Sol y Luna. Tamara Gutierrez Pardo

Sol y Luna - Tamara Gutierrez Pardo


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En el nombre de la luna, y en el de la vida, os declaro marido y mujer.

      ¿Ya estaba? ¿Ya estaba… casada con Jedram?

      La mirada violácea de Jedram se adentró tanto en la mía que creí notarla hasta en mi misma alma, electrificando todo mi cuerpo. Esperé su beso, casi diría que con ansias, sin embargo, no me besó. El chasco fue tal que hasta el embrujo pareció desaparecer. En esta ocasión sí que conseguí reaccionar, meneando la cara para espabilarme.

      ¡Por los dioses, ¿qué estaba haciendo?! ¡¿Qué había hecho?! ¿Se me había olvidado quién era Jedram, lo que hacía? ¿En qué estaba pensando? Eran esos ojos. Ojos brujos. Me había hipnotizado.

      Rechiné los dientes, sintiéndome como una estúpida. ¿Cómo había sido tan tonta? Seguramente también me había hipnotizado aquella noche de mi primer beso… Y yo había perdido el tiempo recordándole a cada minuto, creyendo que aquel había sido el momento más feliz de toda mi existencia…

      El desengaño me golpeó como una jarra de cristal al caer al suelo.

      ¡Estúpida, estúpida! El único que tenía que importarme era Sephis. Él era de verdad, no una ilusión. Eso me hizo sentir peor, porque, a pesar de mis sentimientos por Sephis, había sucumbido al encantamiento de Jedram y había terminado casándome con él.

      ¿Por qué había sido tan… débil?

      Aunque toda la tribu saltó en júbilo y la música de celebración explotó, me aparté con enfado, si bien no pude ir muy lejos. La cuerda que me amarraba a Jedram me lo impidió. Tiré con más fuerza, pero las muñecas de Jedram ni se movieron del sitio, así como su intensa mirada, otra vez fija en mí.

      Aparté la vista instantáneamente, rehuyéndola para que no volviera a embrujarme.

      —¿Es que tenemos que pasarnos así toda la noche? —protesté.

      Tan pronto como mi impulsiva bocaza lo soltó, me arrepentí. Un frío aterido me atravesó de la cabeza a los pies al recordar la temida noche de bodas. ¿Y si resulta que teníamos que estar así… toda la noche?

      El lobo se levantó y acercó su hocico a nuestras manos, sacándome de ese bucle que ya comenzaba a engullirme. Empezó a lamerlas animosamente, como si estuviera contento. Luego, alguna tontería llamó su atención y se alejó con un trote.

      De pronto, las cuerdas se desataron solas, cayéndose sobre las baldosas blancas y rojizas. Levanté la vista para mirar a Jedram, atónita. Lo había hecho él, sin tocarlas… ¿Acaso era brujo o qué?

      Volví a huir de sus ojos con rapidez, recogiendo mis manos.

      Sin más, echó a andar hacia la silla. Otra vez fruncí el ceño. Me di cuenta de que había otra a su lado, así que, a disgusto, le seguí. En fin, ¿qué podía hacer? Ya me había casado con él, no podía huir…

      Y menos delante de tanta gente. Quizá cuando todos, incluido él, se hubieran caído de la borrachera.

      Los regalos sucedieron al descomunal banquete, que consistió en montañas y más montañas de carne. La gente tika, mostrándole gran respeto a Jedram, nos agasajó con pieles, ropa y varias piezas artesanales a las que aquí se les daba mucho valor. Me quedé estupefacta al ver que también nos regalaban armas, incluso a mí esos incautos me regalaron una espada. La hubiera usado, pero no tenía ni idea de cómo se manejaba. El vino corría por doquier y los hombres, incluso las mujeres, no tardaron en embriagarse.

      Pero Jedram no bebía ni una sola gota, y eso hizo que mis planes de huída comenzaran a desmoronarse. Sabía que no podría huir si él estaba sobrio. Y encima era brujo… Llegué a plantearme emborracharme yo, por lo menos así no me enteraría de nada, pero el vino tampoco llegaba a mis manos.

      Por poco me echo a llorar cuando empecé a asimilar que iba a tener que enfrentarme a la noche de bodas, quisiera o no…

      Y ese temido momento llegó.

      En mitad de la fiesta Jedram se puso en pie y viró medio cuerpo hacia mí para clavarme otra de sus intensas miradas. Ya sabía lo que estaba esperando. La música no dejó de sonar en ningún momento; al revés, elevó el tono y el ritmo para celebrar lo que iba a tener lugar esta noche. Para ellos era un motivo de alegría; para mí era toda una tortura. Durante un segundo me propuse resistirme, sin embargo, algo me dijo que eso iba a ser totalmente inútil con Jedram. Me levanté de la silla, casi temblando, delante de los vistazos curiosos y expectantes de todos los que nos rodeaban, aunque fingí fortaleza. Jedram me tomó de la mano, provocando que otra vez sintiera esa extraña electricidad, y se volvió al frente para echar a caminar, tirando de mí.

      Recorrimos la distancia que nos separaba de la edificación de roca abriéndonos paso entre el alegre bullicio, que se apartaba con una reverencia al ver que se trataba de Jedram. No tardamos en abandonar la celebración para acceder a una de las estructuras rocosas contiguas a aquella en la que me habían preparado. Varios agujeros o entradas se repartían sin un orden concreto por toda la pared, y una escalera esculpida era el único elemento que unía a cada una de ellas. Jedram me hizo subir hasta el nivel más alto, para después internarnos en la cueva que se encontraba allí.

      Un estrecho pasillo conducía a una estancia. Era amplia, para mi sorpresa acogedora, y se dividía en varios compartimientos. Un hogar llameaba en el centro y, a su vera, unas pieles acolchadas habían sido acondicionadas para la ocasión. Jedram soltó mi mano y se quedó de pie, junto al fuego, observándome con esos ojos violetas.

      Mi corazón ya no podía latir más deprisa, se me iba a salir del pecho… Sí, por primera vez, esta vez sí, sentí miedo. Pavor. Ese hombre imponente y desconocido aguardaba mi presencia en su lecho. En… nuestro lecho…

      Inspiré aire profundamente, llenándome de arrojo, y me acerqué a él para iniciar el rito que, a mi pesar, me habían enseñado. No quería hacerlo, pero sopesándolo detenidamente decidí que era mejor que yo me ofreciera a que me forzara. Me iba a doler igualmente, pero iba a ser más terrible la segunda opción.

      El cuerpo es solo carne y hueso. El alma fluye libre…, me repetí a mí misma una y otra vez.

      Me detuve frente a Jedram, tomando más oxígeno, y sin alzar la vista hacia sus ojos llevé mis trémulas manos al broche de esa imponente piel de oso para abrirlo. Pero las suyas agarraron mis muñecas, provocando que mis pupilas se clavaran en las suyas con extrañeza. Me asusté, porque no sabía qué era lo que quería de mí, además, sus hipnotizantes ojos ahora me intimidaban sobremanera. Aun así, levanté el mentón con arrojo.

      —No te tocaré hasta que tú no quieras —manifestó con esa voz regia.

      ¿Cómo? ¿No quería hacerlo conmigo?

      —¿No… me tocarás? —me aseguré, boquiabierta.

      —No.

      Tuve que emplearme a fondo para volver en mí.

      —¿Y si no quiero nunca? —inquirí.

      Se quedó un par de segundos en silencio, clavándome una mirada tan penetrante que hasta mi corazón se aceleró.

      —Entonces nunca te tocaré.

      Mis pupilas permanecieron en las suyas, buscando una respuesta lógica que pudiera comprender. Sin embargo, no la encontré.

      Jedram me soltó. Abandonó mis ojos y se giró sin prisa. Me quedé de piedra, viendo cómo se marchaba a la estancia contigua y corría una cortina.

      Una vez más, y como siempre, me quedé sola.

      Habían pasado varios días desde que Jedram se había llevado a Nala. La tribu había seguido haciendo vida normal, incluso mis padres parecían haberse resignado tristemente, pero yo no podía hacerlo. Era mi hermana pequeña, esa ovejita descarriada de lana roja que siempre correteaba a su aire gritándole al mundo su libertad, y no podía quitarme de la cabeza lo que ese ser malvado y cruel podía hacerle. Nala siempre había sido


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