Un asunto más. Alberto Giménez Prieto

Un asunto más - Alberto Giménez Prieto


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hubieron pasado todos los presentes, su primo, el padre de Esteban, consiguió que este, tras forzar a sus padres a que le mostrasen sus condolencias, se separara de Basilio y pudieron llevárselo a casa. Solo quedaban su exmujer, su hija y un antiguo cliente al que no esperaban encontrar allí y que iba acompañado de una atrayente mujer como compañera. Se le notaba muy compungida y envuelta en luto, el cual hacia destacar la luminosidad de su rostro sureño. Llamaba la atención porque se sabía que era luto a pesar de la informalidad de las prendas.

      Esperanza, su exmujer, después de sacudir una imaginaria mota de polvo de la chaqueta de Basilio y de ajustarle el nudo de la corbata, le preguntó si quería que lo llevara a casa. Basilio declinó la invitación, mintiéndole al decir que tenía el coche afuera. Su hija Patricia repitió el ofrecimiento obteniendo el mismo embuste, por lo que, cuando lo abrazó aprovechó para quedar a comer al día siguiente, sin que su madre la pudiera oír. Rafael y Rosa, sus antiguos clientes, se acercaron de nuevo a él, le habían mostrado sus condolencias anteriormente, algo debían querer, con ellos se había aproximado su acompañante. No le importó que también ella reiterara las condolencias, el rostro de la acompañante le había subyugado desde que le diera el pésame.

      Basilio era abogado y como tal había defendido los intereses de Rafael, primero en un largo y angustioso divorcio, y más tarde fueron las modificaciones que quisieron introducir al convenio pactado tras los incidentes de los arrendamientos, de los que se nutría la economía de Rafael.

      Se aproximaron a Basilio disculpándose de antemano, por lo inoportuno del momento, pero precisaban presentarle a una persona que quería conocerle y necesitaba urgentemente de su ayuda.

      Basilio, en situaciones menos delicadas que la presente, había despachado al impertinente con cajas destempladas, pero en aquella ocasión se limitó a callar y mirar a su interlocutor dejando que fuera él quien decidiera si quería hacer la presentación en pleno entierro o prefería concertar una cita. Rafael estaba preparado para una reacción poco amable por parte de Basilio, pero para lo que no estaba preparado era para enfrentarse al silencio y la muda mirada de este, por lo que, tartajeando, intentó justificar aquella forma de abordarle en el cementerio e intentó presentar a su acompañante.

      —Acompañábamos Rosa y yo a Fátima a visitar la tumba de su hijo y, Fátima, al saber que eras nuestro abogado, me mencionó que precisaba urgentemente un buen abogado porque su marido ha secuestrado a su hijo. Hemos seguido la comitiva y hemos querido darte el pésame… Conoces a Rosa, mi actual… pareja, y esta es Fátima, una buena amiga, que acaba de perder a un hijo… de catorce años… lo habrás oído, es el niño al que le cayó encima la portería de balonmano… y a su otro hijo lo tiene secuestrado su marido.

      Basilio saludó a Fátima, siendo la tragedia la única razón por la que ha aguantado aquel asalto. Esta vez es él quien le da el pésame a Fátima, quien lo acepta compungida.

      —Al ver su rostro comprendí que es usted un profesional de confianza, no suelo equivocarme al catalogar a la gente.

      Ante la respuesta de Fátima, Basilio rinde todas sus defensas y le hace una sucesión de breves y precisas preguntas sobre el supuesto secuestro de su hijo, cuya finalidad no comprenden sus interlocutores. Fátima responde con claridad y precisión.

      —Eso tiene arreglo. —Y, Basilio, sin dejar de mirar a Fátima, como no había hecho desde que se la presentaran, sacó una agenda—. ¿Te vendría bien pasado mañana?

      Ella aceptó el día sin mostrar inconveniente en el horario que decidió Basilio, dado que, según dijo, no tenía que pedir permiso a nadie.

      Se ofrecieron para acercarle al centro, a lo que Basilio rehusó con la tan iterada excusa. Siguió un denso silencio que fue interrumpido por Basilio al decirles que querría quedarse unos instantes a solas con su madre, por lo que sus ocasionales acompañantes se despidieron, alejándose precipitadamente.

      No quitó ojo a Fátima mientras la pudo divisar. Una vez solo, se sentó en el decrepito banco de madera que enfrentaba al nicho de su madre. Por un momento le pareció ver el rostro sonriente de su madre mirando hacia el lugar por el que Fátima se acababa de ir. Recordó Basilio el comentario que le hizo su madre cuando le dijo que se iba a divorciar: «A ver si con la siguiente aciertas, te mereces algo mejor».

      Basilio recuerda a su madre como siempre la vio: en blanco y negro, no solo por la época sino por la vestimenta que acostumbraba a utilizar. En su madre los lutos habían sido el referente, pues se habían ido sucediendo y antes de aliviarse de uno había motivo para vestir el siguiente. Ya muy mayor, en una sequía de fallecimientos, fue cuando pudo despojarse de él, pero resultó que le había tomado gusto al negro y era prácticamente el único color que usaba y, cuando después de su segundo matrimonio lo combinaba con alguna prenda de color, esta solía ser blanca. Su madre fue la que al principio lo llevaba al cementerio de buen grado, más tarde tuvo que arrastrarlo todos los domingos, donde él aprendió a jugar, la mayor parte de las veces solo.

      Por cierto, su primo Eduardo no pudo asistir al entierro, no podía aplazar la partida de las vacaciones al pueblo, ya tenía el coche cargado.

      Eso que en la familia se comenta que el huraño es Basilio.

      Se levanta y pasea el recuerdo de su madre por los lugares por donde iba con ella, por donde jugaba de pequeño. Recorre los parajes donde cree recordar que se encuentran enterrados sus abuelos y varios tíos. A su padre lo enterraron muy cerca de donde hoy han enterrado a su madre, pero veintitantos años antes.

      Su madre fue un silencioso ser que le acompañaba en cada uno de los momentos en que le hacía falta, ayudándole cuando cometía un error, sin reprochárselo jamás y tragándose sus opiniones cuando consideraba que podrían influir en sus decisiones. Así había sucedido con su boda; cuando le presentó a Esperanza él supo que no le cayó bien, aunque nada dijo la mujer, antes al contrario, trató de rodearla del mismo cariño que ofrecía a su hijo, aunque muy pronto la posesividad de Esperanza pugnó por apartarlo de su madre.

      Comió en la cafetería enclavada en el mismo edificio que su oficina, luego subió al despacho, donde aún no había llegado nadie. Aprovechó el tiempo que le restaba para echar una pequeña siesta en el sofá. Allí lo encontró Beatriz, a la que veía menos convencional que esa misma mañana, pues se había desembarazado de la ropa de los entierros. La visita estaba próxima a llegar. Se levantó, fue al aseo, se refrescó la cara y se peinó. Aún conservaba toda la mata de pelo, de la que estaba muy orgulloso, aunque cada día era más gris. Aprovecha para arreglarse un poco la ropa, mientras llega la visita.

      Basilio no es que sea un figurín, pero resulta atractivo a las mujeres —o al menos resultaba—, ahora, cada día le da más pereza lanzarse a aventuras galantes, aunque esta mañana Fátima le había impresionado gratamente, incluso le pareció que le despertaba ansias de reiniciar aventuras amatorias y, lo que era peor, de enamorarse. Su rostro mostraba una franqueza reñida con su profesión, aunque quienes lo conocían dudaban si esa franqueza no sería impostada, ya que sus facciones han ido ensanchándose con el tiempo, pero todavía muestran un rostro voluntarioso y tenaz, tras una mirada siempre directa.

      Le dijo a Beatriz que había concertado una visita para pasado mañana a las cuatro de la tarde.

      —¿Cuándo han llamado?

      —No han llamado, me abordaron en el cementerio.

      —¿Y no lo mandaste a hacer puñetas?

      —No es lo, sino la.

      —Entonces lo comprendo, eres muy pillín…

      —Siempre estás pensando en lo mismo. Yo pensaba que al faltar mi madre no tendría que aguantar a más casamenteras y, mira por dónde, le tomas el relevo.

      —No pensaba precisamente en boda.

      Las pullas entre Basilio y Beatriz eran un clásico en el despacho, especialmente cuando se encontraba Pablo para provocarlas.

      Basilio se retiró a su despacho a preparar la visita que esperaba. Tuvo que emplear todos los argumentos de que disponía para convencer a


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