Anti-Nietzsche. Jorge Polo Blanco

Anti-Nietzsche - Jorge Polo Blanco


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para Nietzsche, trasciende lo político; es más, la finalidad de la política es construir un orden social que permita el florecimiento de la gran cultura. Ya hemos comprobado, eso sí, cuál es, a su parecer, el más óptimo y deseable de esos órdenes… El Estado no es un fin en sí mismo, en cualquier caso; solo es un medio7. Porque el desarrollo artístico es lo verdaderamente valioso. Una idea semejante, a saber, que la verdadera finalidad del Estado es la defensa y promoción de la cultura (añadiendo, como no podía ser de otra manera, que la cultura más elevada es, por antonomasia, aquella que dimana del «pueblo» alemán), ya estaba presente en Fichte, en sus obras Los caracteres de la edad contemporánea (1806)8 y Discursos a la nación alemana (1807-1808)9. Se especulaba, dicho sucintamente, con la idea de un «Estado de cultura». Bien, pero hay un pequeño detalle que muchos exégetas han pretendido ignorar o silenciar, y es que Nietzsche pensó a lo largo de toda su vida que un auténtico despliegue artístico únicamente tendría ocasión de florecer allí donde la gran mayoría de la comunidad humana se encontrase atornillada a la ignominia del trabajo. Los viejos griegos lo sabían y, con infinita honradez, admitieron la necesidad de la esclavitud, toda vez que solo mediante ella podía generarse esa energía excedente que una élite «creadora» precisa para alumbrar una cultura inmortal y profunda. Tener todo esto muy presente es realmente crucial a la hora de comprender y valorar la intervención estético-política de Nietzsche, si es que no albergamos el deliberado propósito de desvirtuarla.

      La unificación de Alemania en 1871, que en un principio representó para Nietzsche un horizonte ilusionante, no cristalizó en lo que a su juicio hubiese sido deseable porque rápidamente sucumbió a la pérfida «influencia francesa». El segundo Reich no cumple con las expectativas de una revivificación de la Kultur, puesto que, inmediatamente, se lanza por la misma senda que vienen recorriendo todos los países del Occidente «civilizado»: instituciones de cuño liberal, desarrollo económico e industrial, filosofía utilitarista, ciertos niveles de bienestar social otorgados por la protección estatal… El desesperante resultado será, en definitiva, que el «espíritu alemán» permanecerá enajenado y extraviado. La nueva Alemania se estaba convirtiendo en otra nación «burguesa», en una más, siendo así que las auténticas «profundidades de su ser» quedarían olvidadas y pisoteadas. De lo que Nietzsche se estaba lamentando, en definitiva, es de la pérdida de un hecho diferencial. En efecto, la cultura alemana era interpretada por él, en esta época, desde un prisma particularista y excluyente; en las profundidades del «espíritu alemán» latían un magma y una fuerza que lo diferenciaban esencialmente de las otras naciones europeas, sumidas todas ellas en una secular decadencia propiciada por el milenario socratismo. Más adelante veremos que, en sus coordenadas filosófico-políticas, Ilustración, democracia y socialismo no eran sino una suerte de «socratismo moderno». Porque en esta época de juventud es Sócrates el archienemigo a combatir; Cristo se sumará después. En cualquier caso, Nietzsche se siente muy defraudado con el segundo Reich, pues, si había un pueblo en la decadente Europa capaz de recuperar o restaurar el espíritu de una cultura trágico-dionisíaca, ese era el pueblo alemán.


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