Anti-Nietzsche. Jorge Polo Blanco
rel="nofollow" href="#ulink_49d3eafa-d5ce-526c-b278-a173c82d460c">11 Nietzsche, F., Correspondencia. Volumen VI, octubre 1887-enero 1889, Trotta, Madrid, 2012, p. 305.
12 Ross, W., Friedrich Nietzsche. El águila angustiada, Paidós, Barcelona, 1994, pp. 699-702.
13 Prideaux, S., ¡Soy dinamita! Una vida de Nietzsche, Ariel, Barcelona, 2019, pp. 343-386.
14 Nolte, E., Nietzsche y el nietzscheanismo, op. cit., p. 229.
15 González, N., Nietzsche contra la democracia, Montesinos, Barcelona, 2010, p. 182.
16 Nietzsche, F., Más allá del bien y del mal. Preludio para una filosofía del futuro, Edaf, Madrid, 2006, pp. 197-198.
17 Nietzsche, F., Aurora. Pensamientos sobre los prejuicios morales, Biblioteca Nueva, Madrid, 2015, pp. 210-211.
18 Frey, H., La sabiduría de Nietzsche. Hacia un nuevo arte de vivir, Universidad de las Américas/Miguel Ángel Porrúa, Puebla, 2007, p. 18.
19 Janz, C. P., Friedrich Nietzsche. 1. Infancia y juventud, Alianza Editorial, Madrid, 1981, pp. 233-234.
20 Heidegger, M. y Jünger, E., Acerca del nihilismo, Paidós, Barcelona, 1994, p. 126.
2. Escenas biográficas de un reaccionario radical
El 3 de enero de 1889 algo verdaderamente insólito sucedió en la piazza Carlo Alberto de Turín. Tras el repentino alboroto producido por un cochero que castigaba a su caballo, un extraño personaje corrió hacia el animal para abrazarse con fuerza a su cuello, queriéndolo proteger de la reprimenda. Por fortuna pasaba por allí su casero, que reconoció a su huésped como causante del incidente y, con mucho esfuerzo, logró llevarlo hasta su cuarto. Tal escena, pintoresca y llamativa, fue protagonizada por un alemán. Días después, el personaje en cuestión escribía breves cartas a algunos de sus amigos; en ellas mostraba evidentes signos de megalomanía y una demencia creciente. Franz Overbeck, fiel compañero del desdichado, llegó a Turín el 8 de enero, esto es, cinco días después de la mencionada escena callejera. Lo encontró encerrado en esa pensión turinesa, sumido en un estado febril de agitación nerviosa y con evidentes signos de locura. En aquel cuarto desordenado, repleto de caóticos legajos, se hallaban unos papeles —pruebas de imprenta, en realidad— que llevaban por título Nietzsche contra Wagner. Lo llevarían a una clínica psiquiátrica en Basilea, precisamente la misma ciudad en la que años atrás había obtenido su cátedra universitaria de filología. Se cerraba, así, un enigmático círculo. Pero no sería la última clínica que visitaría, pues nunca se recuperó. Bajo los cuidados de su hermana Elisabeth vivió sus últimos años en Weimar, donde falleció el 25 de agosto de 1900. Fue enterrado en Röcken, el pueblecito donde había nacido. Un final desgraciado y doloroso para una de las figuras más determinantes e influyentes de la cultura europea contemporánea.
Porque a Friedrich Wilhelm Nietzsche no cabe ignorarlo. Habermas emitió un juicio muy apresurado en 1968; un juicio del todo erróneo, en realidad: «Nietzsche ha perdido por completo su capacidad de contagio»1. Su influencia pervive en múltiples dimensiones de la vida espiritual occidental, desbordando los límites de la filosofía académica. Y lo cierto es que un gigante del pensamiento no puede ser obviado ni esquivado. No hay escapatoria posible, no podemos zafarnos; se torna perentorio adentrarse en él. Eso sí, son múltiples las maneras de abordarlo. Hay interpretaciones muy diferentes, e incluso antagónicas. En las páginas que siguen ensayaremos una lectura que ya avanzaron otros pensadores, si bien intentaremos darle un énfasis más vehemente, porque, en ocasiones, la intensidad de los matices es lo que cuenta y lo que inclina la balanza.
Seremos heterodoxos desde el comienzo, toda vez que afirmaremos que los análisis de György Lukács en Die Zerstörung der Vernunft, obra aparecida en 1954, siguen siendo cruciales para situar e interpretar la filosofía nietzscheana en su justa medida; y ello a pesar de que sobre dicha interpretación se superponen densísimos «lustros posestructuralistas» que vinieron a ofrecer una lectura muy distinta de la obra de Nietzsche. En muchas ocasiones se ha querido acusar a Lukács de caricaturizar el pensamiento nietzscheano, como si el filósofo nacido en Budapest hubiera construido una suerte de anacrónico «Nietzsche hitleriano». Pero también se ha hecho una caricatura de «lo que Lukács dijo sobre Nietzsche», pues en realidad los análisis del marxista húngaro son mucho más refinados y penetrantes de lo que a veces se ha pretendido.
Lo coherente y lo sistemático radican precisamente en el contenido social de su pensamiento: en la lucha contra el socialismo. Si consideramos desde este punto de vista los abigarrados y multiformes mitos nietzscheanos, contradictorios entre sí, descubrimos en seguida su unidad final, su intrínseca concatenación: todos ellos son mitos de la burguesía imperialista encaminados a movilizar todas las fuerzas contra su enemigo fundamental. No resulta difícil descifrar que la lucha entre los señores y la horda, entre los hombres superiores y los esclavos, es simplemente la contrafigura míticamente caricaturesca de la lucha de clases.2
Podemos conceder que en estas palabras late un reduccionismo exagerado. No obstante, Lukács sí supo aprehender algunos aspectos medulares de aquella filosofía. Desde luego, semejante radiografía siempre incomodó sobremanera a ese «oficialismo nietzscheano» que se consolidó desde la década de 1970 en adelante, apuntalando un cuerpo de interpretación que fue tornándose canónico y hegemónico.
En este ensayo pretendemos ahondar en esa controversia ya abierta por Lukács. Y, posicionándonos muy nítidamente desde el comienzo, sostendremos que la obra de Nietzsche se fue desarrollando en una constante polémica con y contra la democracia; con y contra el socialismo. Es más, ignorar tal premisa conllevaría un desenfoque sustancial a la hora de comprender dicha obra. Y ello a pesar de que «en materia de economía la ignorancia de Nietzsche es tan supina como la del intelectual medio de su tiempo»3. Porque tal ignorancia en materia económica (que, por otro lado, no era tan palmaria como Lukács sugiere) en modo alguno implicaría que dejara de olfatear un peligro que, a sus ojos, era tremendo. «Los filósofos saben instintivamente lo que tienen que defender y dónde está el enemigo. Se percatan instintivamente de las tendencias “peligrosas” de su tiempo, e intentan darles la batalla en el terreno de la filosofía»4. Una serie de acontecimientos y procesos históricos causaron honda impresión en su espíritu, y entre ellos no ocuparon un lugar menor la Comuna de París de 1871, el desarrollo (especialmente fuerte en Alemania) de las organizaciones obreras de masas o las leyes de excepción dictadas por Bismarck contra los socialistas en 1878. Ese es el marco sociopolítico en el que piensa y escribe Nietzsche, y no puede soslayarse de ningún modo, salvo que queramos elaborar sobre su obra una hermenéutica radicalmente descontextualizada.
Es muy llamativo, en ese sentido, que estos enemigos de Nietzsche no sean contemplados (o ponderados de manera adecuada) en el análisis de su filosofía que aparece recogido en un volumen dedicado a la historia de la teoría política5. Este texto, cuyo «tono» difiere sustancialmente de nuestra lectura, abunda en el muy manido asunto (cuya realidad, por otro lado, nadie negará) de las manipulaciones textuales de la hermana y de las subsiguientes vulgarizaciones nacionalsocialistas. Sin embargo, algunas cláusulas hermenéuticas sí nos parecen discutibles. «Una lectura política de Nietzsche requiere no ser tan ingenuo como para tomarlo al pie de la letra»6. Como iremos viendo, alegorizar sus textos más «desagradables» ha sido un tópico muy habitual. Pero lo que ahora nos llama poderosamente la atención es que el autor de este capítulo destaque que el