Un asunto más. Alberto Giménez Prieto
Luján, pero ya sabes que él cobra algo más que los demás. —Borja empezaba a ver abrirse el cielo.
—Por mí vale, en las mismas condiciones que el transporte.
—Ok.
—Preparo la carga en el camión y mando a por los vuestros. Podemos quedar mañana por la noche. Saldremos desde Barcelona vía Irún. ¿Dónde los recojo?
—Había pensado utilizar la granja de los drogatas que compraste. ¿Te parece bien?
—¡Ni se te ocurra! La he alquilado para que rueden una serie de televisión… así que ya ves lo que puede pasar si apareces por allí con unos negratas…
—Bueno, pues pasa por la nave de Eugi, anoche estaban los móviles de aduanas, lo normal es que no repitan esta noche, de todas formas, te tengo al tanto. Oye, ¿desde Barcelona el camión no llevará a nadie que le controle la ruta?
—Iré yo mismo.
—Pues nos vemos en Eugi.
—Hasta mañana.
Peter es uno de los dos socios de Borja, trabajaban juntos en las grandes operaciones, pero lo hacían cada uno por su cuenta en las de menos calado, lo que no impedía que en estas también se apoyasen cuando lo precisaban. Calcula el costo de la operación y llama a Luján.
—Vamos a ver, ahora sales zumbando hacia Eugi y compruebas que no estén por allí los de aduanas, si es así, pues no creo que repitan control en el mismo sitio dos días seguidos, haces que metan la mercancía en la nave y preparas el viaje a Inglaterra, irán en un camión de Peter que llegará mañana por la tarde, tú irás de lanzadera. Por cierto, cuando pases por Pamplona pasas por el garaje y coges el Range Rover, el depósito está lleno y en la guantera te dejaré dinero, por si te hace falta. Acuérdate de traerme justificantes. Y, otra cosa, no te tires pedos en el coche que luego no hay quien entre. En cuanto llegues a Eugi busca a Fabián o a Lorenzo, que se hagan cargo de la mercancía hasta mañana; yo, si puedo, me dejo caer por allí antes de que carguéis. ¿Está todo claro?
— ¿Tengo que quedarme en Eugi hasta que nos vayamos?
—Te quedas en Eugi, pero no en el caserón, que no quiero que te relacionen con él, te quedas en el hotel y dices que eres viajante de veterinaria. Mañana durante el día te das unas vueltas hasta la frontera para ver cómo está la cosa y mantienes el contacto con Lorenzo, para que te tenga informado de cómo está la mercancía. Tú me informas a mí cuando llegue el camión y, según hayas visto la frontera, salís por la ruta corta y cruzáis el canal por el euro túnel. Cuando hayas entregado la mercancía me llamas. ¿Lo has pillao todo?
—Sí, pero, ¿qué saco de este viaje?
— ¿Alguna vez no te he pagado lo suficiente?
—Nunca Borja, pero, ya sabes, el que no llora…
—Por cierto, quiero que a la vuelta me hagas un favor. Te pasarás por el refugio de Anselmo, yo hablaré con él para avisarle de que vas. Tienes que recoger a mi hijo, le ayudas a hacer la maleta y luego te lo llevas a mi casa de Valencia, ¿captado? Se lo entregas a su madre y le dices que yo no he podido ir porque estoy en Londres. La avisaré también a ella. Ese favor también te lo pagaré, para que no tengas que llorar.
Luján conoce a Borja desde que salió de la cárcel, había entrado con una condena por homicidio, por el único homicidio que había cometido hasta entonces, aunque en realidad se trataba de un asesinato, pero el abogado que le tocó en suerte supo aprovechar las deficiencias probatorias del fiscal y conseguir que se le condenara por homicidio imprudente. Tuvo que cumplir poco más de dos años en El Dueso.
Cuando Luján salió de prisión, Julien, que había sido compañero de celda, hacía algunos «trabajitos» para Borja y le habló a este de las virtudes que adornaban el historial de Luján. Borja, que en el momento más álgido de la burbuja se dedicaba a la construcción, lo tomó a su servicio para que se encargara de desocupar los inmuebles que compraba por cuatro perras al estar ocupados por inquilinos con contratos muy antiguos y difíciles de rescindir. Luján entendió muy pronto cuál era su misión y, en poco tiempo, los inmuebles fueron quedando vacíos y en condiciones para ser derribados y sustituidos por nuevas torres de viviendas, donde la extrema rentabilidad de los mismos enriqueció rápidamente a Borja y a los que estaban en su órbita.
Luján no dudó en utilizar cualquier medio para «convencer» a los inquilinos de lo saludable que era para ellos abandonar los inmuebles lo antes posible. Para ese trabajo contaba con molestos vecinos, que contrataba el propio Luján, y que hacían la vida imposible a los antiguos arrendatarios; desperfectos imprevistos que dejaban inservibles las viviendas y que en caso de que se investigaran siempre resultaban motivados por falta de mantenimiento que el inquilino olvidó dispensar; incendios producidos por descuidos de los arrendatarios; sin olvidar amenazas, chantajes, palizas que propiciaban algunos vecinos desconocidos y sobre todo el pánico que inspiraba el propio Luján, asolaban los vecindarios.Pero hubo, como los hay siempre y en todas partes, quienes quisieron afrontar aquellas amenazas y a esos que no dieron prioridad a su salud, consiguieron que esta fuera drásticamente truncada, por incendios, suicidios, accidentes dentro de las propias viviendas. Luján, al que le gustaba llevar las cuentas de sus «hazañas» no duda en regodearse, entre sus compañeros de oficio, de que gracias a él la seguridad social había perdido once clientes en aquella época. Trabajar para Borja era bastante seguro, el propio Borja no había pisado la cárcel.
Cuando acabó de hablar con Luján, llamo a Fátima, pero la encontró desconectada o fuera de cobertura. Borja descargó su ira en el buzón de voz, grabó barbaridades que no le diría directamente, aseguró que el fin de semana Guillermo estaría en casa, después colgó.
Capítulo X
Leonor consiguió establecer contacto con el subinspector Pozas, al poco que Teresa, crispada, hubiera desistido de conseguirlo. Leonor tomó el relevo y, en su segunda llamada, lo consiguió, le saludó efusivamente a pesar de la brusquedad con que Arturo respondió preguntando que dónde era el fuego para que tuviera más de veinte llamadas perdidas desde altas horas de la madrugada. La voz de Leonor sonó dulce y alegre, con lo que conseguía que sus interlocutores, por enojados que estuvieran, acabaran arrinconando el enfado para dirigirse a ella con similar agrado y cariño. De este modo estuvo conversando con el policía, relatándole en términos casi gozosos la experiencia que acababan de sufrir —resultaba inaudita la templanza que empleaba la misma mujer que poco antes había estado a punto de increpar a las fuerzas de seguridad desde la ventana—. Cuando consideró que Pozas estaba calmado le pasó el teléfono a Teresa que, aunque se creía inmunizada a los encantos de su amiga, su enfado había ido perdiendo la presión que se fue generando en su interior ante la incomunicación del policía, mientras sus compañeros tiraban por tierra su trabajo de los últimos meses.
—Hola Teresa. ¿Qué me dice Leonor que ha pasado?
—Ya lo has oído, ha pasado que tus colegas se han cargado nuestro trabajo de casi un año y total para nada, no creo que hayan sacado nada en claro y, eso sí, han espantado a los que estábamos vigilando. Parece que trabajen para ellos.
—Espera… espera un poco, descríbeme los detalles de lo sucedido y a mí no me culpes, que no tenía… no tengo noticias de esa operación… estoy en Madrid.
Durante diez minutos, Teresa completó el relato sin dejar de relacionarlo con los perjuicios que sufrieron sus investigaciones, que sí eran perfectamente conocidos por Arturo Pozas. Conforme lo relataba, Teresa se iba tranquilizando. Cuando acabó recordó haber apuntado la matrícula del coche de la pija que estuvo fisgando por allí, le pidió a Arturo que averiguara a quién pertenecía ese coche.
Unos minutos después, Pozas llamó para responderle.
—Ese coche pertenece a Borja Coronado Franco, sin antecedentes penales, con domicilio precisamente en la casa que vigiláis. Es un Range Rover Sport, o sea que costará cerca de cien mil euros. Por cierto, tiene dos iguales: el que viste tú era rojo y el otro es azul. ¡Joder!, también tiene un Bentley, el niño no camina descalzo.
—Oye