Drácula. Bram Stoker
Sin duda eso me proporcionaría felicidad.
Diario de Mina Murray
26 de julio.
Estoy angustiada y me tranquiliza poder expresarme aquí. Es como susurrarme a mí misma y escuchara al mismo tiempo. Los símbolos de taquigrafía tienen un cierto encanto que los diferencia de la escritura normal. Estoy triste por Lucy y por Jonathan. No había tenido noticias de Jonathan durante varios días y me sentía muy preocupada. Pero ayer, el querido Señor Hawkins, que siempre es tan amable, me envió una carta de su parte. Yo le había escrito preguntándole si había recibido noticias de Jonathan y me respondió diciéndome que acababa de recibir la carta que me envió. Sólo son unas breves líneas escritas durante su estancia en el castillo de Drácula, donde dice que está iniciando el viaje de regreso a casa. Eso no es propio de Jonathan. No lo comprendo y me llena de angustia.
Y luego, Lucy, aunque está muy bien, ha vuelto a recaer en su viejo hábito de caminar dormida. Su madre ya me había dicho algo sobre eso y decidimos que voy a cerrar la puerta de nuestro cuarto con llave todas las noches.
La Sra. Westenra cree que los sonámbulos siempre se suben a los techos de las casas y caminan por los bordes de los despeñaderos, despertándose repentinamente, cayendo al vacío lanzando un grito desesperado que hace eco por todo el lugar.
Pobrecilla, naturalmente está preocupada por Lucy, me ha contado que su esposo, el padre de Lucy, tenía la misma costumbre de despertarse en medio de la noche, vestirse y salir de casa, a menos que alguien lo detuviera.
Lucy se casará en otoño y ya está planeando su vestido y los arreglos de su casa. La entiendo perfectamente, porque yo haré lo mismo, sólo que Jonathan y yo empezaremos nuestra vida de una manera mucho más sencilla, esforzándonos por cubrir nuestros gastos.
El Sr. Holmwood, es decir, el Honorable Arthur Holmwood, hijo único de Lord Godalming, vendrá dentro de pocos días, en cuanto pueda dejar la ciudad, pues su padre no se encuentra bien de salud. Y creo que mi querida Lucy está contando ansiosamente los días hasta su llegada.
Quiere llevarlo a nuestra banca en el cementerio de la iglesia sobre el acantilado y mostrarle la belleza de Whitby. Me atrevo a decir que lo que la tiene angustiada es esta espera. Estoy segura que se sentirá mejor cuando él esté aquí.
27 de julio.
No he tenido noticias de Jonathan. Estoy empezando a sentirme sumamente preocupada por él, aunque no sé exactamente por qué. Pero me gustaría tanto que me escribiera, aunque fuera sólo una línea.
El problema de sonambulismo de Lucy empeora día con día, y todas las noches me despierto al sentir que camina por el cuarto. Afortunadamente, el clima está tan cálido que no podría resfriarse. Pero aun así, la preocupación y el estar despierta toda la noche está comenzando a causar estragos en mí, y yo misma me estoy empezando a sentir nerviosa y no puedo dormir. Gracias a Dios, la salud de Lucy se mantiene estable. El Sr. Holmwood ha sido llamado repentinamente a Ring para ver a su padre, que se encuentra gravemente enfermo. Lucy está destrozada por la posibilidad de tener que posponer la visita de su prometido, pero esto no ha afectado su aspecto. Está ligeramente más robusta y sus mejillas tienen un encantador tono rosado. Ya no tiene esa apariencia anímica que solía tener. Rezo para que esto continúe igual.
3 de agosto.
Ha pasado otra semana y sigo sin recibir noticias de Jonathan. Ni siquiera a través del Sr. Hawkins, con quien sí he podido comunicarme. Ay, espero que no esté enfermo, porque, de ser así, sin duda alguna me habría escrito. He leído mil veces su última carta, pero hay algo en ella que no me satisface. No suena a él, y sin embargo es su escritura. De esto no cabe la menor duda.
La semana pasada Lucy casi no caminó mientras dormía, pero hay una extraña concentración en ella que no comprendo; parece como si me observara, aun estando dormida. Intenta abrir la puerta, pero al encontrarla cerrada, recorre todo el cuarto en busca de la llave.
6 de agosto.
Han pasado otros tres días, y sigo sin recibir noticias. El suspenso se está volviendo espantoso. Si tan sólo supiera a dónde escribirle, o a dónde ir, me sentiría más tranquila. Pero nadie ha escuchado una sola palabra de Jonathan desde su última carta. Sólo debo rogar a Dios que me conceda paciencia.
Lucy está más nerviosa que nunca, pero por lo demás está bien. Anoche el tiempo estuvo terrible y los pescadores dicen que se espera una gran tormenta. Debo observarla para aprender sobre las señales del tiempo.
Hoy el día está nublado, mientras escribo esto el sol está escondido detrás de las espesas nubes en lo alto del Kettleness. Todo se ve gris, con excepción del pasto verde, que parece una esmeralda en medio de este paisaje tan gris. Las rocas son grises y terrosas; grises son las nubes, teñidas por la luz del sol en su orilla más lejana, que se ciernen sobre el mar gris, en el que se introducen los bancos de arena similares a figuras grises. El mar rompe sobre las playas, ahogando su furor en la neblina marina que llega desde la tierra empujada por el viento. El horizonte se pierde en una neblina grisácea. Hay una inmensa vastedad. Las nubes están apiladas como rocas gigantes y hay ráfagas de viento sobre el mar que parecen anunciar algo funesto. Por toda la playa pueden verse diseminadas oscuras figuras, algunas envueltas a medias por la niebla, que tienen la apariencia de “árboles con formas humanas caminando”. Los botes pesqueros se apresuran para llegar a casa, se elevan y hunden en las grandes olas mientras navegan hacia el puerto, curvándose frente a los imbornales. Aquí viene el Sr. Swales, caminando directamente hacia mí. Puedo ver, por la forma en que ha levantado su sombrero, que quiere hablar conmigo.
Me conmovió bastante el cambio operado en el pobre anciano. Cuando se sentó junto a mí, me dijo en tono muy amable:
—Quiero decirle algo, señorita.
Pude notar que estaba intranquilo, así que tomé su pobre y arrugada mano en la mía y le pedí que me hablara con toda confianza. Entonces me dijo, sin mover su mano:
—Me temo, querida mía, que la he asustado con todas esas cosas malévolas que le he estado diciendo acerca de los muertos y demás durante las últimas semanas. Pero no he hablado en serio y quiero que recuerde eso cuando yo ya me haya ido. A nosotros los viejos un poco chiflados y con un pie sobre la tumba maldita, no nos gusta mucho pensar en la muerte. Queremos aparentar que eso no nos asusta. Es por eso que me burlo de ella, para alegrar un poco mi propio corazón. Pero, con Dios como mi testigo, le digo que no tengo miedo de morir, señorita. Ni un poco. Solo que me gustaría no hacerlo, si eso fuera posible. Mi hora debe estar muy cerca ahora, pues ya soy viejo y cien años es mucha espera para cualquier hombre. Y estoy tan cerca de ella que la Vieja ya debe estar preparando su guadaña. ¿Ha visto? No puedo dejar de reírme de todo esto, las burlas siempre serán parte de mí. Un día cercano, el Ángel de la Muerte sonará su trompeta para mí. ¡Pero no se aflija ni llore, querida mía! —me dijo, al darse cuenta de que yo estaba llorando—, si viniera esta misma noche, no me negaría a responder a su llamado. Después de todo, la vida sólo es una espera para una cosa distinta a la que estamos haciendo. Y la muerte es la única cosa de la que podemos tener certeza. Pero estoy contento, pues sé que ya viene por mí, querida, y sé que lo hace rápidamente. Podría incluso llegar mientras estamos observando el paisaje, preguntándonos cosas. Tal vez venga en ese viento sobre el mar que trae consigo pérdidas y destrucción, dolor angustioso y corazones tristes. ¡Mire! ¡Mire! —gritó repentinamente—. Hay algo en ese viento, y en su eco más lejano que suena. Sabe y huele como la muerte. Está en el aire. Lo siento venir. ¡Señor, haz que mi respuesta sea alegre cuando llegue mi hora! —dijo, levantando los brazos devotamente y quitándose el sombrero.
Su boca se movía como si estuviera rezando. Luego de algunos minutos en silencio, se levantó, me estrechó la mano y me dio la bendición. Se despidió de mí y se alejó cojeando. Todo esto me conmovió y me perturbó en gran medida.
Me alegré cuando el guardacostas se acercó a mí, con su catalejo bajo el brazo. Se detuvo a hablar conmigo, como siempre lo hace. Pero sin quitar la vista ni un segundo de un extraño barco.
—No sé qué es —dijo—.