Futuros maestros: búsqueda y construcción de una identidad profesional. Valeria Bedacarratx
Al hablar de inclusión, el autor hace referencia a la inclusión de los diferentes planos de realidad, en la relación sujeto-objeto de conocimiento.
[5]. En este sentido, tomar en cuenta la subjetividad del investigador, y el uso que hace de la teoría como “tercero” (Fernández L., 1994) intermediario entre él mismo y el campo de análisis, adquiere para nosotros un valor fundamental.
[6]. En este sentido, la conceptualización de la noción de sujeto ha sido elaborada desde una mirada compleja: un sujeto “autónomo” poseído por “fuerzas ocultas”, una autonomía que se nutre de la dependencia. Para ser él mismo y para poder reflexionar de manera autónoma –dice Morin (1990)– el sujeto habrá de aprender (someterse a?) las normas de su cultura (empezando por el lenguaje, a partir del cual el sujeto puede tener la experiencia de nombrarse y de “ser”).
[7]. Ver apartado 7 del presente capítulo.
[8]. Ver apartado 7 del presente capítulo.
[9]. En este sentido, en tanto material discursivo, las notas de campo también podrían ser objeto de un doble tratamiento: atendiendo a su contenido manifiesto y a su contenido latente...
[10]. Esto teniendo en cuenta las conceptualizaciones de “rigor” que algunos autores señalan para el caso de las metodologías cualitativas de investigación y en tanto creemos que este tipo de recursos puede ser un material útil para pensar y analizar la naturaleza y el lugar de deslinde entre sujeto y observador (Devereux, 1967).
[11]. En este sentido no concebimos a los entrevistados como informantes (lo que implicaría considerar que su discurso es la “respuesta” a nuestras preguntas de investigación).
[12]. El planteo de Schutz (1962) es en este sentido: los sujetos, a partir de una serie de construcciones “de sentido común” interpretan y dan sentido al mundo en el que viven. Interpretaciones que les permiten orientar sus acciones.
[13]. En los apartados 2 y 3 del presente capítulo desarrollamos las implicancias de asumir un enfoque interpretativo, dejando sentadas las conceptualizaciones desde donde entendemos las nociones de sujeto, discurso, lenguaje, orden simbólico.
[14]. Comprensión e interpretación, son dos nociones que ya desde la hermenéutica clásica aparecen vinculadas casi indisociablemente. Con Dilthey, Simmel, Schleiermacher y más adelante con Gadamer, hay una tendencia a identificar ambos conceptos (Andrade, 2002; Ricœur, 1976), por lo que “comprender es siempre interpretar, de modo tal que la interpretación es la forma explícita de la comprensión” (Gadamer, 1975: 378, citado en Andrade, 2002). Sin pretender ahondar en los importantes aportes que los primeros hermeneutas han hecho al tema del abordaje interpretativo de lo social, puntualicemos simplemente que para éstos la comprensión era “el reconocimiento de la intención de un autor desde el punto de vista de los destinatarios primarios en la situación original del discurso” (Ricœur, 1976: 36). Así, desde esta perspectiva, la pregunta que orienta el trabajo interpretativo es no tanto qué querrán decir esas palabras, sino qué habrá querido decir el autor con esas palabras. Trabajo que Ricœur (en otro contexto académico, en donde la noción de obra y autor han sido sometidas a crítica y relevadas por nociones como las de texto y lector) no duda en calificar de psicologizante y en, casi, acusar de imposible: pues no tenemos acceso a la experiencia del otro, ni a la intencionalidad de sus palabras o de sus prácticas. En todo caso, lo interpretable es la forma social a la que la intención del autor se debe someter (para pasar del mundo privado de la que parte, a la esfera de lo comunicable y público) y es a través de ella que tenemos acceso no ya a la experiencia del sujeto, sino al sentido que éste procuró dejar marcado en el texto. Más adelante retomaremos esta cuestión...
[15]. La hermenéutica es definida, por el mismo Lapassade, como ciencia de interpretación de lo oculto.
[16]. De este modo, el presente capítulo intenta comenzar a dar cuenta de las luces y sombras que nuestro dispositivo produce: cómo reconstruimos nuestra “realidad astillada”, cómo unimos aquellos elementos aparentemente desunidos y cómo concebimos a la naturaleza de eso que permanece oculto. Retomaremos esto más adelante.
[17]. La interpretación del paranoico es una noción que se acerca a la noción de sobreinterpretación no en su acepción psicoanalítica, sino en el sentido que Eco le da, como “interpretación insostenible, descontextualizada y excesiva, guiada más por la intención unívoca del receptor que por la postulación coherente de una intención del texto” (Alonso, 1998: 213).
[18]. Estas ideas se inspiran en los interesantes aportes del Seminario teórico sobre Interpretación y Saber a cargo de la profesora María Inés García Canal, en el marco del sexto módulo de la MPSGI, y en donde, entre otras cosas, se sistematizaron e integraron los aportes de autores como Roland Barthes y Georg Steiner.
[19]. En este y otros capítulos ya hemos hecho referencia al valor fundamental que le atribuimos a la teoría como “tercero” intermediario entre el investigador (y su subjetividad) y el campo de análisis.
[20]. Los conceptos de lectura y lector, pueden, a nuestro juicio ser relevados por los de interpretación e intérprete. Esto por considerar, con Barthes, a la lectura como acto de producción de sentido.
[21]. Cabe mencionar que entre 1965 y 1976 (años de las publicaciones de los textos aquí utilizados), Ricœur modifica parcialmente su planteo. Mientras que en 1965 conceptualizaba al símbolo como una estructura semántica de doble sentido, en 1976 su planteo es que esta estructura de doble sentido implica una dimensión semántica y otra no semántica.
[22]. Relación que, justamente, no puede menos que estar en el centro de los estudios en torno a lo social, si consideramos que “la lengua es instrumento para ordenar el mundo y la sociedad, se aplica a un mundo considerado “real” y refleja un mundo “real” [...] [y que] un lenguaje es ante todo una categorización, una creación de objetos y de relaciones entre estos objetos” (Benveniste, 1971: 82).
[23]. No-dicho, que en realidad es un dicho de otro modo, como señalara agudamente Silvia Radosh.
[24]. El esquema de análisis es concebido como recurso para el análisis, dispositivo que “refleja en principio el marco teórico de los intervinientes, pero luego incorpora las categorías que progresivamente aporta la producción del análisis para modificar, añadir, desechar, reformular, las categorías teóricas que la empiria ha interpelado y puesto en cuestión... Tercero indispensable entre el analista y el campo de análisis”