El continente vacío. Eduardo Subirats

El continente vacío - Eduardo Subirats


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No en último lugar, una lógica de la colonización en el sentido más ostensible de un proceso de eliminación de formas de vida, objetos de culto, valores, espacios físicos, y de sometimiento a un orden moral y económico completamente ajeno, como premisa de un expolio económico de recursos naturales y fuerza humana de trabajo.

      He aquí el paisaje intelectual e histórico en el que reposaban las categorías del mencionado seminario internacional. La posición teórica de León-Portilla resultaba en este contexto al mismo tiempo ejemplar y dominante. Sus tesis se resumían en los términos estrictos de una defensa del renacer simbólico de las culturas de Amerindia con entera indiferencia de su colonización espiritual y material, y del proceso de su efectiva destrucción económica, ecológica y política. Este renacimiento simbólico se inscribía, a su vez, en el escenario de una progresiva uniformización de las formas de vida bajo el panorama de un sistema de producción, comunicación y dominación globales. Y en este sistema global significaba un simple instrumento de compensación semiótica. Se ponían a salvo los símbolos; al mismo tiempo que se confirmaba la necesidad de destruir las formas de vida de las que estos símbolos eran expresión. Se redimían los signos sin referente, la representación de un espectáculo vacío.

      En el contexto de la dispersión posmoderna del proceso colonizador, esta recuperación fenomenológica significaba algo más todavía: la defensa de un pluralismo simbólico que bajo sus efectos de propagandísticos permitía el recrudecimiento de las condiciones de supervivencia social y la destructividad cultural, social y ecológica del capitalismo salvaje en las regiones neo y poscoloniales. León-Portilla ofrecía precisamente aquellos sistemas conceptuales más triviales que permitían soslayar la crítica del fracaso de la modernidad como proyecto integrador de clases, etnias, religiones y culturas conflictivas entre sí.

      Por eso también, por limitarse a un efecto propagandístico y espectacular, su perspectiva político-antropológica acababa por asumir ciegamente la misma lógica de la colonización que solapaba bajo la figura retórica de una emancipación de los signos. No se trataba ahora de la salvación eterna precisamente, sino de la participación mediática de los signos arqueológicamente reconstruidos y técnicamente reproducidos de una cultura indígena integralmente musealizada. Los planteamientos del embajador nadaban, ciertamente, a favor de la corriente. Su discurso presumía un objetivo pragmático y acariciaba un significado conciliador. Abrazaba plenamente una dimensión institucional.

      Por lo demás, su visión oficial de las cosas significaba una auténtica regionalización de la cuestión indígena. Su punto de partida era la globalización y la redefinición de un orden internacional. Su visión de una alternativa indigenista visaba, además, la conflictividad de semejante proceso igualador. Pero desde el punto de vista de aquel mismo proceso de globalización. Portilla trasponía la perspectiva de una razón universal ajena a la realidad americana. Trasposición de una lógica colonial y una racionalidad global, en lugar del reconocimiento de una realidad histórica y comunitaria, y sus reiteradas y múltiples mutilaciones. Se reproducía con ello un antiguo litigio. Lo mismo a que los frailes que en el siglo XVI aspiraban: sanar las heridas materiales de la sumisión colonial mediante la masiva conversión de indios. También esta estrategia misionera entrañaba una liberación simbólica allí donde lo que estaba en cuestión era la supervivencia de una forma de vida, las memorias culturales y una visión espiritual del ser.

      EL PASADO POR VENIR

      Algunos historiadores y antropólogos allí presentes llegaron incluso a izar sobre la base de esta representación retórica los símbolos romantizantes del esplendor y la grandeza de los antiguos imperios precolombinos. Las formas de vida del indio americano, su arte, su religión y su lengua se elevaron a signos heroicos. Esa posición fue claramente sentida por la mayoría y aplaudida innúmeras veces.

      En segundo lugar, se plantearon las formas jurídicas y las condiciones políticas capaces de garantizar los derechos del indio como ciudadano ideal: una subsecuente representación emblemática y falsa del indio real, sus vicisitudes sociales e históricas, y las amenazas económicas y políticas que gravan su efectiva supervivencia actual. Bajo la bandera de los derechos humanos se ponía en escena aquel mismo motivo


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