Torbellino de emociones. Jennifer Taylor

Torbellino de emociones - Jennifer Taylor


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es una cosa, es otra, especialmente con ésta…

      –No sé exactamente lo que le pasa, señora Jackson, por eso nos gustaría hacerle un análisis de sangre. Sin embargo, no creo que Chloe debiera ir al colegio, ya que, aunque no fuera contagioso, no se encuentra bien. Si quiere sentarse a Chloe en las rodillas –añadió él, tomando una jeringuilla–, voy a tomarle una muestra de sangre.

      –¡Oh! No estoy segura de eso, doctor –exclamó Annie, mirando aterrada a la jeringuilla–. Nunca me han gustado las agujas. Sólo con mirarlas, me pongo mala.

      –Entonces –suspiró James–, tal vez sea mejor que usted se siente para que la doctora Allen y yo nos encarguemos de todo.

      No tardaron nada en conseguir la muestra de sangre. Chloe se portó como un ángel, sin protestar siquiera cuando James le extrajo la sangre. Cuando acabaron, él levantó a la niña de la camilla.

      –Ojalá todos mis pacientes fueran tan buenos como tú, Chloe. Has sido realmente valiente –le dijo a la niña mientras le acariciaba el pelo.

      Chloe lo miraba con adoración, por lo que Elizabeth tuvo que sonreír mientras le ponía una tirita en el brazo. Resultaba evidente que a James se le daban bien los niños, y se dio cuenta de que tampoco se había esperado aquello, lo que confirmó sus sospechas de que su primera impresión sobre él no había sido todo lo exacta que ella había creído.

      –Vale, le daré una receta para penicilina, que Chloe debe tomar como se le indica. Veo que ella lo ha tomado antes y no le dio ninguna reacción –dijo James.

      –No, pero, ¿cuándo puedo mandarla al colegio? –preguntó la mujer, poniéndole a la niña el abrigo bruscamente–. ¡Me sigue a todas partes, por lo que no puedo tener ni un minuto de paz en todo el día!

      –Téngala en casa hasta que la erupción desaparezca. Hasta que estemos seguros de que no es contagioso, es lo más sensato –replicó James secamente–. Pasarán entre cinco días y una semana antes de que tengamos los resultados del análisis, pero le llamaremos en cuanto los recibamos. Mientras tanto, asegúrese de que Chloe descansa mucho y si le sube la fiebre, mójele la frente y dele muchos líquidos. Sin embargo, si ocurre algo, no deje de llamarme e iré al verla enseguida.

      –De acuerdo, doctor Sinclair, aunque sigo creyendo que es una exageración no llevarla al colegio –le espetó la mujer, mientras salía por la puerta arrastrando a la niña, que miró a James como pidiendo ayuda, pero no dijo nada.

      –Un momento, señora Jackson –le gritó James, dirigiéndose hacia la puerta y arrodillándose delante de Chloe–. Casi se me olvidaba que te había prometido una recompensa por ser tan buena chica. Eso es por ser mi paciente estrella.

      –Gracias –susurró la niña tímidamente, acariciando suavemente la brillante estrella que él le había prendido en el viejo abrigo.

      –De nada, Chloe –dijo él, despidiéndose cariñosamente de la niña–. ¡Qué mujer! –exclamó con exasperación al cerrar la puerta.

      –Sé lo que quieres decir –sonrió Elizabeth, aliviada de estar de acuerdo con él en algo–. Annie nunca va a ganar el título de «Madre del Año». Sin embargo, para ser justos, hace lo que puede y no tengo ninguna duda de que ama a sus hijos, pero a su manera. El problema es que ella era poco más de una niña cuando tuvo el primero y luego vinieron cuatro más.

      –Eso pasa a menudo. Los que menos preparados están, tienen más –dijo él, mirándola con curiosidad–. ¿Y tú Elizabeth? ¿Tienes familia? ¿Estás casada? Nunca llegamos a hablar de eso en las entrevistas, recuerdo que alguien mencionó que la esposa de David había muerto hacía poco, pero no se mencionó nada de ti.

      –No, no tengo hijos ni estoy casada –respondió ella, algo tímida por revelar algo personal.

      –¿Divorciada?

      –¡Claro que no! –exclamó Elizabeth, intentando, a duras penas, mantener la sonrisa.

      –Entonces, tal vez estás comprometida –continuó él, mirándole la mano–. Pero no veo anillo, aunque muchas personas no se preocupan de eso hoy en día. La mayoría de las parejas prefieren vivir juntas hasta que les surge la necesidad de fijar el «gran día» y entonces empiezan a pensar en comprar los anillos.

      Elizabeth lo miró, preguntándose por qué le estaba molestando tanto aquel interrogatorio. Era la extraña manera en la que James la miraba… como si su respuesta realmente le importara.

      –Yo no estoy comprometida y tampoco estoy viviendo con nadie –le espetó ella–. No creo que ése fuera un comportamiento adecuado para mi posición.

      –¿Crees que las buenas gentes de esta ciudad se escandalizarían? –preguntó James, riendo, aunque parecía haber cierto tono de satisfacción en su voz–. Venga ya, Elizabeth, a nadie le importaría eso hoy en día.

      –Tal vez en Londres no, pero las cosas son muy diferentes por aquí –replicó ella–. Tal vez lo deberías tener en cuenta.

      –No te preocupes. Trataré de no darle mala reputación a la consulta con mi disoluto comportamiento –observó él con ironía–. Sólo estaba bromeando. Lo que realmente estoy intentando decir es que me sorprende que alguien no te haya conquistado hasta ahora.

      El corazón de Elizabeth empezó a latir un poco más fuerte por aquel cumplido, aunque le parecía que él no lo había dicho en serio. Ella se dirigió a la puerta, dando aquella conversación por finalizada. Sin embargo, en aquel momento, David entró en la consulta.

      –Ah, estáis los dos aquí. Me preguntaba a qué hora quieres que vayamos esta noche, Liz –dijo él, mirando a James–. Supongo que Liz te habrá mencionado que estamos todos invitados a su casa esta noche. Pensamos que sería una manera agradable de darte la bienvenida a tu nuevo trabajo. Seremos sólo nosotros tres, Sam O´Neill, que ha sido nuestro médico suplente este año y Abbie Fraser, la enfermera del distrito. Sam está en Londres hoy para hacer una entrevista para un trabajo en ultramar, así que esta noche cuando vuelva nos dirá qué tal le ha ido. Tal vez será una celebración doble, aunque será triste que se vaya.

      –Suena fantástico, gracias. Tengo muchas ganas de ir. ¿A qué hora quieres que vaya? –le preguntó James a Elizabeth.

      –Sobre… sobre las ocho estará bien. Así nos dará tiempo a descansar un poco después de la consulta –replicó ella, algo nerviosa por la conversación que los dos acababan de tener–. ¿Podrás conseguir una canguro para Emily? –le preguntó a David con dulzura–. Se me olvidó preguntártelo.

      –Mike me ha dicho que él lo hará –respondió David, sonriendo–. ¡Pero tiene su precio! Creo que hemos acordado cinco libras por cuidar de una hermana…

      –Mike y Emily son los hijos de David –le explicó Elizabeth a James, por encima del hombro, después de reírle la broma a David.

      –Mmm, me lo había imaginado, pero pensé que tenías tres hijos, David. ¿Estoy equivocado?

      –No, en absoluto –respondió David con expresión triste–. Holly es mi hija mayor, pero en este momento no está con nosotros. Sólo están Mike y Emily.

      David sonrió, pero Elizabeth vio que estaba muy disgustado. Suspiró cuando él salió de la consulta, dándose cuenta de que debía explicarle la situación a James.

      –Holly tomó muy mal la muerte de su madre. Nunca se pudo hacer a la idea de que no se podía hacer nada por ella. Ella estaba en la facultad de Medicina de Liverpool, pero lo dejó cuando Kate murió. Lo último que supe de ella era que estaba en Brasil, pero no estoy segura de que ni siquiera David sepa donde está en estos momentos.

      –Eso es muy duro para David y su familia –dijo él, sonriendo tristemente–. Me parece que es mejor saber la situación, ya que así no se corre el riesgo de meter la pata. Creo que me debería haber dado cuenta, pero no entiendo por qué David y tú habéis sido tan reservados.

      –¿Reservados?


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