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un panel de símbolos (lexigramas), que se corresponden con palabras inglesas. Los lexigramas no tienen ningún parecido con la palabra que representan y son, por lo tanto, auténticos símbolos.
Los progresos de Kanzi son de gran interés y podría pensarse que ha desarrollado algo parecido a un incipiente lenguaje. Sin embargo, no es así, por dos poderosas razones: la capacidad de comunicación que posee Kanzi carece de desplazamiento, todo lo que entiende y todo lo que produce mediante lexigramas hace referencia al momento presente, a sus necesidades inmediatas. En este sentido, sigue anclado en el aquí y el ahora. Y, por otra parte, la comunicación de Kanzi carece de sintaxis, es decir, de la capacidad de combinar lexigramas de manera elaborada. En ocasiones es capaz de combinar dos lexigramas para indicar algo (por ejemplo «no» + «balloon»: «no pelota»), pero no es lo habitual. En su espacio natural de la cuenca del Congo los bonobos no parece que manejen ningún tipo de pensamiento abstracto o de comunicación simbólica, sin embargo, bajo las condiciones de manipulación y control deliberados en un laboratorio, Kanzi ha demostrado que tienen la capacidad de desarrollar una incipiente comprensión simbólica. No la desarrollan en condiciones naturales, pero su organismo sí que posee esa potencialidad. Según esto, es posible que el ancestro común de humanos y bonobos —y chimpancés— tuviera ya un sistema nervioso capaz de aprehender alguna pizca de simbolismo.
El gran problema
Una vez que se reconoce al lenguaje como un sistema único, sobre el que se ha forjado lo que hoy en día somos los Homo sapiens, surge una cuestión que se ha convertido en uno de los mayores problemas de la ciencia actual: cómo ha sido su evolución. Todos los indicios apuntan a que el lenguaje surgió en algún momento entre hace dos millones de años y hace unos 80 000 años. De manera más o menos brusca, o mediante un lento proceso de selección natural y cultural, la capacidad lingüística se asentó en el género Homo. La cuestión de la evolución del lenguaje, y de la mente simbólica que se requiere para ello, es un gran problema por varias razones: se desconoce la función evolutiva de las primeras palabras o protopalabras —que podían consistir en sonidos, gestos o una combinación de ambos—; se desconoce qué capacidades cognitivas o comportamientos fueron los precursores del lenguaje, ya que la relación con los otros sistemas de comunicación animal es muy débil; se desconocen los detalles de la evolución y la importancia relativa de los elementos necesarios para su existencia (cambios anatómicos, fisiológicos, sociales y culturales); se desconoce en qué especie —si es que lo hizo en alguna otra previa al Homo sapiens— se desarrolló. Una ensalada de misterios que ha dado lugar a uno de los campos de investigación más fascinante de la ciencia, produciendo todo tipo de hipótesis y fructíferas discusiones.
El lingüista Derek Bickerton ha señalado que uno de los problemas para avanzar con paso firme en el misterio de la evolución del lenguaje es la tendencia a considerar «el lenguaje» como una entidad única, cuando en realidad la existencia de esta capacidad en los seres humanos se debe, como he indicado más arriba, a la confluencia evolutiva de tres elementos básicos, cada uno de ellos con su historia evolutiva particular: las habilidades orales y gestuales, el pensamiento simbólico y la capacidad de sintaxis. Bickerton no ve razón alguna para suponer que estos tres elementos evolucionaron como un mismo paquete, por lo que sería un error inferir que la existencia de una de esas características —por ejemplo, la habilidad para una comunicación oral articulada y compleja— implica de manera automática la existencia de las otras.
En nuestro caso, y para introducirnos en el tema sin hacer mucho ruido, vamos a ver en primer lugar algunos detalles de la historia evolutiva del género Homo.
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