Un asunto más. Alberto Giménez Prieto

Un asunto más - Alberto Giménez Prieto


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así me lo recomendó el asesor.

      —O sea que toda vuestra vida fiscal y social se desarrolla en Valencia a pesar de que estáis empadronados en Pamplona. ¿Es así?

      —Sí.

      Basilio evaluó el ambiente antes de formular la siguiente pregunta, hubiera deseado hacerla sin que se encontrasen presentes los acompañantes de Fátima, pero necesitaba conocer aquel punto.

      —¿Has pensado en denunciar la desaparición de tu hijo?

      Fátima es presa de una súbita excitación, sus ojos miran sin poder remediarlo a sus acompañantes, lo que le da a entender a Basilio que no era la situación adecuada para la pregunta, por lo que le formula otra sin esperar respuesta de la anterior.

      —¿Has pensado o habéis pensado en algún momento en separaros o divorciaros?

      —Sí, era otro de los motivos de esta visita, pensaba pedirte que nos divorciaras…

      —¿Le has dicho a tu marido que quieres el divorcio?

      —Sí, en varias ocasiones.

      —¿Cuál ha sido su respuesta?

      —Lo acepta, pero me pide que espere un poco a que se desenreden los negocios que tenemos…

      — ¿No tenéis otorgadas capitulaciones?

      —Sí, pero por cuestiones fiscales hay una serie de conexiones que permiten que mucho del dinero proveniente de los negocios de Borja pase a través de mis tiendas y de mi empresa inmobiliaria.

      —¿Para blanquearlo?

      —Sí, son cosas de Borja…

      Basilio estaba seguro de que, en caso de que Fátima volviese no lo haría acompañada, con esa visita tendría bastante y no es que él hubiese querido reprochárselo con aquellas preguntas, eran estrictamente necesarias. Aunque podía haberles dicho a Rafael y a Rosa que esperaran fuera, aunque eso correspondía a Fátima haberlo hecho.

      —En todo caso, aunque no se disuelvan esas sociedades, nada impide el divorcio. Seguirá existiendo una comunidad de bienes entre ambos, como podría existir entre tú y Rosa. El divorcio dispondrá la guarda y custodia del menor, que creo que es lo importante en estos momentos y, por otra parte, se fijará la pensión que le corresponderá abonar al cónyuge no custodio, porque, aparte del régimen de visitas y la pensión, creo que son pocas las cosas que haya que tratar, dado que, por lo que parece, ninguno de los dos precisará de pensión compensatoria. Si aún tenéis bienes en común pueden permanecer como comunidad de bienes y, si se quiere, repartirlos más adelante, pero ahora lo importante, según opino, es solucionar el problema de Guillermo.

      —Yo quisiera que, además de tramitar el divorcio, trataras de que Borja me devolviera a Guillermo lo antes posible.

      —No hay inconveniente, deberás dejarme la dirección y el teléfono de tu marido y, para el divorcio, en cuanto puedas me traes un certificado de matrimonio, el de nacimiento de tus dos hijos y el de fallecimiento de Fernando, yo mientras tanto trataré de ponerme en contacto con él y hacerle comprender que lo mejor que puede hacer es devolver a Guillermo al domicilio conyugal, en este caso a Bétera.

      —El domicilio de Borja no puedo dártelo porque lo desconozco, pero te dejaré sus teléfonos. Y en cuanto a los certificados, te los puedo traer en un par de días.

      —De acuerdo, y ahora querrás saber lo que te va a costar esto, ¿no es así?

      —Eso no me preocupa… devuélveme a mi hijo y… y mi libertad y me pides lo que consideres. Tampoco creo que sea tanto… tengo noticias de que no eres de los que abusan al cobrar —al decirlo mira de soslayo a sus acompañantes a los que no había vuelto a mirar desde que le preguntó si había pensado en denunciar a Borja.

      —En ese caso, en tu próxima visita, que propongo para el lunes, si te parece bien, tendremos todos los datos para formalizar el convenio, para el caso de que tu marido se avenga a un divorcio de mutuo acuerdo, cosa que le preguntaré cuando hable con él y si quieres el lunes traes la documentación de las sociedades y podemos ver si surge algún problema sobre los bienes que tenéis en común. Por mi parte, para entonces creo que habré contactado con tu marido y podré darte alguna noticia sobre ambos asuntos.

      —De acuerdo, hasta el próximo lunes. ¿A qué hora?

      —Ahora te lo dirá Beatriz al tiempo que toma nota de tus datos. Si surge alguna novedad con tu hijo Guillermo me llamas a este número, es el mío personal, por lo que me encontrarás en cualquier momento. —Y le entrega una tarjeta del bufete en la que ha escrito al dorso un número de teléfono.

      —¿Precisas que te traiga algún dinero a cuenta?

      —Sí, ya te lo concreta Beatriz.

      Capítulo III

      Teresa está cansada, aburrida y harta de vigilar aquel caserón. y ya son muchos días, demasiados, y no adelantan nada.

      La vigilia la ha entumecido, lo que, unido al sobrepeso que le aqueja, entorpece sus movimientos. Se despereza con lascivia y se restriega los ojos con fruición. Le resulta placentero el refriego, sobre todo, desde que se lo prohibió la oftalmóloga tras las múltiples conjuntivitis que la acompañan.

      Recrea la mirada reconociendo lo que la rodea: la cámara fotográfica provista de teleobjetivo, los prismáticos, el grueso block de notas y el teléfono móvil en medio de aquella casa que ya empieza a resultarle familiar. Se trata de una casa casi tan vieja como aparenta. Cuando trata de ver lo que pasa al otro lado de la ventana, una repentina y densa veladura en los cristales se lo impide ¿Cómo pueden haberse ensuciado tanto los cristales en tan poco tiempo? Parpadea varias veces y la opacidad de los cristales desaparece… el sueño suele jugar esas malas pasadas.

      Leonor y Teresa son miembros de una ONG rica en proyectos e ilusiones, y pobre en medios, que ha querido empezar a recomponer el mundo por el costado de los traficantes de personas.

      Ellas, que habían coincidido en el transcurso de otra operación menos compleja y se habían desenvuelto razonablemente bien. Sus inteligencias son diferentes, pero se complementan y, trabajando conjuntamente, superan la suma de ambas.

      Teresa peca de gula y Leonor no duda en reprochárselo. Teresa arremete contra Leonor por lo mucho que fuma, lo que le hace perder el apetito y por el tiempo que pasa, según Teresa, tratando de establecer contacto con gente a la que no conoce, y Dios sabe si llegará a conocer, por medio de Internet, Whatsapp o Twitter.

      Teresa es vocacionalmente glotona, ello influye tan decisivamente en su físico que a la hora de describirlo este es el primer punto que hay que referenciar del mismo. Solo deja de comer cuando no le queda nada que llevarse a la boca o ha de compartirlo con alguien, por lo que resulta extraño que no pese más. Su peso entró hace tiempo en el territorio de la obesidad, pero ella solo admite en alguna ocasión estar aquejada de sobrepeso, jamás de obesidad, por evidente que sea con sus ochenta y tantos kilos y su metro sesenta y poco. Es indisciplinada y desordenada, lo que agrava con un entusiasmo inmoderado en todo lo que se propone, se entrega incondicionalmente a aquello que le apasiona, sea una actividad, un amante o un amigo. Su rostro es agradable, redondeado, como todo su ser, por su faz raras veces atraviesan las sombras del enojo y, cuando esto sucede, las facciones parecen contraerse a la par que mutan su color a un burdeos irreconciliable con sus ojos verde claro. Es habladora hasta el aburrimiento y atenta con sus compañeros hasta el punto de dejar de comer algo para que sean ellos quienes lo coman.

      Es de inteligencia despierta, aunque poco práctica, lo que unido a su comportamiento inestable y desordenado hace que precise de alguien que constantemente le replantee las prioridades de sus obligaciones.

      Leonor no solo se diferenciaba físicamente, que así era: delgada casi filiforme, amante de los espejos y de los posados fotográficos, fumadora ocasional, según ella, lo que ocurre es que las ocasiones de fumar se solapaban, a veces hasta se amontonaban. Su imagen, que ella adora, resulta si no estrafalaria sí al menos algo extravagante en aquel cuerpo alámbrico, estirado y filiforme, rematado


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