El significado del dolor. Nick Potter

El significado del dolor - Nick Potter


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varios meses, las oficinas locales han enviado reportes con mucha información sobre un ataque inminente. Han escuchado que será algo grande; el único problema es que desconocen dónde sucederá. Y luego —¡bum!— alguien planta un dispositivo en el corazón de Langley. La oficina central, que solía ser segura y altamente fortificada, se derrumba. Desaparece la mitad del edificio y mueren docenas de personas. Los sistemas fallan. Se pierde toda comunicación. Reina el pánico, la incredulidad. Todos los sistemas y departamentos se ponen en marcha para contener el daño y evaluar cualquier amenaza futura.

      Con el tiempo, por supuesto, se reconstruyen los muros, se reemplaza el vidrio, se vuelven a ocupar los puestos de trabajo y se restablecen todos los sistemas. Pero ¿acaso la oficina central volverá a ser la misma? Todos recuerdan lo ocurrido y están de luto. Se determinan nuevos regímenes —no más tolerancia— y la atmósfera cambia. Las oficinas locales se inquietan más por el posible resurgimiento de espías y movimientos regionales, y entregan reportes con mayor frecuencia. Al mismo tiempo, la oficina central exige más información y sobrerreacciona ante eventos pequeños. El peligro está en todas partes.

      Esta situación de seguridad intensificada equivale, en términos corporales, a una lesión grave —una lesión cerebral o espinal o múltiples lesiones sufridas en un accidente automovilístico serio. Cuando las lesiones iniciales sanan, las cicatrices se desvanecen, pero la víctima nunca vuelve a ser la misma. La vieja herida duele, sobre todo cuando el clima es húmedo, el cansancio es constante y cualquier movimiento resulta doloroso. Hay perturbaciones en el sueño, un estado anímico bajo y una disminución de la líbido. Pasar frente a la escena del accidente aumenta la frecuencia cardiaca y provoca un sudor frío. La víctima evita las multitudes y quedarse en casa parece ser la opción más fácil. Le da una patada al perro, se pelea con su pareja. Le han tenido paciencia en el trabajo, pero todo parece demasiado difícil. El dolor se convierte en una razón para aislarse. La neurofirma ha sido establecida.

      Pese a que han sanado, los nervios periféricos (abajo-arriba) continuarán enviando mensajes de preocupación porque han sido sensibilizados para estar en constante alerta, no sólo a causa de la nocicepción sino también de la neurofirma: ahora, cualquier ligero movimiento o información sensorial (calor, tacto) podría desencadenar niveles inapropiados de dolor. Y entre más disparan los nervios, más dolor se siente, lo que a su vez los sensibiliza aún más.

      Durante mucho tiempo se creyó que los nervios eran sistemas unidireccionales similares a los cables eléctricos, pero ahora sabemos que pueden ser bidireccionales. Los receptores disparan información a la médula espinal, la cual reacciona al enviar más mensajes de regreso por los tejidos. Hay un diálogo bidireccional entre ellos. De esta manera, el dolor puede convertirse en un círculo vicioso o un hábito a nivel local. Además, los nervios se conectan mediante sinapsis con otros nervios que alimentan con información al bucle. Como resultado de esto, el diálogo se difunde a lo largo del sistema, haciéndolo todavía más sensible. Por ejemplo, además de la inflamación localizada en los tejidos dañados, que se manifiesta como hinchazón y enrojecimiento, los nervios pueden enviar una respuesta alrededor del cuerpo. Ésta es la razón por la cual las personas que tienen un nervio atrapado en la espalda baja pueden presentar inflamación en el pie, así como un dolor debilitante en la pierna. A esto se le llama sensibilización periférica. El nervio en la espalda baja es comprimido por un disco sobresaliente que interfiere con su conducción. Como resultado, el diálogo bidireccional a la médula espinal es interrumpido y se induce un estado de alarma para promover la acción del cerebro. Sin embargo, el cerebro desconoce la ubicación exacta de la irritación del nervio, lo único que sabe es que la región que abastece este nervio es el pie y el pie le está enviando señales de alarma. Al mismo tiempo, el propio nervio se irrita a causa de una función celular deficiente y provoca una respuesta inflamatoria en la zona del cuerpo a la cual abastece (en este caso, el pie). En consecuencia, el pie puede hincharse y enrojecerse incluso aunque no se requiera una respuesta de sanación.

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      Como puedes ver, una vez que se ha establecido la neurofirma y que ésta ha sido influida por nuestras experiencias de vida, incluso desde nuestra infancia, así como nuestras concepciones (reales o percibidas) del mundo, el dolor puede arraigarse y volverse cíclico, además de trasladarse por todo el cuerpo. Un buen ejemplo de este tipo de sensibilización del sistema nervioso central es el síndrome del intestino irritable. La gente que padece esta condición no sólo sufre síntomas desagradables como cambios en sus hábitos intestinales, dolor e hinchazón, sino que también es más propensa a experimentar dolor en otras partes del cuerpo, como fibromialgia (caracterizada por dolor muscular global), fatiga crónica o migrañas (ver el capítulo 7 para mayor información sobre estas condiciones).

      Resulta evidente que, a lo largo de nuestra vida, muchos otros factores en nuestro entorno nos sensibilizan y disminuyen el umbral de dolor. Además, las investigaciones han mostrado que estos factores potencian el dolor mucho más que cualquier factor estructural o genético. Como veremos en el capítulo 4 —Cómo nos lastima el estrés—, la naturaleza no proporciona ningún plano para definir nuestro ser, sino un “supersistema” intrincado que utilizamos para responder al estrés del ambiente en el que vivimos. Éste comprende la psique, así como los sistemas endócrino (glandular), neurológico e inmunológico, y es mediado principalmente a través de mensajes químicos transmitidos entre las células. Cuando nuestro supersistema deja de funcionar apropiadamente, esto se traduce en dolor, malestar y enfermedades.

      De cierta manera, el dolor es un modo de percepción que utiliza nuestro cuerpo para decirnos que algo anda mal. Como afirma el doctor Gabor Maté:⁷

      A nivel fisiológico, los circuitos de dolor transmiten información que nosotros mismos hemos bloqueado, impidiendo recibirla por rutas más directas. El dolor es un poderoso modo de percepción secundario que nos alerta cuando nuestros modos primarios han dejado de funcionar. Nos proporciona información que ignoramos bajo nuestro propio riesgo.

      Llegar a la raíz de lo que realmente significa esta “información” del dolor y entender los mensajes que intenta transmitirnos es de lo que tratan los siguientes capítulos. Espero que el viaje te resulte interesante y esclarecedor.

      HISTORIA CLÍNICA: MAGGIE

      A lo largo de este libro, ilustraré los puntos que estoy explicando con las historias de pacientes reales. Te platicaré un poco sobre sus antecedentes y por qué acudieron a mi clínica, y trataré de mostrarte cómo casi todos mejoraron al entender y superar su dolor. Naturalmente, he cambiado nombres y detalles personales para preservar la confidencialidad de los pacientes, pero los ejemplos que presento son reales.

      Comencemos con Maggie, una paciente que tenía 65 años la primera vez que visitó mi clínica. Maggie era una mujer inteligente que ocupaba un puesto administrativo de alto nivel en un gran hospital antes de retirarse. Vivía sola desde que enviudó.

      Vino a verme seis meses después de haberse fracturado la rodilla izquierda al resbalarse en la nieve invernal. La fractura atravesó la articulación, donde el hueso de la parte inferior de la pierna soporta toda la carga de la rodilla. La fractura no estaba desplazada, por lo que en el hospital permitieron que sanara sin recurrir a una cirugía. Sin embargo, debido a una falta de comunicación entre los médicos que la trataban, Maggie permaneció mucho tiempo con la pierna inmovilizada. Ahora experimentaba mucho dolor y requería usar una muleta. Sentía que el dolor se extendía hacia arriba desde su costado izquierdo en dirección a la espalda y el cuello. Antes de su alta, tampoco recibió suficiente fisioterapia.

      Para cuando fue a verme, tenía miedo de salir e imaginaba un futuro sombrío lleno de dolor y soledad. Sentía cómo el “perro negro de la depresión” comenzaba a apoderarse de ella. Hasta antes de su accidente, ella amaba viajar —acababa de visitar Nueva Zelanda— y había enfrentado todo lo que el mundo le presentaba sin miedo. Pero ahora eso le había sido arrebatado y, para colmo de males, cada vez veía menos a sus compañeros de viaje mientras ellos continuaban disfrutando la vida.

      A partir de la fractura inicial, disminuyó su actividad física y perdió masa y tono muscular, así como su capacidad para mantener el equilibrio,


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