Psicoanalizando. Rafael Paz

Psicoanalizando - Rafael Paz


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disposiciones alejadas de la funcionalidad dominante, y parecidas a lo que convencionalmente se entiende como ocio.

      Pues efectivamente asociar y atender –pero de manera flotante– se oponen a las coordenadas de eficacia usualmente requeridas.

      Y tomar partido por la regresión / expansión completa el para-entramado que construimos.

      A lo cual se agrega el suspenso judicativo referido al clasificar.

      Actividad antigua como el mundo, que recoge tanto experiencias colectivas acumuladas en la sabiduría de especie cuanto en prejuicios frente al contacto despojado con otro.

      El afán clasificatorio según nosografías de diversa índole, es obvio que ha de ser apartado en la circunstancia transferencial, pero no aniquilado, o peor, sustituido por un fingimiento de ingenuidad adánica.

      Hay que dejarlo, como a cualquier ocurrencia más o menos perturbadora, que circule por nuestro interior, donde tomará diversas formas e intensidades según las señales de alarma que se generen en el campo.

      El punto es mantenerse sensible a la aparición en uno de tal preocupación, considerándola una advertencia preconsciente que convoca algún saber que detentamos –psiquiátrico, por ejemplo.

      Todo ello más allá de las eventuales acciones, “transanalíticas”, que el sentido común clínico, que supone cuidado del otro en el cuidado del proceso, nos muevan a realizar.

      Tanto en lo que hace a estas situaciones que ponen a prueba los límites de nuestra competencia, como en los contactos y distancias respecto de núcleos ideológicos y creenciales, el punto reside en sostener el pacto de racionalidad del criticismo freudiano.

      Que supone lidiar con la propia omnipotencia (la megalomanía infantil), y sustraerse a los señuelos narcisistas ligados al todo saber / todo poder.

      La contraprueba de esas trampas, en las que el Superyó mete la cola, está dada por la experiencia de lasitud y aflojamiento, cuando en etapas avanzadas de un análisis, el humor puede ser el modo de tramitar diferencias de posiciones ideológicas entre paciente y analista.

      Que hace también al duelo por crisis y atravesamiento de la ilusión fusional de un común compartido absoluto, lejos de cualquier controversia o diferencia.

      Por otra parte, las tensiones que emergen permiten recuperar de primera mano –facilitado su registro por el compromiso emocional en que suelen sumir al analista– climas y fantasmáticas que jugaban en disputas hogareñas, con sus cruces de valores y sobrecargas narcisistas.

       Pasiones, consumos y deudas

      Lo dicho requiere confianza en las concavidades receptivas que la situación ofrece a medida que se va construyendo, permitiendo tiempos suficientes para que se alojen y resuenen las identificaciones proyectivas que recibimos.

      Es decir, pedazos del Self y de objetos internos que viajan desde el analizando en pos de alcanzarnos por los canales de recepción que la maduración ha ido facilitando, o labrándose otros, en cuyo caso constituyen penetraciones intrusivas, por desesperación y enojo, o simplemente maldad.

      Todo lo cual refuerza la necesidad de parsimonia en una clínica en transferencia, y precave sobre el eventual apuro reintroyectivo, que tiende a “devolver” rápidamente aquello de lo que el paciente se libró, depositándolo en el mundo, en los otros o en el analista.

      Tal urgencia es más frecuente cuando la experiencia es escasa, pero también es facilitada por estilos de escuelas impregnadas de usos culturales que rehúyen el trabajo con altas intensidades afectivas.

      Y que de ese modo racionalizan fobias al contacto y a la impregnación emocional, así como limitaciones en lo que hace al manejo de las distancias y la disponibilidad afectiva, de modo tal que los recursos técnicos –la interpretación, de manera eminente– son usados como defensa.

      Tal como sucede en la vida habitual, donde la interpretación de motivos, sentidos e intenciones es constante (por lo común en clave paranoide), y escuchar a los otros muy difícil, sobre todo en culturas urbanas, con carencias crónicas de tiempo y de las dosis necesarias de empatía.

      Siendo, en contexto analítico, una demostración más de la resistencia al trabajo extendido en transferencia.

      La capacidad de aceptar situaciones abiertas y en expansión, de las cuales en la vida cotidiana las barreras personales y culturales precaven, es mucho más difícil que tomar en consideración aspectos parciales, que son los que aparecen naturalmente unidos a la idea de análisis.

      En verdad, el arte reside en pendular entre fragmentos mínimos y unidades mayores, cuyo ejemplo más claro es el análisis de los sueños: un trozo, una red de asociaciones, el hilván de un detalle con la vigilia, el sueño como un todo, como trasunto de climas y estados mentales globales.

      Evitando además un afán de claridad que soslaye opacidades y penumbras, o no dé lugar a tiempos de decantación, para no desperdiciar circulaciones emocionales con penetración y riqueza informacional, aunque sean disruptivas, que pueblan el ámbito logrado.

      Y constituyen la materia prima que teje la vida del campo.

      Eso no impide que actitudes circunspectas, apegadas a las formalidades, produzcan alivio, y, claro está, pueden constituir un rasgo respetable de un cierto estilo personal.

      Lo cual es distinto al cercenamiento de las intensidades circulantes como método y actitud sistemática.

      La intelectualización, por su parte, como forma conspicua de defensa, es mucho más que un traslado en bloque de la experiencia a un nivel forzado de simbolización.

      Constituye una coerción activa, “al servicio del Superyó”, que anula el pensar bajo la forma aparente de exaltarlo.

      Hay que tener en cuenta que los que circulan son materiales cargados, pero sensibles a las coerciones nítidas o insinuadas, pues las presiones superyoicas congeladas en estereotipos de obediencia son muy fáciles de activar.

      Y cobran toda su fuerza en un contexto predispuesto a disponibilidades regresivas en el que se recrean intemperies.

      De hecho, hay en la tradición psicoanalítica notoria ambivalencia respecto de las pasiones, como si constituyéramos una estirpe de aprendices de brujo traumatizados.

      Lo cual favorece cautelas excesivas frente a “las sombras infernales de la Odisea que dijera Freud, las que si se consolidan pueden contribuir a fijar caracteropatías psicoanalíticas.

      Por otra parte, y por su propia índole, las exigencias pulsionales y la producción fantasmática exceden las restricciones que intentan circunscribirlas.

      Siendo el punto en que se sitúa la paradoja constitutiva de nuestro oficio, que puede enunciarse como “postulado de exorbitancia”: el análisis pone en juego más de lo que el método puede contener.

      “… De donde se ha desprendido la cuestión insistente


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