Historias reales. Urla A. Poppe

Historias reales - Urla A. Poppe


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eso no quedaría así, que pronto se vengarían.

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      —Puede que esta vez hayas ganado, pero no te saldrás con la tuya, Jack. Sabes que lo que has hecho no es lo correcto y lo vas a pagar.

      Ardos desapareció entre la niebla de la noche. La pareja permaneció un rato en silencio por si sus enemigos regresaban. Luego de ver que no se escuchaba nada ni se sentía el olor a vampiro, se tranquilizaron. Pero dentro de cada uno las cosas habían cambiado. Anne empezó a tener ciertas preguntas de las que algún día tendría que hablar con Jack. Tendría que explicarle por qué lo acusaban de ese modo, y de qué.

      Esa misma noche salieron de la ciudad y se acomodaron en una vieja cabaña ubicada en un pueblo casi olvidado. Nadie los molestaría allí por un tiempo, luego ya pensarían qué hacer. Pero sus continuas matanzas en el pueblo llegaron a los oídos de los miembros del Consejo. No podían escapar de ellos, pero esta vez irían con una estrategia. Ardos también fue en la expedición, pero se ocultó entre los árboles para que no lo vieran.

      Entraron a la casa en silencio y los atacaron sin que pudiesen defenderse. Jack fue el primero en caer, le golpearon la cabeza y lo dejaron inconsciente. Anne no pudo ayudarlo, dos grandes espectros la sostuvieron. Por más que gritaba y trataba de liberarse, era inútil. Le pedía a Jack que despertase, que la ayudase, pero él no podía hacer nada, y así se los llevaron a los dos. Al rato, Anne no vio nada, cayó inconsciente por un golpe.

      Cuando despertó, Anne observó que estaba en una especie de habitación o celda. Las paredes eran de piedra y no había techo, sino una reja enorme, por donde pasaba la luz. Estaba encadenada a una pared y apenas podía moverse. Le dolía la cabeza e intentó levantarse, pero no pudo hacerlo.

      Al otro lado de la habitación estaba Jack, que parecía inconsciente. En un momento, cuando el aturdimiento había desaparecido, ella se dio cuenta de que no era de noche, sino de día. Se asustó y trató de refugiarse en la sombra de la pared. Empezó a temblar de miedo, los querían matar con la luz del sol, que poco a poco inundaba el recinto. Jack aún estaba en la sombra, pero ella casi no podía moverse al encontrarse al filo de la luz. Trató desesperadamente de quitarse las cadenas, pero no reunía la suficiente fuerza. Se le acababa el tiempo.

      —¡Jack! ¡Jack! —gritaba, pero este no la escuchaba. Anne pensaba que quizá no estaba inconsciente, sino débil por la luz del sol. Entonces ella se preguntó por qué se había despertado, por qué no le afectaba el sol como a los otros vampiros. Algo dentro de ella la movió, y puso su mano en la luz que entraba por aquella reja. La retiró rápidamente, pero se dio cuenta de que no tenía quemaduras. No le había afectado, ¡era increíble! La expuso otra vez, sin miedo. La dejó un momento, luego se levantó, arrastró las cadenas y se acercó a la luz.

      Levantó los ojos llenos de lágrimas y alzó los brazos. Su poder era más grande de lo que pensaba. Se dio cuenta de que tenía un don, algo crecía en su interior y era más grande que cualquier cosa. Había sido Jack quien la había ayudado a sentir esa fuerza y a descubrir quién era en realidad.

      —Jack… —susurró para sí. Se acercó a él y lo protegió de los rayos, que poco a poco empezaron a inundar la habitación. Y ahí se quedó, cuidándolo hasta que llegase la noche.

      Mientras esperaba la noche, empezó a observar la celda y todo lo que allí había. Vio muchas cadenas amontonadas en las esquinas y cerca de ellas montañas de cenizas, al parecer de otros vampiros. Era un lugar de sacrificio.

      Con el crepúsculo, Jack empezó a volver en sí. Estaba un poco mareado, le dolía mucho la cabeza e ignoraba dónde estaba. Trató de levantarse, pero Anne se lo impidió.

      —Tranquilo, aquí estoy, a tu lado. Soy yo, tu Anne.

      En ese momento se escuchó un ruido en el exterior de la celda. Alguien intentaba abrir la puerta. Los dos se quedaron en silencio, estaban muy débiles para poder defenderse. Así que se quedaron quietos, a la espera de los acontecimientos.

      En eso, dos hombres muy parecidos a los que los atacaron abrieron la puerta. Alguien venía tras ellos. Era un miembro del Consejo.

      —Por lo que veo pasasteis una bonita mañana. Sé que hizo mucho calor, y eso no es bueno para nosotros.

      —¿Qué es lo que quiere de nosotros, y por qué nos tiene en este horrible lugar? —le dijo Anne, llena de rabia.

      —Mira, muchacha, que hayas pasado la prueba de la luz no te hace superior a mí. Yo soy miembro del gran Consejo, tú y tu amiguito no sois más que un par de delincuentes…

      Pero en ese momento alguien más entró y lo hizo callar.

      —Será mejor que midas tus palabras con ella, Eraldus.

      —Pero Ardos, no puedes suponer que esta mujerzuela pueda ser… Este maldito fue el que la inició, no puede tener suficiente poder.

      —Cállate. Ahora quiero que la liberes y la lleves a mi habitación. De Jack nos encargaremos más adelante.

      Y así estos dos grandes seres la cogieron y se la llevaron. Anne opuso resistencia, pero estaba muy débil y no pudo hacer nada. Jack se quedó en silencio, con la cabeza gacha. No quiso mirar.

      La condujeron por unos largos pasadizos que parecían túneles escondidos, muy sucios y oscuros. Luego subieron unas escaleras, y al final había una puerta. Pasaron a un salón muy grande y suntuoso, lleno de espejos y cuadros muy antiguos y costosos. Parecía ser un lugar importante. Allí era donde se realizaban muchas fiestas y reuniones importantes.

      Anne estaba asombrada por tanto lujo. A los lados del salón había un par de escaleras que llevaban a la segunda estancia de la gran mansión. Los dos hombres la llevaron por una de las escaleras y cuando estaban arriba, ella vio muchas puertas a lo largo de un gran pasadizo. Se dirigieron a la última. La hicieron entrar y cerraron con llave. Anne intentó escapar, pero era inútil. El lugar no tenía ventanas y era muy oscuro, aunque estaba alumbrado por velas.

      Había una cama muy grande y unos cuantos muebles, todos muy finos y de buen gusto. En la pared frente a la cama había un retrato. Era una pintura muy grande, pero aunque se distinguía que era una mujer, no tenía un rostro definido.

      Ardos entró en la habitación, mientras Anne observaba la pintura. La mujer portaba una espada en la mano, su mirada era triste, y detrás de ella una casa ardía en llamas.

      —Lo hice yo hace unos cuantos años. Fue un sueño que tuve, y me impactó tanto que lo pinté. ¿Te gusta? —se presentó Ardos.

      —¿Por qué estoy aquí?

      —Primero quiero que descanses y que te arregles un poco. En ese armario hay un vestido que encargué que te trajeran. Iremos a cenar, y cuando terminemos te enterarás de por qué estás aquí.

      —¿Usted realmente piensa que yo me voy a poner un estúpido vestido y voy a cenar como si no pasase nada? Quiero saber por qué Jack no está aquí conmigo.

      —Si no colaboras, puede que tu amigo no sea muy bien tratado y permanezca un día más en esa celda, en la que no creo que dure mucho. Así que no pongas esa cara tan seria y por favor, toma un baño, relájate y ponte ese vestido. Si te portas bien, se cambiará de celda a tu amigo.

      Anne no dijo nada y Ardos salió de la habitación. Pensó qué haría para ayudar a Jack y salir de aquel lugar. Pero no sabía cómo hacerlo. Así que se dio un baño y luego se puso el vestido que estaba en el armario. Era un vestido negro con algunas joyas preciosas en el corpiño. Era muy elegante y cada vez estaba más confundida de lo que querían de ella.

      Cuando estaba casi lista, Ardos entró a buscarla. Se quedó asombrado de la belleza de aquella chica. Su pelo negro ondulado caía sobre sus hombros y su mirada era muy penetrante. Pero a la vez estaba muy seria y no le gustaba todo ese juego.

      Salieron del cuarto y caminaron lentamente por el pasadizo. Pero esta vez no


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