Un asunto más. Alberto Giménez Prieto

Un asunto más - Alberto Giménez Prieto


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sucedía alguna incidencia se ponían en contacto con Luján, que era el encargado de decírselo a él o a cualquiera de sus socios, aunque Luján siempre le llamaba a él. Luján constaba como el promotor de aquel negocio. Era una forma de evitar que, en caso de que la policía parara la furgoneta o alguno de los camiones, pudieran delatarlo a él o a sus socios, si el conductor cantaba, como mucho atraparían a Luján y este se quedaría calladito, si sabía lo que le convenía.

      Borja tuvo que dar instrucciones a Luján para que comprobara si se podía hacer algo. Le respondió en sentido negativo: aquel tipo estaba loco de atar y era muy agresivo.

      Borja le planteó un dilema: o lo calmaba o se deshacían de él.

      Una hora después Luján le había vuelto a llamar y le había dicho que el cargamento ahora era de diecinueve y no de veinte, pero que había habido suerte porque el que se había perdido había pagado anticipadamente la totalidad del transporte en Tánger.

      Se había solucionado el asunto, pero esas pérdidas durante el trayecto no acrecentaban la fama de fiabilidad de su transporte y les había hecho perder más de tres horas, con lo que la llegada a Huarte tendría lugar muy tarde.

      Afortunadamente ese retraso había evitado que la policía los pillara con las manos en la masa.

      Esa era otra, la redada en Huarte, realizada precisamente el día en que llegaba un cargamento.

      La redada, se mirase desde el lado que se mirase, apuntaba a que alguien de dentro les había delatado, no sabía quién, pero la entrada a la casa precisamente en el día en que llegaba un cargamento, después de casi un mes sin utilizar aquella casa, no era un asalto hecho al azar, alguien les había avisado de que ese día llegaba cargamento. Por Luján podía poner la mano en el fuego, estaba seguro de que él no había sido. Aparte de él y sus socios, Luján era quien más tenía que perder y no solo económicamente. Luján, igual que hizo esa misma mañana, ya había hecho desaparecer a varios transportados y, de capturarlo, existían posibilidades de que se descubriera lo que había hecho con aquel negro trastornado y con unos cuantos más. A Luján esas tareas extra no le desagradaban, sentía placer al matar. Borja temía que en algún momento pudiera romper los escasos vínculos que mantenía con la cordura y arremetiera con quien tuviera más próximo, pero él no solo no le prohibía esos lances, sino que siempre los realizaba a requerimiento suyo y además le premiaba generosamente su realización.

      Le daba demasiadas vueltas. ¿Qué podía pasar si uno de estos días apareciera el cadáver de un inmigrante subsahariano con evidentes signos de violencia?, se hablaría de ajustes de cuentas y el asunto se olvidaría en pocos días.

      Había estado toda la noche buscando la forma de hacer el trasiego de los diecinueve africanos a un transporte capaz de llevarlos a Inglaterra sin levantar sospechas, disponía del transporte, pero le hacía falta un lugar discreto para hacerlo a su abrigo. Trató de redirigirlos hacia una vieja nave que tenían junto al embalse de Eugi, pero Luján le alertó de que por la zona había una patrulla móvil del servicio de aduanas, por lo que mantuvo circulando la furgoneta toda la noche, sin aprovisionar a sus ocupantes, tratando de encontrar un punto de encuentro seguro. Por primera vez le forzaban a hacer un transvase fuera de un recinto propio, pero en ese momento no disponía de ningún lugar que pudiera utilizar sin graves riesgos, además había tenido que ordenar que el camión que los recogiera tomara una ruta distinta a la usual de la N-135 y todo ello con la oposición de su socio Ahmed, que le recomendó, tras saber que doce de los diecinueve ya habían pagado la totalidad del transporte y los otros siete solo el cincuenta por ciento, que los dejara tirados en cualquier rincón para que se buscaran la vida por su cuenta o que ordenara a Luján que los eliminara —«Veras que contento se pone»—. Borja, consciente de que, si hacía eso, se sabría muy pronto en todo el norte de África y sería muy difícil mantener el prestigio de sus servicios y de los numerosos clientes que les esperaban cada vez que mandaba un transporte a recogerlos, había decidido enviarlos por Irún después de hacer el transbordo en una antigua nave industrial abandonada cerca de Vera de Bidasoa, que Luján decía conocer y aseguraba que allí nadie les molestaría.

      Dejó en manos de Luján el aprovisionamiento de los inmigrantes para el viaje, que viajarían en un camión que los recogería, en el que iban otros nueve inmigrantes. Ninguno de los inmigrantes volvería a salir del camión hasta que estuvieran en Gran Bretaña. Allí dentro debían comer, beber, dormir y hacer sus necesidades, en un inodoro químico.

      «Y, por si todo eso fuera poco —pensaba Borja—, me ha llamado ese picapleitos que había buscado la gilipollas de mi mujer para reclamarme a Guillermo y, de paso, ya metidos en harina, pedirme el divorcio, no había podido buscarse un momento más jodido. El abogaducho de mierda ha tenido la desfachatez de amenazarme, si no devuelvo inmediatamente al chaval, con denunciarme, solo faltaba que, ahora, con todo lo que está cayendo, se presente la pasma en casa a buscar a Guillermo y me pille con mierda hasta las cejas. Parece que se ha conformado cuando le he dicho que lo devolvería el fin de semana. Hasta eso va a estar jodido, para entonces tengo que estar en Londres. Me dan ganas de achucharle a Luján, pero ya tengo bastantes problemas… Bueno, ahora toca solucionar el tránsito de la «mercancía» que hay dando vueltas por toda la provincia y luego llamaré a Fátima para arreglar las cosas y que le ponga el bozal al abogado que se ha buscado».

      Estaba en esos pensamientos cuando otra llamada telefónica de Luján le sacó de ellos, descolgó y comprobó que aún podían ponerse peor las cosas. El polígono industrial donde pensaban trasegar los emigrantes, estaba tomado por la policía porque había aparecido el cadáver de una prostituta dentro de un coche abandonado.

      —¿Se te ocurre otro sitio? —preguntó Borja.

      —A la voz de pronto no y el camión ya está en Vera, lleva más de una hora parao en la gasolinera del barrio de Zalain, lo que puede resultar sospechoso… Bueno, se me ocurre un sitio, pero nos pilla a contramano… y no sé si saldrá rentable…

      —Dime, ¿qué sitio es ese?

      —La antigua granja de los drogatas, la abandonada. Creo que la compró Peter…

      —¡Joder Luján! Eso está en Huesca, casi en Lérida, no puedo hacer que un camión cargado de marisco con destino a Inglaterra empiece a circular en sentido contrario ¿No conoces otro sitio de ahí a Irún?

      —Ninguno en que pueda entrar un camión como ese. Para la furgoneta se me ocurren muchos, pero habría que subirlos al camión a la vista de todos.

      — ¿Es Ceferino quien lleva el camión?

      —Sí.

      —Y, ¿quién va de lanzadera del camión?

      —Julien, el legionario.

      —Dile que sigan su ruta con la carga que llevan y tú tienes que hacer que la furgoneta pare discretamente en cualquier parte, que les den agua, te acercas para tenerla a la vista y esperas a que yo te llame.

      —Borja, ¿no estarás pensando que atravesemos Francia con la furgona? ¡No jodas!

      —Cuando tú sepas lo que yo pienso, serás tú el que dirijas esto, pero, hasta entonces calla y espera, listillo.

      Borja colgó, buscó en la agenda de su móvil un número, cuando lo encontró marcó.

      —Peter, tengo un problema con parte de una «mercancía» que mandaba a Inglaterra, ¿no tendrás algún transporte con algo de espacio libre que vaya en esa dirección?

      —Tengo unos pocos apartados a la espera de tener más género para mandarlo, solo son cuatro niñas colombianas. ¿Cuántos son los que llevas tú?

      —Veinte… bueno diecinueve morenazos con ganas de comerse el mundo. Yo creo que con veintitrés ya rentabilizamos un viaje ¿no te parece?

      —Bueno, las condiciones ya las conoces. ¿Estás de acuerdo, Borja?

      —Sí, repartiremos los gastos.

      —Pero lo pagaremos en proporción a los que manda cada uno, ¿vale?

      —Ok.

      —Oye


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