La conquista del lenguaje. Xurxo Mariño

La conquista del lenguaje - Xurxo Mariño


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miles y miles de palabras, y también nos permite inventar todas aquellas palabras que necesitemos. Se calcula que a la edad de 6 años pueden entenderse hasta unas 20 000 palabras, y que una persona adulta culta puede distinguir de manera rutinaria entre más de 60 000 palabras. Y algo similar ocurre con las lenguas escritas y de gestos. A su vez, mediante reglas sintácticas, las palabras pueden combinarse de infinitas formas para construir frases, que pueden hacer referencia con precisión a cualquier idea o cosa que podamos imaginar, exista o no en el mundo real. Esta modularidad permite construir una cantidad ilimitada de elementos a partir de unas pocas piezas básicas.

      Todas las lenguas tienen lo que se llama doble articulación, que hace referencia a la existencia de dos niveles estructurales. En el lenguaje combinamos piezas entre sí siguiendo sistemas de reglas. En esencia, y sin meternos en abstrusas complicaciones y discusiones lingüísticas, la cosa puede resumirse así: por una parte hay un nivel de piezas que aisladas no significan nada (los fonemas), que pueden combinarse en unidades mayores llamadas morfemas (en ocasiones un morfema y una palabra resultan ser lo mismo, por ejemplo, el morfema «flor»; pero muchas otras veces un morfema es parte de una palabra, como en la palabra «flores», formada tras unir los morfemas «flor» y «-es»). Y, por otra parte, tenemos un nivel en el que ordenamos palabras para formar cualquier tipo de enunciado. El manual de instrucciones para todo esto se llama gramática, y dentro de ella hay una parte dedicada de manera específica a estudiar cómo se combinan las palabras: la sintaxis. Una característica básica de la sintaxis de todas las lenguas (o de casi todas, ya que hay discusiones respecto a algún idioma, como el pirahã, hablado por un pequeño pueblo de la Amazonia) es la recursividad, que consiste en la capacidad de generar una cantidad infinita de mensajes aplicando un conjunto limitado de reglas sobre un número pequeño de piezas. Puedo decir, por ejemplo «Ayer comí una sardina», o «Ayer por la mañana comí una sardina», o bien «Ayer por la mañana temprano, antes de subir al autobús que me llevaría al trabajo, resulta que me entró un hambre de miedo y como no tenía nada más en casa comí una sardina». Y así hasta que uno se canse.

      Para el lingüista Noam Chomsky la propiedad básica del lenguaje, y la operación sintáctica más sencilla sobre la que se articula todo el sistema, es lo que él llama Ensamble (Merge), que consiste en tomar dos elementos sintácticos para generar uno nuevo de jerarquía mayor.

      En la evolución humana hay quienes consideran que la capacidad mental que dio el pistoletazo de salida al lenguaje fue el desarrollo de la sintaxis, la capacidad para combinar palabras y frases mediante su propiedad básica Ensamble. Por muy sencillo que nos pueda parecer, ningún otro sistema de comunicación animal posee esta propiedad. Las reglas de combinación sobre las que se organiza una lengua permiten generar innumerables mensajes con significado a partir de un grupo reducido de elementos. Los signos y las llamadas que generan los animales no humanos, aunque pueden alcanzar una cierta complejidad son, sin embargo, entes fijos y aislados que por lo común no se combinan para formar mensajes con significados nuevos, distintos a lo que ya significa cada elemento individual. Ni siquiera en los elaborados cantos de algunas aves o de los cetáceos se han encontrado indicios de que los elementos que constituyen sus melodías tengan significado (desde el punto de vista lingüístico; desde luego que tienen un significado evolutivo, pero ese es otro tema), o de la existencia de combinación sintáctica entre sus elementos para generar algún significado nuevo (con todo, algunos investigadores indican que hay monos, como los titís o el cercopiteco de nariz blanca, que son capaces de combinar dos llamadas distintas para generar un mensaje con significado nuevo, hecho que indicaría una incipiente sintaxis; otro ejemplo excepcional es el del bonobo Kanzi, que veremos a continuación).

      Aparte de la sintaxis, hay otros autores que sugieren que la habilidad mental que proporcionó el sustrato para la evolución del lenguaje fue el simbolismo, debido a las propiedades cognitivas que confiere la capacidad de trascender el aquí y el ahora. Un índice está siempre encadenado al momento y al lugar en el que se produce. Los iconos pueden hacer referencia a cosas o hechos distantes en el espacio y el tiempo, pero lo hacen de manera limitada. Sin embargo, los sistemas simbólicos carecen de esas ataduras. El lenguaje es libre por completo para evocar momentos del pasado, para elaborar planes de acción en el futuro y, lo que resulta más extraordinario, para hacer referencia a cosas intangibles o que no existen en el mundo físico. Las sociedades humanas modernas se han construido sobre un edificio simbólico de cosas que no existen como algo físico: jerarquías sociales, dioses, sistemas económicos, valores éticos y todo tipo de convenciones sociales. Para pensar en todo eso se necesita no solo un sistema nervioso con capacidad simbólica, sino un sustrato como el lenguaje que facilite la elaboración mental y el intercambio de ideas.

      Hay lingüistas que llaman desplazamiento a la capacidad que tiene la mente simbólica de ir más allá del lugar y el momento actual; es decir, los humanos modernos podemos pensar y hablar sobre hechos o cosas que están desplazadas en el tiempo y en el espacio respecto a la actualidad. Conviene aclarar aquí que en lingüística el término desplazamiento se ha usado por investigadores distintos con significados muy diferentes, algo que no deja de ser paradójico; en este libro usaré el término tan solo con el significado que acabo de indicar.

      El hecho de que una parte de lingüistas considere la sintaxis como el elemento básico del lenguaje y otra parte opine que la esencia está en el simbolismo tiene relevancia a la hora de interpretar toda investigación sobre el origen evolutivo del lenguaje, pero nadie duda de que en el lenguaje moderno los dos elementos constituyen su naturaleza básica.

      Al profundizar en el estudio del lenguaje que manejamos los humanos modernos, una de las primeras reflexiones que asaltan la mente es la de su relación con los sistemas que utilizan los demás animales para comunicarse. Bajo la perniciosa influencia de la antigua, pero por desgracia todavía vigente, idea de que los seres humanos nos encontramos en algún escalón superior de una supuesta escala evolutiva, resulta fácil caer en la tentación de pensar que hay otros animales que se encuentran en la actualidad «en proceso de» modificar y «mejorar» algunas de sus habilidades para acercarse a un supuesto ideal humano. Sin embargo, la evolución no es eso. Todos los seres vivos que en la actualidad pueblan el planeta son el resultado de más de 3500 millones de años de contingencia evolutiva; todos han pasado los filtros que la interacción con sus respectivos medios ha ido poniendo a lo largo de las generaciones. En un momento cualquiera de la historia de la vida no hay ningún ser «más evolucionado» que otro. Una garrapata está adaptada de forma magnífica para vivir saltando sobre otros animales e inflarse chupando su sangre, cosa que los seres humanos hacemos bastante mal. Esto no quiere decir que estemos menos evolucionados que las garrapatas. Pero es que, además, la evolución no es una característica que posean los seres vivos, sino que es el nombre que damos a un proceso que actúa sobre todos. Teniendo en cuenta esto, un chimpancé no está menos evolucionado que un humano moderno por el hecho de no hablar, simplemente está adaptado a sus circunstancias biológicas y evolutivas particulares. La expresión «estar más —o menos— evolucionado que» no tiene sentido. Con todo, debe quedar claro que, en el planeta Tierra y hasta donde sabemos, el lenguaje es una característica exclusiva de los seres humanos, por mucho que le pese a Walt Disney.

      Que no posean lenguaje no quiere decir que los animales no se comuniquen, ni mucho menos. Resulta difícil encontrar una especie animal que no posea algún sistema de comunicación más o menos complejo (incluidas las garrapatas, que se comunican, entre otras formas, mediante feromonas, sustancias químicas que emite la garrapata hembra y que modifican el comportamiento sexual del macho). Mediante sustancias químicas, sonidos, gestos o señales visuales, los animales han generado una cantidad fascinante de sistemas de comunicación que sirven para regular su comportamiento social, apareamiento y otras respuestas relacionadas con la supervivencia (como señales de alarma, o de la existencia de alimento). Sin embargo, ninguno de los sistemas de comunicación animal es un lenguaje, y la razón es simple: los animales no humanos utilizan índices, no símbolos. Se trata de señales que hacen referencia al momento y el lugar presentes. Excepto en un interesante caso —que comentaré en breve— en los sistemas de comunicación animal no hay desplazamiento. Además, son señales en su inmensa mayoría rígidas, estereotipadas,


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