El continente vacío. Eduardo Subirats
que les confiere el sistema colonial: un nuevo significado que el colonizado nunca llega a comprender, ni a articular en un orden alternativo de sociedad y supervivencia.21
Uno de los casos más interesantes de esta desestructuración lo ofrece la economía incaica basada en el principio del don. Traducido en los términos de una economía monetaria e hibridada con una racionalidad capitalista basada en el crédito, aquel principio de intercambio simbólico adquiría un significado enteramente nuevo. Ya no encerraba un sistema redistributivo de la riqueza. Más bien se convertía directamente en un nuevo mecanismo de expolio que posibilitaba la usurpación legal de los bienes y la esclavización masiva de los indios.22 Pero no es el análisis concreto de estos casos, sino su replanteamiento en las categorías más generales de destrucción de un sistema global de valores, de la interpretación del mundo y formas de vida, lo que otorga al análisis de Wachtel un significado privilegiado. Este antropólogo llega a reformular bajo una nueva luz el concepto tradicional de la «destrucción de las Indias», formulado por primera vez por Las Casas, precisamente a través del análisis de este proceso desestructurador.
Entre otras cosas, la obra de Wachtel merece señalarse por su comprensión de las dimensiones colectivas y subjetivas de la invasión y la destrucción españolas de las altas civilizaciones americanas como un cataclismo cósmico. La conquista significó:
[el] hundimiento de una visión del mundo que llega incluso a sus categorías mentales más íntimas […] la derrota (frente a los españoles) se experimenta como una catástrofe de amplitud cósmica […] aquí (en Perú) el choque coincide con la muerte del hijo del sol, el Inca. Este asegura la mediación entre los dioses y los hombres […] Una vez asesinado este centro, desaparece el punto de referencia viviente del mundo, y es este orden universal el que resulta brutalmente destruido.23
Wachtel expuso la tesis directamente opuesta a la doctrina legitimadora de la conquista espiritual. En la misma medida en que el nuevo orden colonial no era capaz de sustituir el viejo orden por otro realmente funcional y realmente universal, su proceso de desestructuración adquiere las dimensiones de una verdadera «deculturación» del indio.24
Pero Wachtel plantea, asimismo, la contraparte positiva y complementaria a esta dimensión cósmica de la destrucción de las civilizaciones americanas: la historia de la resistencia anticolonial, sus rebeliones y sus guerras, y de aquellos movimientos sociales encaminados hacia una recuperación de la memoria histórica de los indios. Esas figuras históricas y contemporáneas de resistencia —no diferente de otros historiadores o antropólogos contemporáneos— no solo deben comprenderse como una oposición política o una resistencia social. Contemplados desde este punto de vista, entrañan, al mismo tiempo, una lucha destinada a la reconstitución de un perdido orden cósmico y dotada necesariamente de una dimensión religiosa, milenarista y mitológica. Wachtel arroja con ello las claves no solo para una interpretación sociológica y filosófica de los movimientos sociales de América Latina, sino también una hermenéutica de las crónicas indígenas más importantes del siglo XVI: la de Guamán Poma y la de Garcilaso en particular, como ensayos de reestructuración conceptual, en el orden de una ciudad ideal, del destruido cosmos de las altas civilizaciones americanas.
Definir una «ciudad ideal» más allá de las ruinas de las antiguas civilizaciones americanas, y por tanto más allá de la lógica de la colonización, como pretendieron Guamán Poma y Garcilaso, significa reformar el proceso colonial y reformular el proyecto civilizador que ha implantado. Es precisamente en nombre de esta historia continuada de la resistencia anticolonial, y en nombre de estos ensayos de reformulación del poder europeo y sus valores civilizadores que debe cuestionarse la llamada «visión de los vencidos». Wachtel se halla muy lejos de la aspiración moralista que semejante título dibujaba en la célebre obra de Miguel León-Portilla.
El indio no es portador del discurso del fin. Ciertamente, es el testimonio de una destrucción de formas de vida y concepciones del mundo. Es una conciencia vaciada y negativa. Pero es, al mismo tiempo, una conciencia llena y creadora porque está vinculada a una memoria histórica, a un cosmos y a una forma de ser. Es la conciencia que lucha por conferir un nuevo sentido al cosmos a partir de sus formas de vida. No es una conciencia vencida, ni un alma aristotélica, ni un no-sujeto subalterno. Es la conciencia reflexiva de una continuada resistencia contra la violencia del proceso civilizador.
Las grandes voces intelectuales que dieron testimonio de la colonización americana, como Garcilaso y Titu Cusi, o el Jefe Seattle, representan la visión histórica de los pueblos sujetados, expoliados y violados. Pero en su rechazo político y metafísico del poder civilizador occidental formularon la única tradición intelectual posible y válida para la construcción de sociedades multiculturales, multirreligiosas y pluriétnicas de la América contemporánea. Todavía más: sus crónicas son monumentos de la enajenada conciencia americana sin los cuales la conciencia europea tampoco puede comprenderse a sí misma. Lejos de constituir el lado oscuro del gran relato de la colonización americana, lejos de ser las crónicas de lo imposible, y más lejos todavía de representar la leyenda negra de la conquista española y portuguesa y anglosajona de las Américas, estos testimonios poseen un carácter programático y constituyen la única base fundacional posible de un Nuevo Mundo.25
Pero regresemos a la intervención de Macas en aquel seminario sobre Amerindia. Este líder ecuatoriano hablaba desde la tradición de estas voces históricas precisamente. Tradición de los vencidos, sin duda alguna. Pero también la de una memoria llena que entrañaba al mismo tiempo la resistencia contra el logos histórico que había suprimido su cultura. Además, esta voz prolongaba una visión que también se halla, implícita o expresamente, en las crónicas americanas que he citado antes, y en los Comentarios reales de Garcilaso en especial. Era una conciencia crítica con respecto al conjunto de la civilización occidental y la universalidad de sus símbolos de ayer y de hoy. «La estrategia de los indios debe abandonar lo milenarista y plantear el sentido histórico de la civilización», fue su conclusión.
El líder indio formulaba en el panorama de la crisis civilizatoria contemporánea la misma alternativa que planteó Garcilaso en la edad del oro colonial. No la integración y mucho menos el mestizaje, mientras se conciba el mestizaje y la integración precisamente como representación conciliadora de la violencia fundacional de América. Un no rotundo también a su retoño más reciente: los sincretismos e hibridismos de los estudios culturales. Se trataba, por el contrario, de un verdadero diálogo cultural entre dos mundos realmente antagónicos, un diálogo que no excluye las diferencias entre sus dos lados opuestos, ni su crítica. Un diálogo consciente de la crisis de identidad de las naciones modernas, de la necesaria revisión de los valores que definen el progreso realmente existente, de los dilemas que un concepto agresivo de desarrollo plantea sobre el futuro inmediato de los hábitats y habitantes del planeta. Una síntesis original de una realidad cultural y política nueva.
17 La crítica de este reconocimiento del indio simbólico, desligado de la realidad ética, social y económica de las comunidades indias reales, fue formulada por Guillermo Bonfil Batalla en México profundo (México: Secretaría de Educación Pública / Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, CIESAS, 1987), 91-92.
18 Guillermo Bonfil Batalla, «Diversidad y democracia», en Amerindia…, 89.
19 Miguel León-Portilla, Visión de los vencidos: relaciones indígenas de la conquista (México: UNAM, 1982), 150.