Dijo el Buda.... Osho
ángeles. No existe contradicción. Pero el otro se limita a decir: «No es posible. Es un ladrón y un mentiroso» y esto y lo otro. «Le conozco, no sabe tocar». Y cuando la gente denuesta y grita con tanto empeño, su acción tiene mucho peso. Y quien hablaba sobre el flautista queda silenciado.
Al día siguiente hablaba con otra persona y dijo: «Ese tipo es un ladrón». Y el otro dijo: «¿Cómo puede ser un ladrón? Si toca la flauta de maravilla…». Tampoco en este caso existe contradicción, pero el segundo hombre tiene una visión totalmente distinta. Esta segunda persona está abierta para crecer. Dice: «¿Cómo puede ser un ladrón? Le conozco, toca la flauta de maravilla. Una persona tan sensible no puede ser un ladrón. ¡Imposible! No lo creo». El que esa persona sea un ladrón o no, no es la cuestión, pero esas dos reacciones decidirán muchas cosas para esas dos personas.
Cuando alguien dice: «Es una buena persona», fíjate en que no empieza a condenarla ni denostarla, porque cuando condenas la bondad estás condenando tu propio futuro. Si sigues condenando la bondad y la sabiduría nunca llegarás a ser bueno ni sabio, porque no te sucederá nada de lo que condenes. Te cerrarás a ello.
Aunque ese hombre no sea bueno, o sabio, no está bien negarlo. Acéptalo. ¿Qué tienes que perder? La aceptación de que ese hombre puede ser bueno y sabio te ayudará a serlo a ti. Tus puertas se abren, y dejas de estar cerrado. Si ese hombre puede llegar a ser bueno y sabio, ¿por qué no tú? Si crees que esa persona es normal y corriente, no la condenas. Simplemente siéntete feliz, acepta la buena nueva: «Ese hombre corriente se ha transformado en sabio, así que también yo puedo transformarme en sabio porque también soy corriente». ¿Por qué convertirlo en una cuestión negativa? Esto es lo que dijo el Buda:
«La gente malvada que denuncia al sabio se parece a los que escupen al cielo».
Estás escupiéndote en tu propia cara. Cuando escupes hacia el cielo, éste no acabará corrompiéndose por tu causa. Serás tú el que se corrompa a causa de tu escupitajo, porque volverá a caer sobre ti. Todo ese esfuerzo es vano, absurdo. El cielo seguirá siendo el cielo.
La persona sabia es como el cielo. Eso también es muy simbólico, porque cielo significa espacio puro.
¿Por qué escupir contra el cielo es una tontería? Porque el cielo no está ahí. Si el cielo estuviese ahí, tu escupitajo podría corromperlo. Escupes contra la pared y no te rebota. Lo haces al suelo… y si eres un experto el esputo no se te quedará pegado. Si escupes contra el techo y sabes hacerlo, probablemente se quedará allí. Practica y verás. No es probable que regrese, porque el techo está ahí; puede ser corrompido. Lo que es puede corromperse; lo que no es no puede.
El sabio no es, su ego ha desaparecido. No es una substancia, sólo es espacio puro. Puedes pasar a través de él, puedes escupir a través de él, y no hay obstáculo. El escupitajo pasará a través de él, no se quedará en él.
Si insultas a un sabio, tu insulto no lo recogerá nadie. Es como si te pones a insultar en una habitación vacía. Sí, provocarás un cierto sonido, pero eso es todo. Cuando el sonido desaparezca la habitación se quedará igual. La habitación no cargará con tus insultos, porque está vacía.
El sabio está vacío como el cielo. Debe tratarse de un dicho budista porque el Buda dice que el sabio significa sin ser, sin ego. El sabio significa inexistente. No está ahí, es una presencia pura, sin ninguna materia en él. Puedes atravesarlo, no hallarás obstáculo alguno en él.
«La gente malvada que denuncia al sabio se parece a los que escupen al cielo. El escupitajo nunca alcanzará el cielo…»
No es que el cielo esté lejísimos. No. El cielo está muy cerca, estás en el cielo. Pero no puede alcanzar el cielo porque el cielo es existencia pura. Es espacio y nada más. Todo va y viene por el cielo, pero el cielo permanece inocente.
¿Cuántas guerras se han librado en la tierra? Pero no encontrarás nada de sangre en el cielo. ¿Cuánta gente ha vivido en la tierra? ¿Cuántos desatinos, asesinatos y suicidios se han cometido? Pero el cielo no lleva la cuenta, ni siquiera hallarás la mínima señal. El pasado simplemente no existe. Las nubes van y vienen y el cielo continúa igual. Nada lo corrompe.
Un sabio se hace tan espacioso que nada le corrompe.
Tú sólo piensas que estás insultándole; tu insulto te rebotará. El sabio es como un valle; tu insulto regresará como un eco. Te caerá encima.
«El escupitajo nunca alcanzará el cielo, sino que les caerá encima.»
Hay que entender bien esta cuestión. El sabio está más elevado que tú. El sabio es como una cumbre, como un pico del Himalaya. Tú permaneces en la oscuridad, en el valle, en la ignorancia.
Si escupes contra lo elevado, el esputo volverá a caer sobre ti. Va contra la naturaleza, contra la gravedad. Así que si alguien se siente insultado por un insulto tuyo puedes estar seguro de que está más bajo que tú. Si alguien no se siente insultado por tu insulto es que está más elevado que tú, que tu insulto no puede alcanzarle. Porque los insultos siguen la ley de la gravedad. Siempre van hacia abajo.
Así que si te enfureces sólo puedes encolerizar a una persona inferior. Una persona superior permanece más allá de ti. Sólo puedes encolerizar a una persona más débil, la persona más fuerte permanece inafectada. A través del insulto sólo puedes manipular a seres inferiores; los superiores están mucho más allá.
«La gente malvada también se parece a quien agita el polvo contra el viento. El polvo no se levantará sin perjudicarle.
»Por eso el sabio nunca saldrá herido, pues la maldad acabará destruyendo a los propios malvados.»
Recuérdalo. Vamos haciendo cosas contra nosotros mismos. Vamos haciendo cosas suicidas. Vamos haciendo cosas que destruirán nuestro futuro.
Todos los actos que realizas definen en cierto modo tu futuro. Ten cuidado, no hagas algo que vaya a perjudicarte. Y siempre que intentes dañar a alguien, te estarás dañando a ti mismo. Siempre que intentes herir, que quieras herir, estarás creando karma para ti mismo. Serás tú el que salga herido.
En una ocasión, un hombre escupió al Buda, es cierto. El Buda se limpió el rostro y preguntó: «¿Tiene usted algo más que decir?». El hombre se quedó perplejo, asombrado. No esperaba aquella reacción. Pensaba que el Buda se enfurecería. No daba crédito a sus ojos. Se quedó mudo, pasmado.
Ananda, discípulo del Buda, se hallaba sentado a su lado. Ananda se enfureció muchísimo, y le dijo al Buda:
–¿Pero esto qué es? Si dejas que la gente haga eso la vida se torna imposible. Dímelo y le pondré en su sitio.
Este Ananda era muy fuerte. Había sido un guerrero, era primo hermano del Buda, y también príncipe. Estaba muy enfadado, así que dijo:
–¡Qué tontería! Dame permiso y le daré lo que se merece.
El Buda se rió y dijo:
–Él no me sorprende, pero tú sí. ¿Por qué te pones así? No te lo ha hecho a ti. En cuanto a su escupitajo contra mí, sé que en alguna vida pasada debí insultarle. Hoy estamos en paz. Me siento feliz.
–Gracias, señor –le dijo al hombre–. Le estaba esperando para cerrar esa cuenta pendiente. En algún momento debí insultarle. Puede que usted no lo recuerde, pero yo sí. Puede que usted no lo sepa, pero yo sí. Puede haberlo olvidado porque no es usted muy consciente, pero yo no. Hoy me siento feliz porque usted llegó y zanjó la cuestión. Ahora estamos libres el uno del otro.
–Han sido mis propios actos –le dijo a Ananda– los que han revertido en mí.
Sí, claro, cuando escupes contra el cielo hace falta un cierto tiempo para que el esputo regrese. No lo hace de inmediato, depende de muchas cosas. Pero todo acaba volviendo. Todos tus actos no hacen sino sembrar, y algún día deberás cosechar, un día deberás obtener los frutos.
Si hoy eres desdichado, se debe a que las semillas han florecido. Esas semillas debiste plantarlas en algún momento del pasado,