuvo destinada a ser alguien especial, alguien poderoso, una persona que reinaría sobre su raza, pero tras librar una gran guerra. Jack la convirtió aquella noche; la tomó y su sangre fue como una bendición, una sensación intensa y sagrada que nunca antes había experimentado. Anne ya no era más aquella muchacha de campo, ahora, tras una larga lucha entre la vida y la muerte, era un ser de la noche, un cazador nato, y sobre todo una mujer que traería más leyendas a su raza olvidada.

      Anne no sentía que estuviese viva, tampoco muerta… Lo extraño fue que no se acordase de su otra vida ni pensara en su familia. Algo muy poderoso había nacido en su interior y era para siempre. Los años pasaron y Anne y Jack aprendieron muchas cosas juntos, viajaron por distintos lugares y conocieron a otros como ellos.

      Anne estaba fascinada por aquel nuevo descubrimiento, pero no se había percatado de su alimentación. Ella no quería matar gente, así que se alimentaba de animales y cadáveres. Veía cómo Jack mataba sin compasión a gente inocente y sentía asco. Con el tiempo, cada vez que veía a Jack matar, sentía un placer que crecía dentro de ella, hasta que en una ocasión mató a su primera víctima.

      No fue fácil para Anne aceptar que tenía que matar para comer, y muchas veces lo evitaba. Pero cada vez que lo hacía, se daba cuenta de que era muy fuerte y que tenía poderes inimaginables. La única forma de sentirse más poderosa era bebiendo sangre humana, aunque con el tiempo, su tristeza ante aquella necesidad se acrecentaba.

      Jack lo sospechaba. Y eso le preocupó un poco, porque se dio cuenta de que ella no era una más, era alguien importante, y tarde o temprano el Consejo lo descubriría e iría en su busca.

      Y así fue. El poder de Anne aumentaba y muchos vampiros se sentían atemorizados ante ella y Jack, cuyo perfil se volvió bajo. Jack evitaba los enfrentamientos, pues no le gustaba dejarla sola. Temía que la encontraran y se la llevaran. Tras todo el tiempo que llevaban juntos, Jack se había enamorado. Anne lo veía como un ídolo, un dios que le había dado la vida y le mostraba nuevas cosas, y gracias a eso aprendía cada día lo poderosa que era. Esto poco a poco empezó a preocupar a Jack, que no podía controlarla más. Se le estaba yendo de las manos, no podía protegerla como antes. Habían pasado muchos años juntos y no todo era felicidad o diversión.

      Jack empezó a obsesionarse con la idea de perderla; sentía que alguien pronto los encontraría. Se había dado cuenta de que no era el elegido para despertar el poder de Anne. Y por ser él su creador, sus poderes se revelaban lentamente y no como debería de ser. Jack sabía que ella le pertenecía a alguien más y que lo perseguían para pagar por su atrevimiento.

      Una noche, Anne se sentía un poco mal y decidió irse a dormir. Eso asustó a Jack. Los vampiros nunca duermen en la noche, esa no era una buena señal. La dejó irse, pero se quedó muy inquieto. Pero lo peor vino con las noches siguientes. Anne no salía como antes y solo quería dormir. Decía que tenía muchas pesadillas durante el día y que hasta se había despertado varias veces.

      —¿Qué clase de sueños tienes? —le preguntó Jack.

      —Veo cosas, personas. No lo sé. Pero siempre son las mismas, se repiten constantemente. Me veo rodeada de muchos grandes vampiros, pero solo quieren hacernos daño y yo intento ayudarte, aunque no me dejan acercarme a ti. ¿Por qué sueño esas cosas? Dime la verdad. Alguien nos está siguiendo, lo sé.

      —Sí, no te puedo mentir —se sinceró—. Hay alguien que te quiere a ti, lo presiento. Sabe que cometí un error y por eso me sigue. No creo que debamos quedarnos en un mismo sitio por mucho tiempo. Mañana partiremos a París, estamos cerca y no creo que sea difícil salir de aquí.

      —¿Vamos a ir en avión o qué? —bromeó Anne.

      —Prefiero ir en auto. Conseguiré uno. Tenemos que salir, no quiero que nada te pase o me arrepentiría durante toda mi existencia.

      —No me va a pasar nada, yo siempre estaré a tu lado. Nunca te dejaré.

      Decidieron intentar viajar más rápido, por lo que no se quedaban mucho tiempo en el mismo lugar. Sin embargo, las cosas empezaron a complicarse. No pudieron escapar por mucho que lo intentaron; todo se sabía en el Consejo, todos sus viajes eran registrados y era difícil que pasaran desapercibidos.

      Una noche, unas figuras aparecieron frente a ellos y se detuvieron al sentir su presencia. Los esperaban al final de la calle. Era un barrio muy silencioso y oscuro. No se escuchaba un ruido, pero el olor de los vampiros era inconfundible y Jack y Anne lo percibieron.

      Una niebla se movía por las aceras y las orillas del río. El pueblo parecía envuelto en un silencio denso y peligroso. Una quietud tenebrosa crecía poco a poco y era más intensa de lo que se imaginaron. Una amenaza estaba latente e intentaron resolver qué era lo que los acechaba.

      Se quedaron en la oscuridad y no se movieron; se preparaban para lo peor. Y en ese momento una sombra salió de la nada y la noche se hizo más profunda. Hubo una leve agitación en las hojas. La figura que estaba junto a ellos se acercó, y en la oscuridad sin luna y sin estrellas brilló el filo de una espada.

      —Es inútil que intenten algo, hay otros detrás de mí y están dispuestos a matarlos si hacen algún movimiento. Así que será mejor que me escuchen atentamente. Voy a presentarme primero, mi nombre es Ardos.

      —Eso es imposible, Ardos no vendría aquí a hablar con nosotros, y menos en compañía de los Cazadores.

      —Sí, sé que estos alacranes son solo una panda de delincuentes, pero fueron ellos los que me avisaron. Ellos también tienen una misión que cumplir.

      En ese momento, Anne sacó una espada que había robado de la mansión de una de sus víctimas y se enfrentó a ellos.

      —¡Yo no voy a dejar que una panda de desequilibrados vengan a amenazarnos e intenten intimidarnos! ¿Por qué no vienen y pelean conmigo, a ver si se atreven?

      Nadie nunca antes había desafiado a los Cazadores, eran muy fuertes y podían matar fácilmente a cualquiera que se negase a cooperar. Todos sabían lo inútil que era pelear contra ellos. Pero Anne no les tenía miedo, ella solo quería salvarse y salvar a Jack.

      Ardos se rio en silencio y con un gesto ordenó a los Cazadores que la atacaran. Tres grandes espectros salieron de la oscuridad y con unas estacas de madera en la mano, arremetieron contra Anne. Ella los empezó a esquivar y ninguno lograba golpearle. Jack estaba asombrado del poder que había dentro de Anne, no pensaba que fuese tan grande, y ahora desafiaba a los más peligrosos de su casta. Los Cazadores estaban preparados para cualquier cosa y habían sido entrenados por los mismos jefes del Consejo para combatir a los indulgentes.

      Se precipitaban contra ella, atacándola por todos lados. Tampoco entonces se inmutó Anne, tan poderosa o más que aquellos con los que combatía. Uno de ellos se abalanzó con la intención de herirla, pero ella descargó un terrible golpe contra él y su espada le cortó el cuello. La cabeza cayó al suelo, a los pies de Ardos. En ese momento ella se sentía invencible y cuanto más pensaba en Jack, su fuerza se volvía más insuperable. Los rivales se rindieron.

      —¡Ardos, si lo que quieres es hacernos daño, primero tendrás que venir por mí! —clamó Anne, desafiante.

      Pero Ardos no hizo nada. Estaba maravillado con su poder. Se dio cuenta de que


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