Un asunto más. Alberto Giménez Prieto

Un asunto más - Alberto Giménez Prieto


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los metales que se encuentran enclavados en él. Los brillos metálicos desvían la atención de la nariz en la que quedaron patentes sus genes camitas. El color de su piel, su estatura y sus cabellos hacen pensar una procedencia escandinava, aunque su padre era de Huelva. A pesar de que no es tan inteligente como Teresa es mucho más eficiente para el trabajo que están desempeñando gracias a la autodisciplina y la estrategia instintiva de la que da abundantes muestras aparte de su abnegada dedicación a aquello que emprende. Solamente ha fracasado su voluntad ante el tabaco.

      Es dialogante y, cuando no se exalta, su forma de hablar es educada, dulce, envolvente y alegre, mientras no se ve atropellada, pero cuando piensa que se está abusando de ella… en esos casos es preferible alejarse, pues toda la dulzura a la que nos tenía acostumbrados se convierte en virulencia y su boca se llena de insultos que no teme proferir contra quien sea sin tener en cuenta si la victima puede responder a ellos. En esos momentos, hasta los piercings parecen querer huir de ella.

      * * *

      Por decisión asamblearia, la ONG aprobó el proyecto que había presentado el grupo que encabezaba Teresa. Era una propuesta que, de conseguir los resultados que se buscaban, reportaría a la ONG la proyección social necesaria para que volvieran a dotarles de las subvenciones que les habían retirado. Por otra parte, el proyecto no precisaba de excesivas aportaciones económicas, para las que no estaba preparado el caudal de la ONG, los fondos que precisarían eran pocos, prácticamente se autofinanciaba con las aportaciones de los propios miembros del grupo y los óbolos que algunos benefactores ofrecieron cuando se les expuso el propósito.

      Ellas dos habían sido las comisionadas para desarrollarlo, ambas se encontraban sin trabajo y ninguna otra persona en la ONG podía disponer del tiempo preciso, que se preveía prolongado, para dedicarlo a aquel asunto, sin percibir a cambio más que la manutención. Iniciaron arrolladoramente su desempeño, impulsadas por una ingenua ilusión de completar un objetivo, que se les antojaba asequible. Tras el tiempo trascurrido la ilusión seguía intacta, pero la falta de las gratificaciones que aportan los éxitos y el cansancio físico habían restado empuje a la quimera, que ya no consideraban tan realizable.

      El objeto de su vigilancia era un conjunto de varias edificaciones, tres de ellas naves industriales, envejecidas sin haber sido usadas y orbitadas por pequeñas edificaciones auxiliares, como eran un antiguo molino, un pozo, un taller, un vestuario para trabajadores que compartía techo con lo que fue un comedor de empleados, la caseta del conserje y hasta unas perreras sin inquilinos y otros cuya finalidad no estaba nada clara. Tras las naves había una construcción residencial, claramente anterior a las demás, aunque no más deteriorada, que aparentaba ser el edificio principal del complejo y que tenía acceso por otra calle más importante. A la derecha de este último edificio se encontraba una amplia entrada para vehículos pesados, pero cegada al tránsito por una inmensa pila de elementos de construcción abandonados a su suerte. Desde esa entrada, surgen a ambos lados sendos lienzos de muro de más de cuatro metros de altura que se lanzan a abrazar la totalidad del complejo, hasta reunirse tras ella en la puerta que vigila Teresa.

      Teresa y Leonor llegaron allí siguiendo la pista de unos traficantes de mano de obra africana, que se enredaban ocasionalmente en trata de blancas. Estos energúmenos entraban anualmente a la Unión Europea gran número de subsaharianos a los que desangraban económicamente por transportarlos, sin ningún tipo de garantía, a distintos países europeos, exigiéndoles antes de iniciar el viaje verdaderas fortunas, que en ocasiones alcanzaban los diecisiete mil euros por persona si el destino acordado era el Reino Unido. A estos que pueden y pagan previamente por escapar del inexistente futuro de sus países se limitan a transportarlos al país que desean, dispensándoles igual trato que a los que transportaban «a crédito». Estos últimos eran infrecuentes y solo cuando no encontraban suficientes de los primeros. Cuando no podían pagar anticipadamente lo hacían con su trabajo en un régimen, que en nada se diferenciaba de la esclavitud, a jornada completa, hasta que saldaban la deuda contraída y los avarientos intereses que se iban acumulando con el transcurso del tiempo. Algunos de ellos morían antes de haber saldado su deuda y a otros los mataban por intentar escapar a una deuda que superaba el más optimista de los pronósticos que pudieran formular.

      La pista que venían siguiendo desde Tetuán las llevó a este punto, pero después de permanecer casi dos semanas allí no había llegado ni un solo transporte.

      —Ha pasado por aquí una pava que parecía que también quería espiar lo que pasaba en el edificio, pero que daba el cante cosa mala —le refirió Teresa a su compañera en la única ocasión que vieron algo extraño—. Por si acaso, tomé nota de la matrícula del vehículo que llevaba.

      Habían arrendado una diminuta vivienda, cuyas ventanas recaían sobre el lugar a vigilar, turnándose ambas en una vigilancia que no se interrumpía desde que llegaron.

      En Marruecos les señalaron algunos de los camiones y furgonetas con los que los trasladaban a España. Según creen cruzan a la península, cambiando a continuación de vehículos y al parecer era en Huarte uno de los lugares donde efectuaban esos cambios, para después con el nuevo vehículo llegar a través de Francia hasta el Reino Unido. Quieren confirmar que la casa que vigilan era un punto de reunión de los distintos medios con los que cruzaban la península.

      La ONG en que militan, Dignidad y Trabajo, llevaba varios años operando en España y consiguió ser portada al poner al descubierto una red que se dedicaba al tráfico sexual desde los países del este. Pero aquel caso también sacó a relucir que en dicha red se encontraban implicados tres políticos de segunda fila y, poco después de calmarse los ecos del descubrimiento, habían dejado de percibir las escasas subvenciones que les llegaban y en la actualidad operaban con las pocas donaciones que percibían de algunos particulares, por lo que esta operación, al haberse alargado más de lo previsto, estaba resultando gravosa para la organización, de hecho, estaba a punto de suspenderse. Subsistía porque tanto Teresa como Leonor hacía tiempo que no percibían ni reclamaban el escaso emolumento que debían abonarles por su dedicación exclusiva a los trabajos de la ONG. Además, últimamente, algunos de los gastos que debían afrontar en ese cometido eran costeados por la acomodada familia de Teresa, que cedía a los periódicos sablazos de esta, por no tener enfrentamientos con ella, especialmente ahora que Teresa pronto cumpliría los veintiocho años, fecha en que recibiría la cuantiosa herencia que le había dejado una hermana de su madre, viuda de un acaudalado indiano que carecía de descendientes.

      El viaje por el norte de Marruecos había durado más de dos meses para luego salir en persecución de una sombra, recorriendo distintas poblaciones del territorio peninsular como Molina del Segura, Lérida, La Rioja, Don Benito, para terminar en Huarte consumiendo todo el fondo que disponía la ONG para el proyecto.

      Como no les era posible seguir a todos los camiones de los que sospecharon, habían optado por ir tras uno en que los indicios parecían más evidentes. Erraron y aquel camión, cuando lo registró la Guardia Civil, resultó no llevar inmigrante alguno. La denuncia había partido de ellas por lo que se llevaron un rapapolvo monumental, que no fue a más gracias a contactos que tenían en Madrid.

      Pensaron que se podía haber hecho algún transvase en alguno de los paradores de carretera en los que los camiones aparcaban sumamente pegados unos a otros, para brindarse mutua seguridad ante los robos que se practicaban en las rutas, según decían. El desliz que supuso esa denuncia fallida puso en guardia a los transportistas ilegales, por lo que, cuando siguieron a otro camión, en una de las paradas que hizo y, mientras Teresa seguía al conductor al interior del restaurante, Leonor quedó vigilando el camión para cerciorarse de si había algún traslado.

      Cuando el conductor volvió a su camión saludó a Leonor llevándose la mano a la cabeza, con el típico saludo islámico, por lo que Leonor quedó desconcertada. Cuando regresó al coche comprendió la mofa del saludo. Las cuatro ruedas de su vehículo estaban pinchadas y en la parte delantera había un gran charco: habían perforado el radiador del coche. Cuando reflexionaron sobre lo que les había ocurrido y se pusieron en contacto con el subinspector de la policía, Arturo Pozas, amigo de ambas y colaborador ocasional de la ONG— aunque a escondidas—, este las felicitó por la suerte que habían tenido, que solo hubieran dañado el automóvil, lo normal hubiera sido


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