Un príncipe en el desierto - La mujer más adecuada. Rebecca Winters

Un príncipe en el desierto - La mujer más adecuada - Rebecca Winters


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consolación.

      Al instante la besó en la base del cuello provocando que le temblaran las piernas.

      Al levantar la mirada, vio un brillo intenso en el fondo de sus ojos negros.

      –Vendré a buscarte a las siete. Si te apetece, hay algo que me gustaría enseñarte. Desayunaremos después –sin decir nada más, se marchó de la habitación.

      Lauren miró el reloj.

      Ya era de madrugada.

      Quizá estuviera soñando. Y si así era, no quería despertar.

      Se preparó para acostarse y puso el despertador a las seis y media. En algún momento, se quedó dormida, pero despertó media hora antes de que sonara la alarma porque estaba deseosa de volver a ver a Rafi.

      Se dio una ducha, se lavó el cabello y se vistió con unos pantalones oscuros y una blusa blanca. A las siete menos diez oyó que Rafi llamaba a la puerta antes de entrar en la habitación. Llegaba temprano. Él la miró de arriba abajo y dijo:

      –Me gustan las mujeres puntuales.

      –Lo mismo digo –dijo ella y lo siguió por el pasillo–. ¿Dónde vamos?

      –Estoy deseando mostrarte las caballerizas que hay detrás del palacio donde se posan los halcones reales. El mío está guardado allí. A Johara le encanta cazar por la mañana. Tengo la sensación de que te gustará verla.

      –¿Te dedicas a la cetrería?

      –Cuando era joven era uno de mis pasatiempos favoritos. Hoy en día apenas tengo tiempo para ello –bajaron por una escalera y recorrieron otro pasillo hasta una habitación en la que había tres halcones.

      Lauren observó como él se acercaba a uno de los pájaros y comenzaba a hablarle en árabe. El animal ladeó la cabeza hacia él. Rafi agarró un guante especial que había sobre una mesa. Se lo puso y, cuando estiró el brazo, el animal se subió a él.

      Ella se acercó a ellos.

      –Así que eres una de las mascotas de Rafi. Eres magnífico –«igual que tu dueño», pensó–. Ahora lo comprendo –el halcón ladeó la cabeza y miró a Lauren con sus ojos brillantes.

      Rafi esbozó una sonrisa.

      –Acompáñanos, Lauren.

      Salieron al jardín donde ya calentaba el sol. Había un Jeep aparcado cerca. Rafi soltó al halcón y el ave subió al cielo a toda velocidad.

      –¡Tiene una envergadura enorme!

      –Noventa centímetros para ser exactos. La seguiremos.

      Lauren se subió al Jeep con él y se dirigieron por una pista hasta el desierto.

      –Johara dará vueltas en busca de comida. Si no encuentra nada, regresará a mí.

      –¿Y después qué pasará?

      –La llevaremos de nuevo a la caballeriza para darle de comer. Cuando yo no puedo, alguien se encarga de que los halcones vuelen al menos dos horas al día.

      –¿Alguna vez no ha regresado a tu lado y has tenido que ir a buscarla?

      –Siempre regresa, pero gracias a que de adolescente me pasé horas y horas entrenándola.

      –Entonces, es mayor.

      –Sí. No espero que viva mucho más que esta temporada.

      –¿Entrenarás a otro halcón después de que muera?

      –No. Nunca volveré a tener tanto tiempo.

      –¿A lo mejor si algún día tienes un hijo? ¿Un hijo o una hija que le guste tanto la cetrería como a ti?

      Al instante, Rafi cambió la expresión de su rostro. Una expresión feroz invadió sus ojos negros y ella se estremeció. Deseaba no haber sacado un tema tan personal.

      –Perdona si te he disgustado.

      Él la miró fijamente.

      –No has hecho nada. Todos tenemos que enfrentarnos a nuestros fantasmas de vez en cuando. ¿Qué te parece si disfrutamos del resto de la mañana y vemos si la edad de Johara ha interferido con su capacidad para perseguir una presa? Cuando era joven podía verlas desde muy lejos.

      Pisó el acelerador y se adentraron en el desierto. Diez minutos más tarde llegaron a una especie de refugio formado por cuatro palos y una lona. Bajo la lona había una mesa y unas sillas.

      –Pararemos a desayunar mientras esperamos a Johara.

      Lauren bajó del coche y se asombró al ver dos termos de café y una variedad de sándwiches y dátiles. Al parecer, a Rafi le gustaban especialmente.

      Comieron mientras él contestaba a sus preguntas sobre cetrería con admirable paciencia. Ella le contó todo lo que él quería saber sobre sus viajes con Richard y su abuela. No importaba de qué hablaran. La mirada oscura había desaparecido de los ojos de Rafi y Lauren sabía que conservaría para siempre aquel momento en su memoria.

      El sol estaba casi en lo alto cuando ella vio una mancha en el cielo. Rafi también la había visto porque se estaba poniendo el guante y salía para recibir a Johara.

      El halcón sobrevoló en círculos y fue aminorando la velocidad hasta aterrizar en el brazo de Rafi.

      Mientras él hablaba a su pájaro con suavidad, Lauren permaneció de pie junto a uno de los postes.

      –¿No ha habido suerte?

      Rafi negó con la cabeza.

      –No, pero siempre queda mañana. Eso era lo que le estaba diciendo.

      La ternura que mostraba hacia el animal hacía que Lauren pudiera imaginarse bien qué clase de hombre era. Sabía que no había nadie en el mundo como él.

      Rafi se dirigió al Jeep. Acomodó al pájaro en el asiento de atrás y le cubrió la cabeza.

      –Así se siente más segura –le comentó a Lauren–. ¿Nos vamos? Alguno de los sirvientes recogerá nuestro desayuno.

      Lauren se sentó en el asiento del copiloto.

      –He comido en muchos restaurantes en mi vida, pero siempre consideraré éste mi favorito –no le importó que su tono fuera cargado de emoción. Quería que él supiera lo que aquella mañana había significado para ella.

      Rafi le agarró la mano.

      –Aunque no sea cierto, he decidido que quiero creerte.

      Lauren reflexionó sobre el extraño comentario durante el trayecto de vuelta. Cuando llegaron a las caballerizas, él llevó al halcón al interior y, después de darle de comer, regresaron al palacio por el pasillo y las escaleras.

      Al cabo de un rato llegaron a la suite de Lauren. Ella temía ese momento porque sabía que él tendría trabajo por hacer y que no podría pasar todo el día con ella.

      Abrió la puerta y se volvió hacia él:

      –Gracias por esa maravillosa excursión. No la olvidaré.

      Él la miró con los ojos entrecerrados.

      –Yo tampoco. Descansa un poco y vendré a recogerte a las seis.

      Rashad se dirigió a su habitación, sorprendido por lo que le estaba sucediendo. Nada más llegar, llamó a Farah, su hermana gemela, y le pidió que fuera a su suite en cuanto pudiera. Sus tres hermanas estaban casadas, pero era Farah la que tenía más corazón.

      No tuvo que esperar mucho para que ella apareciera en su salón.

      –¿Rashad? –iba vestida con un caftán de color rosa.

      –Perdona que te moleste, Farah.

      –Nunca molestas.

      –Gracias por venir.

      –Sabes


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