Anti-Nietzsche. Jorge Polo Blanco

Anti-Nietzsche - Jorge Polo Blanco


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puede contrastar este comportamiento «humanista» y «sensible» de Nietzsche con respecto a las obras de arte del Louvre y su significativo silencio durante la sangrienta represión de los communards y la población civil. No hay una palabra en su Nachlass o en su correspondencia sobre la masacre y los fusilamientos en masa, la llamada semaine sanglante (21-28 de mayo de 1871).17

      Hay más episodios, que algunos considerarán anécdotas irrelevantes, pero que, en realidad, constituyen la fragua misma de su visión del mundo. Ya antes del estallido de la Comuna, Nietzsche había sido testigo directo de otro acontecimiento histórico de gran relevancia: el cuarto congreso de la Asociación Internacional del Trabajo, celebrado en Basilea en septiembre de 1869. La batalla contra el patriciado oligárquico de esta ciudad (un encarnizado conflicto social, jalonado por virulentas huelgas, que Nietzsche vivió en primerísima persona, entre otras cosas, por los vínculos que mantenía con las clases altas de la ciudad) había colocado a esta sección de la Internacional en la vanguardia del movimiento obrero europeo, por lo que era natural que se eligiese Basilea como sede honorífica para el cuarto congreso. Este fue anunciado en la prensa suiza como un verdadero acontecimiento, de manera que el encuentro se inauguró el 5 de septiembre con una manifestación enorme que recorrió las principales calles de la ciudad, y la llegada de los ochenta delegados internacionales fue recibida y vitoreada por una multitud de obreros. Se realizó un acto solemne en el punto neurálgico de la ciudad, la Aeschenplatz, situada en el corazón del centro histórico; fue un mitin fervoroso, repleto de discursos y acompañado de música festiva. El congreso, cuyo lema principal era el ya mítico «proletarios del mundo, uníos», deliberó durante toda una semana, con sesiones públicas y abiertas, en el Café National, un establecimiento que se hallaba a unas pocas decenas de metros de la entrada principal de la Universidad de Basilea y del portal por el cual ingresaba todo el profesorado, incluido el jovencísimo profesor de filología clásica, un tal Friedrich Nietzsche.

      Ya antes del congreso de la AIT Nietzsche había sido testigo, como decíamos hace un momento, de un conflicto social de primera envergadura. Y, desde luego, su postura no fue la de un esteta apolítico:

      Esa última frase, citada por Rüdiger Safranski, fue escrita por Nietzsche en Der Wanderer und sein Schatten: estaba en contra de reducir la jornada laboral de doce a once horas; estaba en contra de prohibir el trabajo infantil; estaba en contra de las escuelas obreras y del asociacionismo gremial o sindical… Como veremos en los próximos capítulos, semejante posicionamiento político no fue un devaneo de juventud; muy al contrario, responde a una concepción del mundo que permanecerá inalterada el resto de su vida. Esa postura absolutamente elitista y clasista ante la «cuestión social» tiene mucho que ver con los resistentes hilos que irán tejiendo su pensamiento filosófico.

      Los Wagner, no debemos olvidarlo, aconsejaron a Nietzsche que en su primera gran obra no incluyera ciertos elementos sociopolíticos, por ser reaccionarios en exceso:

      Porque,


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